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Cirio de San Pedro, puesto en el minúsculo talle del niño que en desfile y expectante se embelesa ante la mudez del nazareno

Cirio

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Cirio derramador de lágrimas, color de la sangre, que chorrean interminables por los guantes inmaculados del niño que habita en el éxtasis ante la Pasión que emana de la andadura torturante –y con espinas la frente- del hombre al que por nombre pusieron el de Jesús, salvador –piensa el niño- de los que cabizbajos regresan a sus moradas como figuras rotas y el vacío en los bolsillos, de los que se muestran casi ausentes y en los ojos mortecinos la deriva al abismo del alcohol o la heroína, de los que tienen la envoltura resquebrajada porque esclavizados entregan el sudor de la fatigosa senda a cada nervio desde el alba, de los que se arrastran por el filo mismo de la cuchilla, de los que agonizan por hambre con las manos extendidas en los ángulos de cualquier esquina, de los que se mueren en portales o en solares de soledad infinita.

Cirio vivificante, luminaria pura que encandila el corazón del niño arrobado ante el Refugio de plata en el que mora la compunción sobrecogedora de la hermosa mujer a la que por gracia pusieron la de María, regazo inmenso y misericordioso –piensa el niño- para los que son señalados con el dedo y etiquetados no válidos y arrojados sin reparo alguno al más cruel de los desamparos, para los que no poseen estrellas y se hacinan en la cara oculta de la ciudad asesina, para los que con la pesadumbre a cuestas se confunden a diario y se ahogan en un mar de dudas y que por no sentir no sienten ni siquiera los latidos del corazón, para los que tiritan de pena y estallan en llanto amargo, para los heridos por el dardo del desamor; para todos los que sufren en las carnes el rechazo y la marginación por el pigmento de su piel, por la filosofía de su credo o por la opción de su sexo.

Cirio de San Pedro, puesto en el minúsculo talle del niño que en desfile y expectante se embelesa ante la mudez del nazareno, ante los faroles que adivinan y la cruz que guía, ante las cruces que exculpan, ante los pies descalzos, ante la cadena que ata y que por atar desata, ante el tono austero del morado y los innumerables dibujos en el aire del incienso. Cirio de San Pedro, cirio. Cirio goteando libre un sinfín de esperanzas sobre los suelos adoquinados de aquella Huelva marinera y cana, en donde dormita para siempre la memoria engalanada de mis padres que hacían de la Pasión y el Refugio un rito en la tarde de cada sagrado martes aderezando el salón de la casa de la plazoleta de refulgentes deseos, tanto para el cuerpo y tanto para el alma. Cirio de San Pedro: bastón de encarnada cera en que se apoya este pobrecito escribidor de existencia zigzagueante.

Cirio

Cirio de San Pedro, puesto en el minúsculo talle del niño que en desfile y expectante se embelesa ante la mudez del nazareno
José Jesús Conde
sábado, 4 de abril de 2020, 08:32 h (CET)

Cirio derramador de lágrimas, color de la sangre, que chorrean interminables por los guantes inmaculados del niño que habita en el éxtasis ante la Pasión que emana de la andadura torturante –y con espinas la frente- del hombre al que por nombre pusieron el de Jesús, salvador –piensa el niño- de los que cabizbajos regresan a sus moradas como figuras rotas y el vacío en los bolsillos, de los que se muestran casi ausentes y en los ojos mortecinos la deriva al abismo del alcohol o la heroína, de los que tienen la envoltura resquebrajada porque esclavizados entregan el sudor de la fatigosa senda a cada nervio desde el alba, de los que se arrastran por el filo mismo de la cuchilla, de los que agonizan por hambre con las manos extendidas en los ángulos de cualquier esquina, de los que se mueren en portales o en solares de soledad infinita.

Cirio vivificante, luminaria pura que encandila el corazón del niño arrobado ante el Refugio de plata en el que mora la compunción sobrecogedora de la hermosa mujer a la que por gracia pusieron la de María, regazo inmenso y misericordioso –piensa el niño- para los que son señalados con el dedo y etiquetados no válidos y arrojados sin reparo alguno al más cruel de los desamparos, para los que no poseen estrellas y se hacinan en la cara oculta de la ciudad asesina, para los que con la pesadumbre a cuestas se confunden a diario y se ahogan en un mar de dudas y que por no sentir no sienten ni siquiera los latidos del corazón, para los que tiritan de pena y estallan en llanto amargo, para los heridos por el dardo del desamor; para todos los que sufren en las carnes el rechazo y la marginación por el pigmento de su piel, por la filosofía de su credo o por la opción de su sexo.

Cirio de San Pedro, puesto en el minúsculo talle del niño que en desfile y expectante se embelesa ante la mudez del nazareno, ante los faroles que adivinan y la cruz que guía, ante las cruces que exculpan, ante los pies descalzos, ante la cadena que ata y que por atar desata, ante el tono austero del morado y los innumerables dibujos en el aire del incienso. Cirio de San Pedro, cirio. Cirio goteando libre un sinfín de esperanzas sobre los suelos adoquinados de aquella Huelva marinera y cana, en donde dormita para siempre la memoria engalanada de mis padres que hacían de la Pasión y el Refugio un rito en la tarde de cada sagrado martes aderezando el salón de la casa de la plazoleta de refulgentes deseos, tanto para el cuerpo y tanto para el alma. Cirio de San Pedro: bastón de encarnada cera en que se apoya este pobrecito escribidor de existencia zigzagueante.

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