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​Necesitamos obtener un espíritu de sabiduría

Que San Isidoro de Sevilla nos ilumine con su luz
Francisco Rodríguez
martes, 27 de abril de 2021, 02:25 h (CET)

Me pongo a escribir este artículo el 26 de abril fiesta de San Isidoro de Sevilla que vivió tiempos complicados (556-636) época de transición entre la decadencia del mundo romano y el asentamiento en España del pueblo visigodo y sus problemas religiosos: arrianismo y catolicismo.


Seguramente muchos recordarán los nombres de Leovigildo, Hermenegildo y Recaredo, que consiguió la unidad religiosa bajo el catolicismo. Pues en esa época brilló San Isidoro y sus hermanos, también santos, Leandro y Florentina.


Fue San Isidoro un hombre sabio, no solo de sabiduría humana, que también cultivó acumulando todo el saber humano de su tiempo, sino con el espíritu de lo que dice la Biblia en su Libro de la Sabiduría que ojalá conocieran todos nuestros gobernantes, pues empieza diciendo: Amad la justicia los que juzgáis la tierra y como Salomón pedid la prudencia para vuestras decisiones y llegará a vosotros el espíritu de sabiduría.


Dedicado en cuerpo y alma a su pueblo fue modelo de gobernante y un faro de luz en aquellos calamitosos tiempos de divisiones y enfrentamientos.


Pienso que todo aquel que decide dedicarse a la política debe estar convencido de que va a realizar un servicio a favor de sus conciudadanos y nunca podrá dedicarse a atizar enemistades y banderías ni mucho menos a enriquecerse con el puesto que estos mismos ciudadanos le otorguen.

No serán las teorías de marxistas o librecambistas las que conseguirán mejorar nuestro mundo y mucho menos si ambas teorías se alían para someter a los ciudadanos a regímenes totalitarios que digan: no tendrás nada, pero serás feliz.


Hay que huir, como de la peste, de agendas anunciadoras de cambios o de reinicios. Debemos examinar si es el espíritu de sabiduría quien inspira a tantos inquietantes personajes y confusas instituciones internacionales, así como las adhesiones de nuestros propios gobernantes a tales foros.


Es fácil comprobar como las leyes que, con mil argucias y componendas, nos imponen cada día a los ciudadanos están cada vez más lejos de Dios y más cerca del desastre.


No hay que creer a los que opinan que Dios no existe, que el hombre se ha hecho a sí mismo y puede decidir por encima y en contra hasta de la misma biología o que no hay que respetar ninguna norma religiosa, ni que exista otra vida después de la muerte. Todo esto no es ciencia sino ignorancia y manipulación interesada.


El espíritu de sabiduría tiende a la paz y a la concordia y nunca a la algarada ni al enfrentamiento. Tenemos una milenaria historia, con sus luces y sus sombras, de la que debemos sentirnos satisfechos y no podemos aceptar que se falsee ni tergiverse por los propios españoles y mucho menos manejarla como arma arrojadiza para hundir al adversario político.


El espíritu de sabiduría nos dice que la vida es sagrada desde la concepción hasta la muerte natural y que todo el que sufre es acreedor a nuestro amor y nuestros cuidados. Tampoco es aceptable que mientras unos mueren de hambre otros se forren.


Todos tenemos que trabajar por un mundo más justo y tratar de conseguir la sabiduría que viene de Dios.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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