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El Estado del Bienestar

“La sociedad del ocio” es una utopía, una mentira, un bulo, una burda manera de enredar al personal
Manuel Senra
martes, 9 de julio de 2013, 08:21 h (CET)
Una vida es un movimiento constante en busca de la felicidad; arranca con un llanto, y conserva un halo de tristeza en esos elegíacos prolegómenos de la muerte. Visto así, o repitiéndose la escena, semeja un panorama francamente doloroso. Menos mal que son caminos poco transitados. De modo que lo mejor sería que cada uno encontrara la forma de llenarse por entero, en la vida, de las máximas satisfacciones posibles.

Pero, mirando con los ojos del porvenir, creo que las cosas están cada vez más complicadas. Incluso siendo conscientes de que la media de edad de cada individuo se va alargando por obra y gracia de una buena sanidad y de unos buenos sanitarios, amén de otras cosas, “la sociedad del ocio” es una utopía, una mentira, un bulo, una burda manera de enredar al personal para que no acabemos todos perdiendo la paciencia. Lo malo es que no solo me refiero a España, con 1/4 de pobreza, ni al cien por cien en África, ni al alto porcentaje de pobres que hay en los EE.UU (primera economía del mundo, por ahora). Ni a los gigantes emergentes como Rusia, China, India, y un poco más abajo, Brasil. Sí se viene observando en cambio una progresiva caída de la ya insufrible calidad de vida.

Que el ciudadano de a pie lo pasa cada vez peor y que, a día de hoy, estamos mucho peor que hace dos años, es un hecho. Y un primer culpable (con ser bueno y necesarias para cada país): el crecimiento de las exportaciones, debido a que se vende más barato, a costa de bajar hasta extremos extenuantes los salarios y el consiguiente aumento de las horas de trabajo; pero el nudo gordiano está en que ese propio país –gran exportador, decíamos- se va empobreciendo paulatinamente, pues el consumo interno no crece, decrece. Y entonces ni los trabajadores ni sus familias consumen porque no les alcanza los escasos salarios; no compran coches, por ejemplo, ni pueden acceder a “mínimos lujos”, lujo de esos que sería como dar una limosna a un rico.

¿Qué hacer? Pensar en inventar una nueva democracia. Eso ya lo dijo José Antonio Marina en 1995 con un título muy novedoso: “la ciberdemocracia”. “No se asuste -decía él-. Solo se trata de llegar a una participación continuada en la política, aprovechando las tecnologías electrónicas. Se cumple la previsión que hizo ´The Economist` con motivo del CL aniversario de su fundación: aumentará el interés por la democracia directa”. De eso, han pasado ya algunos años y el mundo no ha mejorado. Aunque, de todos modos, es verdad que se han notado tímidos conatos de acercamiento. A lo que ha ayudado mucho la tremenda corrupción generalizada, dígase también con toda claridad. Y cuando el ciudadano se ha convencido de que un gran número políticos le está robando su escaso pan, se han echado a la calle y, a voz en grito, ha ido reclamado sus derechos por las ciudades.

“En el mundo –continuó José Antonio Marina- hay la vaga pero tenaz idea de que tenemos que repensar los sistemas políticos”. En Francia, en ese mismo año de 1995, Pierre Rosanvalión publica un libro subtitulado Repensar el estado-provincia. Y Alain Minc, en reinventar la democracia.

Seguro que ya hay montones de libros en el mercado que hablen de este mismo asunto. Como cierto es también que ya no estamos donde estábamos. Se han dado pasos, decididamente firmes, en pos de alcanzar una mejor distribución de la riqueza (lo ricos menos ricos y los pobres menos pobres). Único modelo posible para no seguir retrocediendo. Siglos construyendo estados fuertes, inteligentemente dirigidos. Con poder. Y bellos ramos de flores cerca del corazón. Eso, así, tan hermoso, sería “el estado del bienestar”.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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