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Las nuevas dependencias

Los pertenecientes al segmento de plata no estamos acostumbrados a tanta dependencia
Manuel Montes Cleries
jueves, 17 de septiembre de 2020, 08:30 h (CET)

No, no me refiero a ese tipo de “dependencias” que condenan a las personas a un futuro terrible. Nada de sustancias “especiales” que dan alas artificiales o las quitan. Estoy pensando en las “nuevas necesidades” que se han incorporado a nuestras vidas en un corto espacio de tiempo y han cercenado nuestra libertad.

Hace muchos años me gustaba comentar a quien me quería escuchar. ¿Qué importa si lo que me impide volar sea una fuerte cadena o una sencilla cuerda de lino? Sí no la puedo cortar soy esclavo de la misma.

En la actualidad nuestras ataduras se basan en la necesidad imperiosa que sufrimos la mayoría de los mortales de estar continuamente conectados a la red o a las redes. Es impensable el andar por la vida sin un teléfono inalámbrico y sin un ordenador. Lo he comprobado en mis propias carnes. Les explico.

Cada verano me encuentro con el gran problema que surge de la necesidad de trasladar mi línea telefónica de mi segunda vivienda a la primera. Una vez más, este año, ha surgido el drama. Pese a que he solicitado el cambio con la debida antelación, los señores de la compañía telefónica, a la que pertenezco de toda la vida, me indican que hay problemas de conexión que procurarán resolver en ¿breve?

Se me ha venido el mundo encima. ¿Cómo voy a estar el tiempo que MoviStar decida, sin Internet ni televisión por cable? Gracias a Dios estoy jubilado y no tengo que trabajar oficialmente ni siquiera por medio de la red. Pero ante mí surge un ansia indescriptible ante la pérdida de uno de mis sentidos: el sentido de la comunicación.

No hace ni treinta años me conformaba con un teléfono fijo, un contestador automático y un fax. Con estos medios llevaba adelante mis obligaciones profesionales y lúdicas. Vivía tan requetefeliz. En mí, en la actualidad, han nacido nuevas necesidades.

Supongo que para una persona joven la perdida de un móvil en el bolsillo y un ordenador en el dormitorio, significan un auténtico drama o una tortura malaya. Y, desgraciadamente, para los mayores… casi también.

El progreso es maravilloso, pero tenemos que cuidar de que no nos provoque dependencias. Recuerdo que cuando era un adolescente nos asustaban con el temor al comunismo. Entre tanto nos largaron el consumismo y así nos han dejado. Sin un ordenador o un teléfono móvil de última generación no somos nada. No podemos comprar, ni podemos conocer la vida de los demás, visitar al médico, ni ver a nuestra gente. No podemos vivir.

Me voy a hacer a la idea de que me he exiliado a lo alto de un monte de la Axarquía. Que bien voy a estar. Pero se me plantea una duda. ¿Habrá cobertura telefónica? No tenemos arreglo. Maroma o cadena, que más da.

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Fuera esperaba el amanecer… Últimamente sus días acababan al mediodía; el tiempo de colgarse de un cigarrillo y fumarse toda la niebla de unas pocas horas en que podría deslizar su fantasma por entre las cosas. No recordaba de seguro su edad; el espejo le traicionaba y sólo le reflejaba la mitad que nunca sospechó ser. 

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Llevamos años y todos cuantos se imaginen ustedes, seguirán siendo pacto con el silencio de siempre. Una mudez que no cesa. Uno que lleva bastantes años jubilado y se ha tenido que enganchar en AVE, ha visto en ese tiempo las sacudidas, las esperas en plena vía del tren y en mitad del campo. Los plantones y sacudidas, con las esperas a que nos tienen acostumbrados la Renfe, a veces con periodos de cuatro y cinco horas en mitad de la nada en la ruta de Algeciras-Antequera.

 
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