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Jesús es la imagen del Dios invisible
Octavi Pereña
martes, 25 de junio de 2019, 10:56 h (CET)

Cuando el periodista Víctor M. Amela entrevista a Erri de Luca, escritor y alpinista y le pegunta sobre Dios, recibe esta respuesta: “lo que no tengo no me fala”. Está seguro de Luca que porque no tiene a Dios porque lo desconoce, ¿no lo necesita?

Debido al programa misionero sus compañeros de labor dejan al apóstol Pablo solo en Atenas. Durante el tiempo de espera del regreso de sus compañeros el apóstol no permanece ocioso. “Su espíritu se enardecía viendo a la ciudad entregada a la idolatría” (Hechos 17: 16). El texto nos dice que “discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían. Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él” (vv.17, 18). El apóstol hablaba con judíos y piadosos por la afinidad que los unía. También con filósofos epicúreos y estoicos que enseñaban doctrinas abiertamente contrarias al cristianismo. El apóstol no tenía ningún inconveniente de hablar con el pueblo en la plaza pública. Tampoco lo tenía de hacerlo con la elite intelectual ateniense en el Areópago, su sancta sanctórum, lugar de reunión en donde se debatían los problemas de la ciudad y se trataban cuestiones filosóficas.

El mensaje que transmitía Pablo era desconocido a los atenienses. Despertaba su interés y querían saber más del mensaje que transmitía el “charlatán”. Se lo llevan al Areópago y le preguntan: “¿Podemos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas? Pues traes a nuestros oídos enseñanzas extrañas. Queremos, pues, saber que quiere decir esto. Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo” (vv. 19-21). Si el mensaje que se escucha no tiene sustancia aburre oírlo una y otra vez. Por esto a los atenienses y a nosotros nos aburre escuchar siempre la misma música. Se necesitan novedades. Es por esto que en nuestros días tienen tanta audiencia los programas televisivos que entretienen a las multitudes interesadas únicamente en saber novedades de los famosos que les proporcionan el material necesario para las tertulias de café.

Llegados al Areópago, Pablo en pie en medio de las eminencias de la ciudad quiere despertar su atención diciéndoles: “Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos” (v.22). Un predicador sensato no tratará el tema religioso para distraer a su auditorio. Va a la medula del tema: “Porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: Al dios desconocido (v. 23). El apóstol mostrando empatía hacia sus oyentes expresa el interés que siente por ellos. No hará un discurso académico para demostrar a sus oyentes que es tanto o mejor orador que los que previamente hayan puesto los pies en tan privilegiado lugar. Los atenienses querían tener contentos a todos los dioses. Por si acaso se habían olvidado alguno, corrigen el error edificando un templo dedicado al dios desconocido. Es imposible adorar a un dios desconocido. Aprovechando la ignorancia que los atenienses tenían de la verdadera religión, les dice: “Al dios desconocido, al que vosotros adoráis, pues sin conocerlo, es a quien yo os anuncio” (v. 23).

Jesús es la imagen del Dios invisible. El apóstol Felipe, en su ignorancia, le dice a Jesús: “Muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre, ¿cómo, pues, dices tú: muéstranos al Padre? (Juan 14: 8,9). En Jesús el Padre deja de ser un Dios desconocido. En su disertación Pablo expone características del Dios conocido. La que en estos momentos acapara nuestra atención ocupa el último lugar. “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan, por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel Hombre a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (vv. 30,31).

La reacción de los atenienses al mensaje de Pablo fue: “Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez” (v.32). Cuando Pablo tocó las conciencias de aquellos que querían “saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas”, la mayoría prefirieron quedarse con las filosofías de los epicúreos y de los estoicos que halagan a quienes las escuchan pero que no otorgan la esperanza que da la fe en Jesús resucitado.

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