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Un nuevo camino para Catalunya

Por fin llegó el 27-S

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Desde hace meses las miradas de todos los medios de comunicación están centradas en una fecha, el 27 de Setiembre, primer domingo de este otoño que, seguro, será caliente en todo el territorio del Estado Español. Son muchas las voces que han estado metiendo cucharada en el tema de la posible independencia de Catalunya, unos con más acierto que otros, pero en mi opinión en la mayoría de ocasiones las opiniones, los juicios, y los muchos desatinos y despropósitos dichos han llegado desde la parte unionista, esa parte nacionalista española que, como el marido maltratador, no acepta que la otra parte de la pareja, cuando el amor se acaba y se siente engañada y vilipendiada, quiera llevar a cabo una separación, incluso amistosa. España, su gobierno y una parte importante de sus moradores, no quiere aceptar que el pueblo catalán, harto ya de desprecios, maltratos y de ver cómo sus impuestos se volatilizan en llegar al correspondiente ministerio de Madrid, quiera expresar mediante las urnas sus ansias de libertad.

El denominado “problema catalán”, llamado con poca gracia y menos ironía “el prucés” por una prensa de extrema derecha cuyas luces e inteligencia no suelen dar para más, tan sólo es un problema para aquellos que, escondidos en los pliegues de las togas de un Tribunal Constitucional que sólo sabe actuar al dictado del Partido Popular, se dedican a pontificar y dar certificados de españolidad mientras, disfrazados de espantapájaros de la democracia, intentan insertar el miedo en el ánima y el cuerpo de los ciudadanos catalanes.

En esta feria del disparate del más rancio nacionalismo españolista se ha escuchado a la banca, a una parte del empresariado que asusta a sus empleados con dejarles sin trabajo para que voten las opciones españolistas, al cardenal Cañizares que desde su púlpito valenciano arenga a las pocas masas que le quedan al catolicismo para que oren por la sacrosanta unidad de España, al más rancio periodismo cuya pluma siempre ha estado al servicio de los designios de la derecha, al jubilado de oro Felipe González diciendo barbaridades mientras se olvidaba del GAL de su época y de los asesinatos que perpetraron gentes a sus órdenes y, cómo no, a los partidos unionistas o nacionalistas españoles que desde Madrid han enviado a Catalunya a sus primeros espadas para intentar lidiar el morlaco de la independencia de Catalunya, estos últimos días han desfilado por las calles y plazas de las principales ciudades catalanas Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Y hasta Belén Esteban ha echado su cuarto a espadas metiéndose de hoz y coz en un tema que le viene un poquito grande con todos mis respetos.

Tengo, y creo que conmigo mucha más gente, la impresión de que las cosas se ven diferentes lejos de la estatua de la diosa Cibeles. La desinformación de los partidarios en que la unidad de España siga como hasta ahora mayoritariamente se debe a que se mueven por instintos viscerales, han sido educados bajo la premisa de una España unida y sin resquicios y ahora se niegan a dejar que otros ciudadanos expresen, mediante las urnas, si quieren o no seguir formando parte de una España de la que, en la mayoría de los casos se sienten excluidos e incluso expulsados. Con su actitud están negando la esencia de la democracia: el sacrosanto derecho al voto.

Y no otra cosa que poder votar es lo que llevan años, más o menos desde que en el verano del 2010 el Tribunal Constitucional recortó hasta las heces el Estatut que el Parlament catalán había aprobado y el pueblo de Catalunya refrendado con sus votos en referéndum. El Partido Popular, pero también el PSOE de la mano de Alfonso Guerra y Enrique Múgica, se opusieron firmemente a que dicho Estatut siguiera adelante y entrara en vigor. Hoy ya es tarde, los catalanes quieren votar en un referéndum y el gobierno español les niega dicho derecho fundamental. Hoy tan sólo les quedan las urnas que este primer domingo de otoño se llenarán de votos, de votos emitidos con una sonrisa, de votos emitidos con la alegría de quien ve cercano el futuro soñado, de votos con los que, en caso de ser mayoría, poder ser dueños de un futuro que nunca más estará hipotecado a las decisiones de un gobierno centralista que, a pesar de su política de mentiras y miedo, no conseguirá hacer realidad sus deseos. El futuro está llamando a las puertas, y la ocasión es ahora o nunca.

Por fin llegó el 27-S

Un nuevo camino para Catalunya
Rafa Esteve-Casanova
sábado, 26 de septiembre de 2015, 07:38 h (CET)
Desde hace meses las miradas de todos los medios de comunicación están centradas en una fecha, el 27 de Setiembre, primer domingo de este otoño que, seguro, será caliente en todo el territorio del Estado Español. Son muchas las voces que han estado metiendo cucharada en el tema de la posible independencia de Catalunya, unos con más acierto que otros, pero en mi opinión en la mayoría de ocasiones las opiniones, los juicios, y los muchos desatinos y despropósitos dichos han llegado desde la parte unionista, esa parte nacionalista española que, como el marido maltratador, no acepta que la otra parte de la pareja, cuando el amor se acaba y se siente engañada y vilipendiada, quiera llevar a cabo una separación, incluso amistosa. España, su gobierno y una parte importante de sus moradores, no quiere aceptar que el pueblo catalán, harto ya de desprecios, maltratos y de ver cómo sus impuestos se volatilizan en llegar al correspondiente ministerio de Madrid, quiera expresar mediante las urnas sus ansias de libertad.

El denominado “problema catalán”, llamado con poca gracia y menos ironía “el prucés” por una prensa de extrema derecha cuyas luces e inteligencia no suelen dar para más, tan sólo es un problema para aquellos que, escondidos en los pliegues de las togas de un Tribunal Constitucional que sólo sabe actuar al dictado del Partido Popular, se dedican a pontificar y dar certificados de españolidad mientras, disfrazados de espantapájaros de la democracia, intentan insertar el miedo en el ánima y el cuerpo de los ciudadanos catalanes.

En esta feria del disparate del más rancio nacionalismo españolista se ha escuchado a la banca, a una parte del empresariado que asusta a sus empleados con dejarles sin trabajo para que voten las opciones españolistas, al cardenal Cañizares que desde su púlpito valenciano arenga a las pocas masas que le quedan al catolicismo para que oren por la sacrosanta unidad de España, al más rancio periodismo cuya pluma siempre ha estado al servicio de los designios de la derecha, al jubilado de oro Felipe González diciendo barbaridades mientras se olvidaba del GAL de su época y de los asesinatos que perpetraron gentes a sus órdenes y, cómo no, a los partidos unionistas o nacionalistas españoles que desde Madrid han enviado a Catalunya a sus primeros espadas para intentar lidiar el morlaco de la independencia de Catalunya, estos últimos días han desfilado por las calles y plazas de las principales ciudades catalanas Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Y hasta Belén Esteban ha echado su cuarto a espadas metiéndose de hoz y coz en un tema que le viene un poquito grande con todos mis respetos.

Tengo, y creo que conmigo mucha más gente, la impresión de que las cosas se ven diferentes lejos de la estatua de la diosa Cibeles. La desinformación de los partidarios en que la unidad de España siga como hasta ahora mayoritariamente se debe a que se mueven por instintos viscerales, han sido educados bajo la premisa de una España unida y sin resquicios y ahora se niegan a dejar que otros ciudadanos expresen, mediante las urnas, si quieren o no seguir formando parte de una España de la que, en la mayoría de los casos se sienten excluidos e incluso expulsados. Con su actitud están negando la esencia de la democracia: el sacrosanto derecho al voto.

Y no otra cosa que poder votar es lo que llevan años, más o menos desde que en el verano del 2010 el Tribunal Constitucional recortó hasta las heces el Estatut que el Parlament catalán había aprobado y el pueblo de Catalunya refrendado con sus votos en referéndum. El Partido Popular, pero también el PSOE de la mano de Alfonso Guerra y Enrique Múgica, se opusieron firmemente a que dicho Estatut siguiera adelante y entrara en vigor. Hoy ya es tarde, los catalanes quieren votar en un referéndum y el gobierno español les niega dicho derecho fundamental. Hoy tan sólo les quedan las urnas que este primer domingo de otoño se llenarán de votos, de votos emitidos con una sonrisa, de votos emitidos con la alegría de quien ve cercano el futuro soñado, de votos con los que, en caso de ser mayoría, poder ser dueños de un futuro que nunca más estará hipotecado a las decisiones de un gobierno centralista que, a pesar de su política de mentiras y miedo, no conseguirá hacer realidad sus deseos. El futuro está llamando a las puertas, y la ocasión es ahora o nunca.

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