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El gen de la guerra

En alguna tertulia ultracentrista se llegó a aludir a la excelente preparación física del ex presidente, capaz de realizar mil abdominales de una tacada sin despeinarse. ¿En qué piensa Aznar durante esas compulsivas sesiones?
Alex Vidal
jueves, 21 de marzo de 2013, 08:30 h (CET)
"Si quieres ser amado, ama” aconseja Ovidio en su Ars Amandi. Sánchez Ferlosio habla sensu contrario de los amantes de España, “amantes apaches, de los de “la maté porque era mía”, dispuestos a cada instante a estrangularla, a pasarla a sangre y fuego en el momento en que, a su juicio, consideren que les ha sido infiel”. Diríase que una acusada tipología de la españolidad no mostró nunca pasión alguna por seducir, por alcanzar la consecución efectiva de una convivencia en plenitud. Como quien mantiene por la fuerza a su presa, sabedor de no satisfacerla, sólo así supo entender el español su imperial convivencia.

Recientemente, en la presentación de su libro de memorias, el ex presidente José María Aznar volvío a aludir a la guerra civil española: “Esta no es la mayor crisis nacionalista que hemos tenido; ya tuvimos una en 1934". No es la primera vez que lo hace. Para Aznar, Zapatero ya era en 2007, el flagrante responsable de una división social sin precedentes en España, "sólo equiparable a la que hace 70 años, llevase al país al más trágico episodio de su historia". Los paralelismos guerracivilistas del ex presidente sirven para que los españoles comprendamos lo intolerable de la situación en España por aquel entonces. Según Aznar, igual a la de ahora. Argumentos más que sobrados para la guerra.

Estos días se cumplen diez años de otra guerra, la de Irak. Guerra diseñada mediante falsedades por exclusivos intereses económicos. Cheney, Rumsfeld, Condolezza, Bush, supieron en todo momento que mentían. Por eso falsificaron los informes que Colin Powell presentó a la comunidad internacional y por la misma razón, ésta acabó rechazando la intervención. Así lo denunció el director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Mohamed el-Baradei, a quien de nada le sirvió documentar la realidad. Todo resultó en vano. A un vaquero sin escrupulos como Bush, no le importaría salir con el paso del tiempo a decir "que se equivocó". Formaba parte del negocio. Tony Blair por su parte, solventó la papeleta "pidiendo perdón por las armas que nunca existieron, aunque no por haber derrocado a Saddam".

Diez años después, la única persona que sigue sin mostrar arrepentimiento público alguno (real o fingido) es José María Aznar, nombrado tras la guerra consejero de News Corporation, el lupanar mediático de Murdoch, sostén de la decencia neoliberal en el mundo y de aquella masacre en particular. En alguna tertulia ultracentrista se llegó a aludir a la excelente preparación física del ex presidente, capaz de realizar mil abdominales de una tacada sin despeinarse. ¿En qué pensará Aznar durante sus compulsivas sesiones abdominales? Acaso se prepara a conciencia para nuevos fraticidios que ofuscan su mente.

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