El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia. Estas reflexiones deberían formar parte del imaginario colectivo desde los primeros años de nuestra vida como fundamento de nuestra cultura, pero habrá quien argumente que esto no es un deseo sino una realidad. Pero, por ejemplo, eso resulta complejo de comprobar en una cultura judeo-cristiana, donde la idea de la unidad prevalece sobre la diversidad. También resulta difícil de comprobar cuando constatas como se articulan los debates en la actualidad, bien sea en la televisión, siendo referente, o en cualquiera de las redes sociales existentes, ya que el problema no está en la crítica, sino en el modo en que se reacciona. Últimamente, las señas de identidad locales terminan siendo sustituidas por productos de dudosa calidad a precio elevado y de nombre poco comprensible, y por supuesto, si es en inglés mejor. Las personas no somos conscientes de que nuestro lenguaje es el eje que construye la identidad, como lo es nuestro sentido del humor como modo de realizar críticas. Son recurrentes los mensajes conteniendo chistes cargados de simbolismo que se envían a las redes con significado discriminatorio hacia personas o colectivos, porque el fin es agradar a los interlocutores, ya que es el momento de demostrar el poder simbólico de la palabra, y sí, nos sentimos seguros logrando la carcajada en un aparente juego inocente.
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