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No perdamos de vista la especial situación en la que se encuentran Ángela Merkel y E.Macron en sus países

¿Entente franco-alemana? ¿Una Europa a dos velocidades?

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Son las fronteras invisibles, divisiones que no apreciamos en los mapas comunes pero que perviven en las estadísticas y en las realidades sociales de cada país. Fantasmas de antiguos estados que desaparecieron hace más de un siglo o hace algunas décadas, divisiones culturales internas que la modernidad no ha apagado.” Mohorte.


El gran estadista alemán Helmut Kohl aprovechó la ocasión que le proporcionaron los actos de celebración del Día de la Unidad Alemana, en octubre del 2015, para demostrar su visión de futuro respecto al porvenir de Europa, pronunciando, en su discurso, la siguiente frase: «Una Europa a la carta, en la que cada socio elige solamente aquello que especialmente le conviene, no puede ser tanto nuestra meta como una Europa que se mantenga en alineación con el barco más lento del convoy». El fino olfato del mandatario alemán ya le previno de que, cualquier deserción que se produjera dentro de la CE, cualquiera que fuera la importancia de la nación que decidiera abandonar el proyecto europeo o bien, el intento de cualquiera de los socios europeos que, prescindiendo del interés común, pretendiera hacer prevalecer cuestiones propias, conseguir ventajas sobre el resto de socios o consideraciones especiales, argumentando o pretendiendo hacer valer derechos, costumbres, particularidades nacionales o privilegios que la distinguiera o representara una excepción respecto lo establecido para todo el resto de naciones, significaría el principio del fin del gran proyecto europeo.


Es evidente que el brexit británico ha significado un mazazo difícilmente digerible para el conjunto de la UE, no sólo por el hecho de que una de las economías más fuertes de la CE, pretende abandonar la unión, sino por el gran impacto que se va a producir en el resto de socios con los que la GB ha venido teniendo relaciones comerciales, intercambio de ciudadanos, intereses industriales comunes, libertad de circulación de los ciudadanos europeos por todos los países de la UE, supresión de aranceles, proyectos conjuntos etc. La situación por la que está pasando la gran nación británica viene demostrando que, quienes se apresuraron a convocar el referendo que ha dado lugar al proyecto de separación fue, sin duda, precipitado, inoportuno, poco meditado y fruto, seguramente, de uno de estos ataques de orgullo nacional que algunas naciones, impulsadas más por el corazón que por el raciocinio, de tanto en tanto, cometen el error de anteponer al sentido común.


Es evidente que, el impacto del brexit de la GB con el resto de Europa, va a obligar a la UE a replantearse sus políticas internas, a modificar algunas de sus organizaciones, entre ellas pudiera ser que la propia OTAN, según cuales fueren las intenciones del gobierno inglés respecto a los compromisos de defensa que tuviere con la organización de defensa de la comunidad europea. Quizá sea por este motivo, puede que por el descenso de popularidad que ambos mandatarios han venido experimentando últimamente en sus respectivas naciones o porque Francia y Alemania se han dado cuenta de que, el abandono de la GB, crea un hueco, un vacío o una oportunidad, según el punto de vista con el que se mire, de crear, dentro del mismo seno de la UE, una alianza que venga a reforzar la tradicional amistad que a través, de los distintos gobiernos, se ha venido manteniendo entre ambas potencias, olvidados los rencores momentáneos fruto de las tres contiendas en las que estuvieron enfrentados en el campo de batalla.


El nuevo tratado de Aquisgrán, la ciudad alemana en la que existe la catedral católica más antigua de toda Europa, que los respectivos jefes de gobierno de Alemania y Francia acaban de firmar, recordando el primer acuerdo de amistad entre ambos países firmado el 22 de Enero de 1963, ha significado un nuevo paso en la consolidación de las buenas relaciones entre ambas naciones y sus propios jefes de estado y, al mismo tiempo, sin duda alguna se puede interpretar como un aviso para navegantes para el resto de países que siguen perteneciendo a la UE. Sin duda, faltando la participación inglesa si es que finalmente se confirma el brexit que se viene anunciando, a pesar de la creciente impopularidad de esta opción dentro del propio RU; seguramente quiere suponer una reafirmación del espíritu de la unión puesto en cuestión por el abandono británico y cuestionado por los populismos que tanto predicamento van consiguiendo en la propia Europa comunitaria. También, ambos mandatarios, se han pronunciado abiertamente sobre el hecho de que: “la amenaza hoy día ya no viene de los países vecinos, sino del interior de nuestras sociedades”. En el texto del acuerdo se habla de elevar sus relaciones bilaterales a un nivel superior y prepararse para los desafíos que ambos estados y Europa afrontan en el Siglo XXI.


Sin embargo, visto que en esta ocasión España permanece al margen de estas importantes decisiones, volvemos a sentir la desagradable sensación de que las dos más importantes economías que permanecen en la CE, Alemania y Francia, están viendo con gran prevención lo que le espera a esta vieja Europa en la que, se quiera o no, por distintas y variadas razones, hay muchas naciones pertenecientes a la UE que, fuera por los gobiernos que las dirigen o por sus particulares problemas internos parecen condenados, si no inmediatamente, pero sí a medio y corto plazo, a pasar por dificultades que pudieran venir agravadas, si los anuncios de los economistas sobre la posible aparición de una nueva crisis económica que pudiera verse como especialmente peligrosa para las naciones peor preparadas, como pudieran ser Grecia, Portugal, Italia y la propia España ahora en manos de gobiernos inestables, de tendencia izquierdista y anticapitalistas; una amenaza nada despreciable si se tiene en cuenta las tensiones de los mercados debidas a las tirantes relaciones entre los EE.UU y China, que están poniendo a prueba la economía de todo el mundo civilizado.


Tenemos y tememos que, en un momento determinado, si se llegara a producir la crisis anunciada, la tentación de Francia y Alemania sería amarrarse los machos, asegurarse de que los efectos de los bandazos económicos que se pudieran producir no les afectasen demasiado y dejar que el resto de países europeos se las arreglaran como pudieran. Esto resucita la idea de una Europa a dos velocidades, en la que los países del Sur de Europa pudieran tener que soportar con menos posibilidades de superar la tormenta económica, industrial y social que se pudiera derivar de la situación política internacional, incluso sin tener el apoyo de aquellas naciones que prefirieran mantener un bloque de supervivientes, aunque ello fuera a costa de que aquellas otras naciones que resultaran más incómodas, que tuvieran gobiernos menos propicios a la disciplina comunitaria o que estuvieran sujetas a procesos separatistas, como es el caso de España, o propicias a caer en políticas totalitarias de carácter intervencionista o dictatorial; a las que, probablemente, se las dejaría a su suerte y con la posibilidad de quedar excluidas de la moneda única europea, el Euro.


No perdamos de vista la especial situación en la que se encuentran Ángela Merkel y E.Macron en sus respectivos países, donde los índices de popularidad de ambos mandatarios han sufrido importante bajones debido a errores que, ambas figuras de la política, han cometido en sus respectivas naciones. Algo que obligó a la señora Merkel a prometer a sus seguidores y oponentes a renunciar a presentarse para un próximo mandato y a Macron a rebajar sus pretensiones de cambios económicos y fiscales que han sido puestos en cuestión por los famosos chalecos amarillos en manifestaciones, tan numerosas y persistentes, como hacía años que no se veían en la nación francesa. Ambos necesitan y, al parecer lo han buscado en este pacto de Aquisgrán, un revulsivo que les ayudara a adquirir protagonismo y un impulso que hiciera olvidar errores de cálculo que son los que los han conducido a uno de sus peores momentos, desde que iniciaron su mandato.


Sin duda es difícil, desde la simple perspectiva de un ciudadanos de a pie, el poder tener una visión general que le permitiera emitir un juicio más documentado pero, cuando el río suena, agua lleva y ya son muchos los que nos vienen advirtiendo de que volvemos a estar en peligro de que se produzca una nueva recesión. Basta que le demos un vistazo a nuestro alrededor, veamos la situación política en la que nos encontramos y valoremos la clase de gobierno que, por desgracia, gobernar no gobierna aunque se dedique a aparentar que está en condiciones de afrontar todo lo que le pongan delante menos… poner orden ante una simple huelga de taxis, contra la que el ministro de Fomento no se atreve a actuar aunque, con toda la cara dura del mundo, se limite a bromear sobre lo hábil que fue pasándoles el “marrón” a las comunidades autónomas. ¡Impresentable!


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos preocupa que nuestros gobernantes se dediquen sólo a preocuparse de que, los parlamentarios europeos, no pongan pegas a unos presupuestos que ellos saben que no tienen posibilidades de cumplirse y, entre tanto, aquello que nos pudiera afectar de una manera grave, que se está urdiendo en las altas instancias europeas, queda postergado porque, al señor Sánchez, lo único que le interesa es que los separatistas catalanes y los comunistas bolivarianos de Podemos le ayuden a sacar adelante los PGE del año 2019, con lo que piensa que se asegura estar en la poltrona de Presidente del gobierno español, hasta las elecciones del 2020. Falconitis algunos lo llaman y, en verdad, le ha tomado un gusto exacerbado a usar, para sus viajes sin justificar este caro y lujoso medio de transporte; es decir, la imagen de un socialista al que le gusta vivir como un burgués.

¿Entente franco-alemana? ¿Una Europa a dos velocidades?

No perdamos de vista la especial situación en la que se encuentran Ángela Merkel y E.Macron en sus países
Miguel Massanet
viernes, 25 de enero de 2019, 11:38 h (CET)

Son las fronteras invisibles, divisiones que no apreciamos en los mapas comunes pero que perviven en las estadísticas y en las realidades sociales de cada país. Fantasmas de antiguos estados que desaparecieron hace más de un siglo o hace algunas décadas, divisiones culturales internas que la modernidad no ha apagado.” Mohorte.


El gran estadista alemán Helmut Kohl aprovechó la ocasión que le proporcionaron los actos de celebración del Día de la Unidad Alemana, en octubre del 2015, para demostrar su visión de futuro respecto al porvenir de Europa, pronunciando, en su discurso, la siguiente frase: «Una Europa a la carta, en la que cada socio elige solamente aquello que especialmente le conviene, no puede ser tanto nuestra meta como una Europa que se mantenga en alineación con el barco más lento del convoy». El fino olfato del mandatario alemán ya le previno de que, cualquier deserción que se produjera dentro de la CE, cualquiera que fuera la importancia de la nación que decidiera abandonar el proyecto europeo o bien, el intento de cualquiera de los socios europeos que, prescindiendo del interés común, pretendiera hacer prevalecer cuestiones propias, conseguir ventajas sobre el resto de socios o consideraciones especiales, argumentando o pretendiendo hacer valer derechos, costumbres, particularidades nacionales o privilegios que la distinguiera o representara una excepción respecto lo establecido para todo el resto de naciones, significaría el principio del fin del gran proyecto europeo.


Es evidente que el brexit británico ha significado un mazazo difícilmente digerible para el conjunto de la UE, no sólo por el hecho de que una de las economías más fuertes de la CE, pretende abandonar la unión, sino por el gran impacto que se va a producir en el resto de socios con los que la GB ha venido teniendo relaciones comerciales, intercambio de ciudadanos, intereses industriales comunes, libertad de circulación de los ciudadanos europeos por todos los países de la UE, supresión de aranceles, proyectos conjuntos etc. La situación por la que está pasando la gran nación británica viene demostrando que, quienes se apresuraron a convocar el referendo que ha dado lugar al proyecto de separación fue, sin duda, precipitado, inoportuno, poco meditado y fruto, seguramente, de uno de estos ataques de orgullo nacional que algunas naciones, impulsadas más por el corazón que por el raciocinio, de tanto en tanto, cometen el error de anteponer al sentido común.


Es evidente que, el impacto del brexit de la GB con el resto de Europa, va a obligar a la UE a replantearse sus políticas internas, a modificar algunas de sus organizaciones, entre ellas pudiera ser que la propia OTAN, según cuales fueren las intenciones del gobierno inglés respecto a los compromisos de defensa que tuviere con la organización de defensa de la comunidad europea. Quizá sea por este motivo, puede que por el descenso de popularidad que ambos mandatarios han venido experimentando últimamente en sus respectivas naciones o porque Francia y Alemania se han dado cuenta de que, el abandono de la GB, crea un hueco, un vacío o una oportunidad, según el punto de vista con el que se mire, de crear, dentro del mismo seno de la UE, una alianza que venga a reforzar la tradicional amistad que a través, de los distintos gobiernos, se ha venido manteniendo entre ambas potencias, olvidados los rencores momentáneos fruto de las tres contiendas en las que estuvieron enfrentados en el campo de batalla.


El nuevo tratado de Aquisgrán, la ciudad alemana en la que existe la catedral católica más antigua de toda Europa, que los respectivos jefes de gobierno de Alemania y Francia acaban de firmar, recordando el primer acuerdo de amistad entre ambos países firmado el 22 de Enero de 1963, ha significado un nuevo paso en la consolidación de las buenas relaciones entre ambas naciones y sus propios jefes de estado y, al mismo tiempo, sin duda alguna se puede interpretar como un aviso para navegantes para el resto de países que siguen perteneciendo a la UE. Sin duda, faltando la participación inglesa si es que finalmente se confirma el brexit que se viene anunciando, a pesar de la creciente impopularidad de esta opción dentro del propio RU; seguramente quiere suponer una reafirmación del espíritu de la unión puesto en cuestión por el abandono británico y cuestionado por los populismos que tanto predicamento van consiguiendo en la propia Europa comunitaria. También, ambos mandatarios, se han pronunciado abiertamente sobre el hecho de que: “la amenaza hoy día ya no viene de los países vecinos, sino del interior de nuestras sociedades”. En el texto del acuerdo se habla de elevar sus relaciones bilaterales a un nivel superior y prepararse para los desafíos que ambos estados y Europa afrontan en el Siglo XXI.


Sin embargo, visto que en esta ocasión España permanece al margen de estas importantes decisiones, volvemos a sentir la desagradable sensación de que las dos más importantes economías que permanecen en la CE, Alemania y Francia, están viendo con gran prevención lo que le espera a esta vieja Europa en la que, se quiera o no, por distintas y variadas razones, hay muchas naciones pertenecientes a la UE que, fuera por los gobiernos que las dirigen o por sus particulares problemas internos parecen condenados, si no inmediatamente, pero sí a medio y corto plazo, a pasar por dificultades que pudieran venir agravadas, si los anuncios de los economistas sobre la posible aparición de una nueva crisis económica que pudiera verse como especialmente peligrosa para las naciones peor preparadas, como pudieran ser Grecia, Portugal, Italia y la propia España ahora en manos de gobiernos inestables, de tendencia izquierdista y anticapitalistas; una amenaza nada despreciable si se tiene en cuenta las tensiones de los mercados debidas a las tirantes relaciones entre los EE.UU y China, que están poniendo a prueba la economía de todo el mundo civilizado.


Tenemos y tememos que, en un momento determinado, si se llegara a producir la crisis anunciada, la tentación de Francia y Alemania sería amarrarse los machos, asegurarse de que los efectos de los bandazos económicos que se pudieran producir no les afectasen demasiado y dejar que el resto de países europeos se las arreglaran como pudieran. Esto resucita la idea de una Europa a dos velocidades, en la que los países del Sur de Europa pudieran tener que soportar con menos posibilidades de superar la tormenta económica, industrial y social que se pudiera derivar de la situación política internacional, incluso sin tener el apoyo de aquellas naciones que prefirieran mantener un bloque de supervivientes, aunque ello fuera a costa de que aquellas otras naciones que resultaran más incómodas, que tuvieran gobiernos menos propicios a la disciplina comunitaria o que estuvieran sujetas a procesos separatistas, como es el caso de España, o propicias a caer en políticas totalitarias de carácter intervencionista o dictatorial; a las que, probablemente, se las dejaría a su suerte y con la posibilidad de quedar excluidas de la moneda única europea, el Euro.


No perdamos de vista la especial situación en la que se encuentran Ángela Merkel y E.Macron en sus respectivos países, donde los índices de popularidad de ambos mandatarios han sufrido importante bajones debido a errores que, ambas figuras de la política, han cometido en sus respectivas naciones. Algo que obligó a la señora Merkel a prometer a sus seguidores y oponentes a renunciar a presentarse para un próximo mandato y a Macron a rebajar sus pretensiones de cambios económicos y fiscales que han sido puestos en cuestión por los famosos chalecos amarillos en manifestaciones, tan numerosas y persistentes, como hacía años que no se veían en la nación francesa. Ambos necesitan y, al parecer lo han buscado en este pacto de Aquisgrán, un revulsivo que les ayudara a adquirir protagonismo y un impulso que hiciera olvidar errores de cálculo que son los que los han conducido a uno de sus peores momentos, desde que iniciaron su mandato.


Sin duda es difícil, desde la simple perspectiva de un ciudadanos de a pie, el poder tener una visión general que le permitiera emitir un juicio más documentado pero, cuando el río suena, agua lleva y ya son muchos los que nos vienen advirtiendo de que volvemos a estar en peligro de que se produzca una nueva recesión. Basta que le demos un vistazo a nuestro alrededor, veamos la situación política en la que nos encontramos y valoremos la clase de gobierno que, por desgracia, gobernar no gobierna aunque se dedique a aparentar que está en condiciones de afrontar todo lo que le pongan delante menos… poner orden ante una simple huelga de taxis, contra la que el ministro de Fomento no se atreve a actuar aunque, con toda la cara dura del mundo, se limite a bromear sobre lo hábil que fue pasándoles el “marrón” a las comunidades autónomas. ¡Impresentable!


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos preocupa que nuestros gobernantes se dediquen sólo a preocuparse de que, los parlamentarios europeos, no pongan pegas a unos presupuestos que ellos saben que no tienen posibilidades de cumplirse y, entre tanto, aquello que nos pudiera afectar de una manera grave, que se está urdiendo en las altas instancias europeas, queda postergado porque, al señor Sánchez, lo único que le interesa es que los separatistas catalanes y los comunistas bolivarianos de Podemos le ayuden a sacar adelante los PGE del año 2019, con lo que piensa que se asegura estar en la poltrona de Presidente del gobierno español, hasta las elecciones del 2020. Falconitis algunos lo llaman y, en verdad, le ha tomado un gusto exacerbado a usar, para sus viajes sin justificar este caro y lujoso medio de transporte; es decir, la imagen de un socialista al que le gusta vivir como un burgués.

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