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Los que vivimos la “mili” recordaremos con desazón aquella terrible “tercera imaginaria”. La imaginaria es un invento militar muy eficaz en tiempos de guerra, pero bastante innecesario en época de paz. Consiste en “uno o unos soldados que vigilan por turnos mientras el resto de sus compañeros duermen”. La realidad es que se trata de fastidiar el sueño del designado y partirle por medio el descanso nocturno. Las ocho horas de reposo se dividen en cuatro cuartos de dos horas cada una. La segunda y, sobre todo, la tercera imaginaria, son las más puñeteras, dado que te corta el sueño por completo.
El Evangelio hace una referencia a la “vela”. A una imaginaria personal. A estar en vela: estar atentos por si llega “el Señor”. Te habla de estar atentos a la llamada evangélica: al encuentro de ese Jesús de Nazaret que sale a tu paso en la Palabra, el testimonio o las circunstancias de la vida.
Los mayores, los del segmento de plata, estamos viviendo la tercera imaginaria. Han pasado las dos primeras etapas de nuestra existencia con cierta inconsciencia y un “dolce far niente” a este respecto. De pronto descubrimos que ha transcurrido el tiempo sin darnos cuenta y que la lista de nuestros amigos y conocidos va menguando inexorablemente por ley de vida.
No quiero decir que tenemos que hacer testamento. Que también. Sino que debemos ver como andan nuestras lámparas, si las estamos surtiendo de aceite y si nos sentimos invitados a la cena. Y sobre todo, nos conviene vivir con intensidad cada día. La tercera imaginaria es tan enriquecedora como las demás y se nos pasa sin darnos cuenta. Mejorémosla con un poquito de todo. De mirar hacía adentro y hacía afuera. Cuidando el cuerpo y el espíritu. Sobre todo buscando nuestra paz interior y transmitiéndola a los que nos rodean.
A Dios rogando y con el mazo dando.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".
Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.
Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.
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