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Pelayo López

“En un mundo libre”: Se tienen derechos pero también obligaciones

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En plena precampaña electoral, o en la campaña propiamente según se mire, ha irrumpido en nuestra cartelera Ken Loach, uno de los directores, británico para nuestro sonrojo –y que lo mismo se atreve con este cine de denuncia que con cine político-histórico como El viento que agita la cebada o Tierra y libertad-, que señala con el dedo, sin que eso signifique falta de educación sino un acto de valentía, los problemas cotidianos de los ciudadanos occidentales de clase media. O sea, el chocolate del loro que algunos se han inventado para tenernos amaestrados con la sopa boba consumista.

Uno de los pilares, no de la Tierra –que esos ya venden por sí solos-, en los que vuelve a sustentarse el director inglés es su compañero de fatigas Paul Laverty. Sinceramente, no me extraña que no le deje marchar y que le tenga siempre cerca cuando de hacer cine se trata. Resultaría sencillo para muchos, de hecho así es, no alcanzar la coordinación suficiente entre una trama de marcado compromiso social y un argumento con interés cinematográfico. La mano derecha de Loach lo ha vuelto a conseguir, y ese mérito, entre otros muchos premios, le ha valido uno tan destacado como el León al Mejor Guión en Venecia.

Dos compañeras de piso, hastiadas de las condiciones de un mercado laboral lastrado por la precariedad –flexibilidad, dobles turnos, salarios mínimos…-, deciden poner en marcha su propia ETT para “ayudar” a los inmigrantes que, cada vez en mayor número, demandan también un puesto de trabajo. Y aquí es donde Loach vuelve a acertar de lleno con rostros desconocidos que resultan, por el contrario, totalmente familiares y, lo que es más importante aún, creíbles en sus papeles. No es la primera vez, ni será la última. Destaca, claro está, la absoluta protagonista femenina: Kierston Wareing. Ella es el eje sobre el que pivota toda la historia, tanto en el marco laboral como familiar, con una evolución llena de altibajos y matices en los que el sistema acaba devorando su personalidad y aplastando sus convicciones. ¡Toda una metáfora del yo contra el mundo!. Si Loach nos descubrió a Peter Mullan, apuesto que esta chica llegará lejos si continúa la misma senda que el actor de seleccionando papeles apropiados. Talento profesional le sobra, cordura personal tendremos que comprobarlo en unos años.

Supongo que para muchos, lo que nos ofrece Ken Loach no es lo que entienden por cine -¿acaso lo es la etiqueta Woody Allen que sólo mira hacia dentro y no hacia el exterior?-, pero insisto de nuevo en que, distanciándose de muchos otros que lo intentan, el británico consigue aunar cine y compromiso en una misma historia, porque también soy capaz de reconocer que el maniqueismo intervencionista se nota en unos diálogos en los que se intenta, sin conseguirlo, demostrarnos una arbitrariedad inexistente en torno a las consecuencias incontrolables de una globalización sin límites. En nuestro país, Fernando León de Aranoa despuntó con los mismos baluartes en su Barrio y siguió con Los lunes al sol, y es que, indistintamente de la procedencia de los realizadores, el séptimo arte tiene una deuda con el espectadore porque, como el resto, se tienen derechos pero también obligaciones.

“En un mundo libre”: Se tienen derechos pero también obligaciones

Pelayo López
Pelayo López
miércoles, 25 de junio de 2008, 22:00 h (CET)
En plena precampaña electoral, o en la campaña propiamente según se mire, ha irrumpido en nuestra cartelera Ken Loach, uno de los directores, británico para nuestro sonrojo –y que lo mismo se atreve con este cine de denuncia que con cine político-histórico como El viento que agita la cebada o Tierra y libertad-, que señala con el dedo, sin que eso signifique falta de educación sino un acto de valentía, los problemas cotidianos de los ciudadanos occidentales de clase media. O sea, el chocolate del loro que algunos se han inventado para tenernos amaestrados con la sopa boba consumista.

Uno de los pilares, no de la Tierra –que esos ya venden por sí solos-, en los que vuelve a sustentarse el director inglés es su compañero de fatigas Paul Laverty. Sinceramente, no me extraña que no le deje marchar y que le tenga siempre cerca cuando de hacer cine se trata. Resultaría sencillo para muchos, de hecho así es, no alcanzar la coordinación suficiente entre una trama de marcado compromiso social y un argumento con interés cinematográfico. La mano derecha de Loach lo ha vuelto a conseguir, y ese mérito, entre otros muchos premios, le ha valido uno tan destacado como el León al Mejor Guión en Venecia.

Dos compañeras de piso, hastiadas de las condiciones de un mercado laboral lastrado por la precariedad –flexibilidad, dobles turnos, salarios mínimos…-, deciden poner en marcha su propia ETT para “ayudar” a los inmigrantes que, cada vez en mayor número, demandan también un puesto de trabajo. Y aquí es donde Loach vuelve a acertar de lleno con rostros desconocidos que resultan, por el contrario, totalmente familiares y, lo que es más importante aún, creíbles en sus papeles. No es la primera vez, ni será la última. Destaca, claro está, la absoluta protagonista femenina: Kierston Wareing. Ella es el eje sobre el que pivota toda la historia, tanto en el marco laboral como familiar, con una evolución llena de altibajos y matices en los que el sistema acaba devorando su personalidad y aplastando sus convicciones. ¡Toda una metáfora del yo contra el mundo!. Si Loach nos descubrió a Peter Mullan, apuesto que esta chica llegará lejos si continúa la misma senda que el actor de seleccionando papeles apropiados. Talento profesional le sobra, cordura personal tendremos que comprobarlo en unos años.

Supongo que para muchos, lo que nos ofrece Ken Loach no es lo que entienden por cine -¿acaso lo es la etiqueta Woody Allen que sólo mira hacia dentro y no hacia el exterior?-, pero insisto de nuevo en que, distanciándose de muchos otros que lo intentan, el británico consigue aunar cine y compromiso en una misma historia, porque también soy capaz de reconocer que el maniqueismo intervencionista se nota en unos diálogos en los que se intenta, sin conseguirlo, demostrarnos una arbitrariedad inexistente en torno a las consecuencias incontrolables de una globalización sin límites. En nuestro país, Fernando León de Aranoa despuntó con los mismos baluartes en su Barrio y siguió con Los lunes al sol, y es que, indistintamente de la procedencia de los realizadores, el séptimo arte tiene una deuda con el espectadore porque, como el resto, se tienen derechos pero también obligaciones.

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