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Una interacción armónica

En todos los rincones del mundo necesitamos mejorar la convivencia
Víctor Corcoba
miércoles, 23 de junio de 2021, 12:29 h (CET)

Hoy, cuando las verdaderas columnas de esta sociedad diversa, se mueve aprisionada por el engaño; resulta fundamental volver a esos rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, factores indispensables para  garantizar una interacción auténtica, que nos lleve a una atmósfera más armónica de la que carecemos actualmente por el planeta. En todos los rincones del mundo necesitamos mejorar la convivencia. 


Resulta asombroso que la humanidad aún no sepa vivir en paz y tampoco tenga conciencia de la justicia. Por desgracia, continúan los intereses económicos y comerciales, el abecedario de la desconfianza entre nosotros y los estilos tramposos del odio y la venganza, también se han convertido en agentes dominadores. 


En realidad, prolifera más el apego a las gestas armamentísticas que los gestos de amistad. Deberíamos ser fervientes cultivadores de la tolerancia y de la consideración hacia el análogo. Grande es, en este punto, la función reeducativa de cada cual consigo mismo, para reencontrar entre todos un lenguaje nuevo, más verdadero y sin tantas retóricas e incumplimientos. Reconozco, que mi ideal más apreciado es el de un linaje, que sepa hablarse con el corazón, para que todos podamos vivir en quietud y con similares oportunidades.


En efecto, tenemos que fortalecer nuestros propios lazos más próximos, hacer familia en definitiva, sobre la base del respeto a los vínculos y a los ideales de buena vecindad. Naturalmente, hemos de intentar regenerar, con expresiones culturales diversas, los nexos sociales, así como fortalecer los sentimientos de pertenencia, identidad y continuidad de las comunidades. 


Por consiguiente, si en verdad somos una sociedad del conocimiento, aprendamos a reprendernos y a vivir del arte de respirar unidos y de sonreír como hermanos. Trágicamente, hace tiempo que sufrimos el virus de la indiferencia, de no preocuparnos por nada ni por nadie, y esto nos deja sin ánimo para que pueda prevalecer la vía del diálogo antes que la de la fuerza. Nos interesa, sin duda, buscar otras locuciones más interiores y verdaderas; capaces de reconducirnos hacia otros espacios más éticos, en coherencia con nuestros personales comportamientos. No olvidemos, que es la consideración hacia toda vida, la que nos dignifica y fraterniza. 


Por otra parte, además, tenemos derecho a disfrutar armónicamente de un ambiente seguro. Las discordancias entre seres pensantes no tienen sentido, hay que tener voluntad del acercamiento común entre unos y otros, conciliando y reconciliando huracanes que nos inventamos para derrumbarnos.


Desde luego, para volver a ese original espíritu de concordia, debe entrar en la conciencia de cada ser, por minúsculo que nos parezca, este descubrimiento cooperante de unirse y reunirse, cuando menos para hallarse y descubrirse en los demás, lo necesario que somos. La revelación ahí está, en el modo en que tratamos a los niños, a los ancianos o a las personas con dificultades. 


Esta sociedad insensible camina enferma y no tendrá sanación, sino cambia de actitud. Tendrá que salir de su personal egoísmo para que pueda entrar en ella, la donación de compenetrarse, que es lo que nos hace verdaderamente humanos. 


Precisamente, cuando tanto se habla en los debates de todo el orbe, sobre la cohesión social y el desarrollo de una economía fundada en el saber, resulta que todavía no hemos aprendido a escucharnos interiormente para poder distinguir. Ojalá descubramos que, en la madurez moral del discernimiento, está la solución a muchos de los problemas actuales. Quizás tengamos, para ello, que aprender a abrir los brazos del alma, más y mejor, avivar la acogida con los valores de la libertad y del aprecio mutuo, como algo inherente a nuestras cepas de caminantes. Pensemos que, mientras que por la armonía todo se engrandece, por la discordia se empequeñece, hasta los más poderosos imperios. Que lo sepamos.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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