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Apagar la luz y sin embargo seguir viendo, marcando cintura con el cinturón de perlas color negro, las piernas apretadas con las medias de nylon color blanco y el corazón en la mano para entregarlo, con lealtad y honestidad.
Fracaso y triunfo no se entienden y yo no sé donde estoy.
Llegar a conocer la esperanza de un amor mayor y solar, que pueda materializarse, que no te haga daño y que no te permita ser el "despojo", la probable, la de prueba.
Quiero un amigo para siempre, que no sea capaz de tocarme un solo pelo, salvo para acariciarlo.
A quienes estamos convencidos de la iniquidad intrínseca de Sánchez, no nos va a confundir la supuesta “carta de amor” de este cateto personaje a su Begoña amada, redactada de su “puño y letra” (con sus tradicionales errores y faltas gramaticales) y exceso de egolatría.
Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...
Tras su inicial construcción provisional, el Muro de Berlín acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, reforzado en su interior por cables de acero para así acrecentar su firmeza. Se organizó, asimismo, la denominada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día.
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