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Opinión
Etiquetas | Iglesia | Pederastia | Escándalo sexual
Se debe permitir que la santidad resplandezca sacando de su seno las manzanas podridas que puedan presentarse

Una iglesia santa ilumina en medio de un mundo envuelto de tinieblas espirituales

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Se anuncia a bombo y platillos como si fuese un tiro de gracia a la pederastia eclesiástica. El hecho de que se especifiquen por primera vez en  el Código de Derecho Canónigo las reglas eclesiásticas y los castigos contra  los abusos sexuales a menores de edad y adultos vulnerables cometidos por eclesiásticos sin distinción de categoría. Con esta inclusión que se considera un “paso histórico” se cree que se podrá poner fin a los escándalos sexuales que se han cometido en la Iglesia Católica a lo largo de los siglos.


No es suficiente que se incluya en la renovación del Código de Derecho Canónigo un artículo que especifique la pederastia como delito contra “la dignidad humana”. Este reconocimiento no se debe a un verdadero arrepentimiento ante Dios, sino el resultado de la fuerte presión popular contra los delitos sexuales que se cometen en diversas instituciones de la Iglesia Católica. El escrito que Anna Buj redacta desde Ciudad del Vaticano no menciona que la Iglesia Católica se arrepienta ante Dios de los pecados sexuales cometidos. 


El reconocimiento horizontal de la pederastia se le puede comparar al de Judas Iscariote que al darse cuenta que la traición de entregar a Jesús a los sacerdotes, “viendo que se le condenaba” (Mateo 27: 3), “lanzó las treinta monedas de plata dentro del santuario” (v. 5). Reconoció que “había entregado sangre inocente” 8v. 4). El arrepentimiento de Judas no fue un “arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20: 21). Más que arrepentimiento fue remordimiento al ver que su traición conducía a Jesús a morir en la cruz. El remordimiento le fue una carga tan pesada que “salió, y fue y se ahorcó” (Mateo 27: 5).


La Iglesia Católica es especialista en la creación de una buena imagen. TV13, popularmente conocida como la televisión de los curas, se esfuerza mucho en crear una buena imagen de la Iglesia. Dice mucho de lo que hace a favor de los desfavorecidos. Asociaciones laicas también lo hacen. No es suficiente con blanquear su imagen ante el mundo. Tiene que manifestar que verdaderamente es una Iglesia santa.


El origen de la pederastia, entre ella la clerical, que es lo que ahora nos importa, debe irse a buscar en lo que Jesús dice: “Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque  de dentro de los corazones de los hombres salen los malos pensamientos…”la lascivia”… Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7: 20-23). Preguntémonos qué es lascivia. El diccionario la define: “Inclinación exagerada a los placeres sexuales”. Antes de creer en Jesús la persona no regenerada se deleita en los “placeres de la carne”. Este comportamiento no es propio de personas que dicen creer en Jesús. Si la “novedad de vida” que debe caracterizar a los cristianos  no se deja ver significa que muchos clérigos no saben qué es el “nuevo nacimiento”, el que Jesús le dice a Nicodemo, el fariseo. La lascivia está bien enraizada en muchos corazones de clérigos que dicen ser ministros de Cristo.


En la consagración del templo en Jerusalén “Apareció el Señor de noche, y le dijo: Yo he oído tu oración, y he elegido para mí este lugar por casa de sacrificio…Si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi Nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7: 12,14). Las bendiciones de Dios dependen de si existe verdadero arrepentimiento. El arrepentimiento que provoca cambios de conducta es vertical, a Dios. No es suficiente con que se pida perdón a los ofendidos.


En la iglesia en Corintio se produjo un escándalo sexual sin parangón. El apóstol Pablo en ausencia tuvo que intervenir. El honor de la iglesia lo requería, escribe: “De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación que ni aun se nombra entre los gentiles, tanto que alguien tiene la mujer de su padre” (1 Corintios 5: 1). Pecado que en el Antiguo Testamento era merecedor de muerte. En el tiempo de Pablo que era inimaginable que se diese entre los gentiles, se dio en el seno de una iglesia que debía caracterizarse por la santidad. El apóstol tiene que denunciar la pasividad de la iglesia con estas palabras: “Y  vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” (v. 2). ¿Qué diría hoy el apóstol Pablo ante la magnitud del escándalo sexual que sacude a la Iglesia Católica  y la impunidad que se le ha dado a lo largo de los siglos? Si ahora se interviene para intentar frenarlo no creo que se haga por gusto. El clamor popular es tan fuerte que para intentar conservar la buena imagen se ven obligados a aparentar practicar una operación de cirugía estética. Se asemejan a los políticos que cuando son cogidos con las manos en la masa piden perdón.  ¿Lo hubieran pedido si no hubieran sido descubiertos? ¿Qué papel juega Dios en este perdón? Ninguno. Porque no se le tiene en cuenta. No se sigue el ejemplo de David que cuando se descubrió su adulterio, escribió: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante tus ojos” (Salmo 51: 4).


“En el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, y con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Corintios 5. 4,5). La solución del problema tenía que hacerse públicamente. No a puerta cerrada y en pequeño comité. La iglesia reunida, pastores y fieles con del apóstol Pablo espiritualmente  presente. Se tenía que expulsar al infractor con el propósito de readmitirlo  una vez arrepentido de su pecado. Este tiene que ser el espíritu de las expulsiones. Ello no excluye la responsabilidad civil del infractor si el pecado cometido así lo requiere.


“No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois, porque nuestra Pascua  que es Cristo, ya fue sacrificada por vosotros” (vv. 6,7). El pecado no debe esconderse debajo de la alfombra. Tiene que extirparse de raíz. El apóstol utiliza el símil de la levadura, el fermento que tiene la propiedad de esponjar la masa de harina cuando se hornea. La levadura es símbolo del pecado. Cristo que ha muerto por los pecadores ha hecho de ellos nueva masa sin levadura. Por ello debe tomarse  a conciencia la extirpación del pecado en la Iglesia. De no hacerse así se corre el riesgo que toda ella se contagie. Se parece al fruto dañado en una cesta. Si no se lo saca con prontitud el resto de los frutos se malmeterán.


Si en verdad se desea una  Iglesia santa que sea modelo de conducta tanto para los fieles como para los no creyentes, debe tomarse seriamente su santidad. Se debe permitir que la santidad resplandezca sacando de su seno las manzanas podridas que puedan presentarse. A los de fuera ya los juzgará Dios. A los de dentro tiene que hacerlo la Iglesia.

Una iglesia santa ilumina en medio de un mundo envuelto de tinieblas espirituales

Se debe permitir que la santidad resplandezca sacando de su seno las manzanas podridas que puedan presentarse
Octavi Pereña
miércoles, 23 de junio de 2021, 11:30 h (CET)

Se anuncia a bombo y platillos como si fuese un tiro de gracia a la pederastia eclesiástica. El hecho de que se especifiquen por primera vez en  el Código de Derecho Canónigo las reglas eclesiásticas y los castigos contra  los abusos sexuales a menores de edad y adultos vulnerables cometidos por eclesiásticos sin distinción de categoría. Con esta inclusión que se considera un “paso histórico” se cree que se podrá poner fin a los escándalos sexuales que se han cometido en la Iglesia Católica a lo largo de los siglos.


No es suficiente que se incluya en la renovación del Código de Derecho Canónigo un artículo que especifique la pederastia como delito contra “la dignidad humana”. Este reconocimiento no se debe a un verdadero arrepentimiento ante Dios, sino el resultado de la fuerte presión popular contra los delitos sexuales que se cometen en diversas instituciones de la Iglesia Católica. El escrito que Anna Buj redacta desde Ciudad del Vaticano no menciona que la Iglesia Católica se arrepienta ante Dios de los pecados sexuales cometidos. 


El reconocimiento horizontal de la pederastia se le puede comparar al de Judas Iscariote que al darse cuenta que la traición de entregar a Jesús a los sacerdotes, “viendo que se le condenaba” (Mateo 27: 3), “lanzó las treinta monedas de plata dentro del santuario” (v. 5). Reconoció que “había entregado sangre inocente” 8v. 4). El arrepentimiento de Judas no fue un “arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20: 21). Más que arrepentimiento fue remordimiento al ver que su traición conducía a Jesús a morir en la cruz. El remordimiento le fue una carga tan pesada que “salió, y fue y se ahorcó” (Mateo 27: 5).


La Iglesia Católica es especialista en la creación de una buena imagen. TV13, popularmente conocida como la televisión de los curas, se esfuerza mucho en crear una buena imagen de la Iglesia. Dice mucho de lo que hace a favor de los desfavorecidos. Asociaciones laicas también lo hacen. No es suficiente con blanquear su imagen ante el mundo. Tiene que manifestar que verdaderamente es una Iglesia santa.


El origen de la pederastia, entre ella la clerical, que es lo que ahora nos importa, debe irse a buscar en lo que Jesús dice: “Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque  de dentro de los corazones de los hombres salen los malos pensamientos…”la lascivia”… Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7: 20-23). Preguntémonos qué es lascivia. El diccionario la define: “Inclinación exagerada a los placeres sexuales”. Antes de creer en Jesús la persona no regenerada se deleita en los “placeres de la carne”. Este comportamiento no es propio de personas que dicen creer en Jesús. Si la “novedad de vida” que debe caracterizar a los cristianos  no se deja ver significa que muchos clérigos no saben qué es el “nuevo nacimiento”, el que Jesús le dice a Nicodemo, el fariseo. La lascivia está bien enraizada en muchos corazones de clérigos que dicen ser ministros de Cristo.


En la consagración del templo en Jerusalén “Apareció el Señor de noche, y le dijo: Yo he oído tu oración, y he elegido para mí este lugar por casa de sacrificio…Si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi Nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7: 12,14). Las bendiciones de Dios dependen de si existe verdadero arrepentimiento. El arrepentimiento que provoca cambios de conducta es vertical, a Dios. No es suficiente con que se pida perdón a los ofendidos.


En la iglesia en Corintio se produjo un escándalo sexual sin parangón. El apóstol Pablo en ausencia tuvo que intervenir. El honor de la iglesia lo requería, escribe: “De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación que ni aun se nombra entre los gentiles, tanto que alguien tiene la mujer de su padre” (1 Corintios 5: 1). Pecado que en el Antiguo Testamento era merecedor de muerte. En el tiempo de Pablo que era inimaginable que se diese entre los gentiles, se dio en el seno de una iglesia que debía caracterizarse por la santidad. El apóstol tiene que denunciar la pasividad de la iglesia con estas palabras: “Y  vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” (v. 2). ¿Qué diría hoy el apóstol Pablo ante la magnitud del escándalo sexual que sacude a la Iglesia Católica  y la impunidad que se le ha dado a lo largo de los siglos? Si ahora se interviene para intentar frenarlo no creo que se haga por gusto. El clamor popular es tan fuerte que para intentar conservar la buena imagen se ven obligados a aparentar practicar una operación de cirugía estética. Se asemejan a los políticos que cuando son cogidos con las manos en la masa piden perdón.  ¿Lo hubieran pedido si no hubieran sido descubiertos? ¿Qué papel juega Dios en este perdón? Ninguno. Porque no se le tiene en cuenta. No se sigue el ejemplo de David que cuando se descubrió su adulterio, escribió: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante tus ojos” (Salmo 51: 4).


“En el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, y con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Corintios 5. 4,5). La solución del problema tenía que hacerse públicamente. No a puerta cerrada y en pequeño comité. La iglesia reunida, pastores y fieles con del apóstol Pablo espiritualmente  presente. Se tenía que expulsar al infractor con el propósito de readmitirlo  una vez arrepentido de su pecado. Este tiene que ser el espíritu de las expulsiones. Ello no excluye la responsabilidad civil del infractor si el pecado cometido así lo requiere.


“No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois, porque nuestra Pascua  que es Cristo, ya fue sacrificada por vosotros” (vv. 6,7). El pecado no debe esconderse debajo de la alfombra. Tiene que extirparse de raíz. El apóstol utiliza el símil de la levadura, el fermento que tiene la propiedad de esponjar la masa de harina cuando se hornea. La levadura es símbolo del pecado. Cristo que ha muerto por los pecadores ha hecho de ellos nueva masa sin levadura. Por ello debe tomarse  a conciencia la extirpación del pecado en la Iglesia. De no hacerse así se corre el riesgo que toda ella se contagie. Se parece al fruto dañado en una cesta. Si no se lo saca con prontitud el resto de los frutos se malmeterán.


Si en verdad se desea una  Iglesia santa que sea modelo de conducta tanto para los fieles como para los no creyentes, debe tomarse seriamente su santidad. Se debe permitir que la santidad resplandezca sacando de su seno las manzanas podridas que puedan presentarse. A los de fuera ya los juzgará Dios. A los de dentro tiene que hacerlo la Iglesia.

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