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Puedo observar como en pocos metros de distancia, los que separa una carretera, pueden surgir muchas diferencias

El contraste

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El pasado verano hablaba de mi amigo Juan Caparrós, el último marengo del Rincón de la Victoria, con el que enhebro largas conversaciones a lo largo de la mañana mientras jugamos al dominó. En esta partida nos enfrentamos a otros “indígenas” cuya forma de pensar, de actuar y de vivir es completamente diferente.


Son los que viven al otro lado del “camino viejo” –también es cañada real usada en ocasiones- que era utilizado desde siempre por las diligencias que cubrían el trayecto entre Málaga y Vélez Málaga. Ese camino estaba asentado sobre una calzada romana cuyos viejos domus romanos aparecen en su alrededor apenas escarbamos un metro.

Desde siempre, la gente de la mar, habitaba en la zona que se ubicaba entre la carretera y el rebalaje. Su lenguaje era hispano-árabe y sigue siendo complicado entender muchas de sus palabras. Del camino viejo hacia allá se asientan los campesinos, gente bajada de los montes de Benagalbón y el Valdés. La mayoría de ellos han hecho una pequeña fortuna vendiendo sus huertas a promotoras que han convertido una zona rural en una especie de Benidorm a la malagueña.


Desde ambos lados de la carretera se miraba con displicencia a los de enfrente. Se minusvaloraba su trabajo y, difícilmente, se mezclaban las familias. El tiempo y la llamada de la construcción que ha servido de base al trabajo y la economía familiar de todos, han atenuado estas diferencias y acercado a unos y otros en una convivencia que rompe muchos años de alejamiento.

Hoy en día, pocas familias de la zona viven de la pesca o del campo. El turismo y los servicios que trae consigo, han creado los puestos de trabajo que ocupan las generaciones actuales.

Mi buena noticia de hoy es que los hogares del jubilado que acogen en estos tiempos a los mayores, que antaño no convivían, han conseguido una “entente cordiale” entre ambas “facciones”, en la que incluyen a los que socarronamente nos llaman “los señoritos”, en recuerdo de aquellos forasteros que venían a veranear durante el pasado siglo.

Al final, unos y otros nos sobrellevamos y compartimos nuestra experiencia de años que da pie para escribir miles de artículos.


El contraste

Puedo observar como en pocos metros de distancia, los que separa una carretera, pueden surgir muchas diferencias
Manuel Montes Cleries
martes, 2 de julio de 2019, 10:22 h (CET)

El pasado verano hablaba de mi amigo Juan Caparrós, el último marengo del Rincón de la Victoria, con el que enhebro largas conversaciones a lo largo de la mañana mientras jugamos al dominó. En esta partida nos enfrentamos a otros “indígenas” cuya forma de pensar, de actuar y de vivir es completamente diferente.


Son los que viven al otro lado del “camino viejo” –también es cañada real usada en ocasiones- que era utilizado desde siempre por las diligencias que cubrían el trayecto entre Málaga y Vélez Málaga. Ese camino estaba asentado sobre una calzada romana cuyos viejos domus romanos aparecen en su alrededor apenas escarbamos un metro.

Desde siempre, la gente de la mar, habitaba en la zona que se ubicaba entre la carretera y el rebalaje. Su lenguaje era hispano-árabe y sigue siendo complicado entender muchas de sus palabras. Del camino viejo hacia allá se asientan los campesinos, gente bajada de los montes de Benagalbón y el Valdés. La mayoría de ellos han hecho una pequeña fortuna vendiendo sus huertas a promotoras que han convertido una zona rural en una especie de Benidorm a la malagueña.


Desde ambos lados de la carretera se miraba con displicencia a los de enfrente. Se minusvaloraba su trabajo y, difícilmente, se mezclaban las familias. El tiempo y la llamada de la construcción que ha servido de base al trabajo y la economía familiar de todos, han atenuado estas diferencias y acercado a unos y otros en una convivencia que rompe muchos años de alejamiento.

Hoy en día, pocas familias de la zona viven de la pesca o del campo. El turismo y los servicios que trae consigo, han creado los puestos de trabajo que ocupan las generaciones actuales.

Mi buena noticia de hoy es que los hogares del jubilado que acogen en estos tiempos a los mayores, que antaño no convivían, han conseguido una “entente cordiale” entre ambas “facciones”, en la que incluyen a los que socarronamente nos llaman “los señoritos”, en recuerdo de aquellos forasteros que venían a veranear durante el pasado siglo.

Al final, unos y otros nos sobrellevamos y compartimos nuestra experiencia de años que da pie para escribir miles de artículos.


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