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Es necesario que dejemos avanzar a la democracia en su propia lógica

La democracia estancada

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La democracia se halla estancada en un estadio que habría de haber sido el previo a una apertura a la autogobernanza popular. Siendo los partidos vehículos de participación propios de tiempos en los que había que superar ciertas brechas político-sociales encuadrando a las bases (por lo tanto organizaciones sujetas a una contingencia), ya llegó hace tiempo el momento de que engrosen los anaqueles del museo de la historia dando paso a nuevas fórmulas, ya que de un tiempo a esta parte parecen haberse convertido en una inagotable fuente de problemas para las democracias en que habitan. Una vez racionalizados los antagonismos (pese a persistir grandes desigualdades en muchos casos) en las sociedades en que rigen las democracias parlamentarias por lo general, dado que los partidos se han convertido en grupos de intereses concretos, que no redundan en la articulación del interés común, habría de gestionarse la política en ámbitos más cercanos a la ciudadanía. El entramado estatal está constituido, y los políticos aupados por los partidos que entran en este suelen entorpecer la gestión de los funcionarios de carrera cuando no la orientan hacia unos intereses que no son los generales, sino otros de índole particular.


Se ha pervertido, así, mediante el actual sistema representativo, algo tan importante y que debiera ser de alta honorabilidad como la gestión política en algo chusco. Víctor Lapuente hablaba de “‘tabernización’ del Parlamento” y algunos de sus diagnósticos los expresaba así: “Tenemos un problema dietético, de malos hábitos en el consumo de la política promovidos por una industria mediática que nos ha vuelto adictos a los mensajes inmediatos. Pero también es un problema de la materia prima: los políticos son distintos a los de hace una o dos generaciones” (1), lo que contribuiría al momento político actual, en el que nuestras democracias andan renqueantes, como apuntaba José Andrés Rojo: “Si la democracia tiene hoy mala salud es porque se va imponiendo en todas partes la perversa fórmula que reduce cualquier debate político a un burdo combate entre los míos y los tuyos” (2).



Y mientras presenciamos estos sainetes la globalización capitalista campa a sus anchas y de qué manera, pues los partidos que nos ocupan la tienen más que asumida, por más que algunos la zahieran un poquito de boquilla para guardar las apariencias. Y esto no sería relevante si no ocurriera, entre otras cosas, lo que muy bien resumía Ángela Vallvey en una columna en la que parafraseaba algunos pasajes de un libro de Christophe Guilluy: “la globalización ha dividido a la población en tres bloques bien definidos: los ganadores (las élites, la nueva burguesía, que obtiene beneficio de ella), los protegidos (migrantes, sobre todo, porque suministran ‘mano de obra barata’), y los perdedores (las tradicionales clases medias y populares occidentales, que pagan la factura). La neo-burguesía, que defiende la sociedad abierta, se limita a aprovecharse de los beneficios de la globalización, y se permite mantener un discurso de superioridad altruista y abolición de fronteras” (3). En efecto, todas esas y algunas consecuencias más, constatables a nivel mundial, se han ido produciendo en una gran parte merced a la sustracción del poder decisorio en cuestiones políticas a las comunidades que engrosan los países en que se erigieron los Estados de marras. En efecto, la ausencia de control de la economía por el pueblo ha venido desencadenando en las últimas décadas auténticos desastres sociales. Un ejemplo claro, que nos queda muy próximo fue la reconversión del sistema bancario nacional allende lo que le pudiera parecer al ciudadano, quien algo de voz habría debido tener, ya que en tal cambalache han desaparecido nada menos que las cajas de ahorros, que nacieron con una clara vocación social. Andrés Aguilera Moral lo exponía muy claramente: “Los bancos tienen una clara orientación capitalista. Su objetivo es obtener un beneficio, parte del cual va dirigido a remunerar a sus accionistas en forma de dividendos, mientras que el resto se destina a recursos propios”, mientras que “Una de las características más destacables de las cajas de ahorros en su concepción original era su naturaleza benéfico-social. La obra benéfico-social se realizaba con los beneficios obtenidos una vez saneado el activo y constituidas las reservas” (4). Y ahora todo se ha complicado sustancialmente, pues las fundaciones bancarias no alcanzan los niveles en que se movían las cajas. Y todo esto sin hablar de los recortes en personal que ha conllevado la reconversión. Y los partidos y sus miembros, mirando para otra parte.


Antonio Caño expresaba muy claramente la relevancia de las agendas políticas y la frivolidad con que los actuales representantes políticos las afrontan: “La mayoría de esos retos exige planificación a largo plazo, trabajo sistemático y proyectos pactados en difíciles negociaciones que obligan a renuncias dolorosas. Pero los políticos de hoy prefieren ofrecer la Luna y aparentar que todo se resuelve sencillamente con un decreto ley, un tuit o una bonita pose para los informativos” (5).


Así las cosas, Daniel Innerarity ofrecía el siguiente panorama: “Las regularidades de la democracia representativa tal y como la conocemos parecen haberse roto cuando partidos, sindicatos y medios de comunicación han perdido buena parte de su autoridad, en un proceso general de desintermediación que tiene muchos efectos democratizadores, pero que también deja a las personas en una situación de mayor vulnerabilidad” (6). Esa circunstancia apuntada por Innerarity habría de ser trocada en oportunidad tomándose como horizonte unas mayores cotas de autogobierno popular, un gobierno responsable (del pueblo, directamente responsabilizado con respecto a su destino) que se sobreponga a las actuales partitocracias.


Notas

(1) Lapuente, V. (4-12-2018): “Payasos gladiadores”, “El País”, p. 13.

(2) Rojo, J. A. (7-12-2018): “Celebración”, “El País”, p. 12.

(3) Vallvey, A. (15-12-2018): “F/r/actura”, “La Razón”, p. 2.

(4) Aguilera Moral, A. (2017): “El sistema financiero español tras la crisis: evolución del sector de cajas de ahorros” “Gestión Joven”, nº 16, pp. 49-69, p. 52.

(5) Caño, A. (8-12-2018): “Es más complicado”, “El País”, p. 11.

(6) Innerarity, D. (10-12-2018): “Las voces de la ira”, “El País”, p. 13.

La democracia estancada

Es necesario que dejemos avanzar a la democracia en su propia lógica
Diego Vadillo López
lunes, 31 de diciembre de 2018, 01:02 h (CET)

La democracia se halla estancada en un estadio que habría de haber sido el previo a una apertura a la autogobernanza popular. Siendo los partidos vehículos de participación propios de tiempos en los que había que superar ciertas brechas político-sociales encuadrando a las bases (por lo tanto organizaciones sujetas a una contingencia), ya llegó hace tiempo el momento de que engrosen los anaqueles del museo de la historia dando paso a nuevas fórmulas, ya que de un tiempo a esta parte parecen haberse convertido en una inagotable fuente de problemas para las democracias en que habitan. Una vez racionalizados los antagonismos (pese a persistir grandes desigualdades en muchos casos) en las sociedades en que rigen las democracias parlamentarias por lo general, dado que los partidos se han convertido en grupos de intereses concretos, que no redundan en la articulación del interés común, habría de gestionarse la política en ámbitos más cercanos a la ciudadanía. El entramado estatal está constituido, y los políticos aupados por los partidos que entran en este suelen entorpecer la gestión de los funcionarios de carrera cuando no la orientan hacia unos intereses que no son los generales, sino otros de índole particular.


Se ha pervertido, así, mediante el actual sistema representativo, algo tan importante y que debiera ser de alta honorabilidad como la gestión política en algo chusco. Víctor Lapuente hablaba de “‘tabernización’ del Parlamento” y algunos de sus diagnósticos los expresaba así: “Tenemos un problema dietético, de malos hábitos en el consumo de la política promovidos por una industria mediática que nos ha vuelto adictos a los mensajes inmediatos. Pero también es un problema de la materia prima: los políticos son distintos a los de hace una o dos generaciones” (1), lo que contribuiría al momento político actual, en el que nuestras democracias andan renqueantes, como apuntaba José Andrés Rojo: “Si la democracia tiene hoy mala salud es porque se va imponiendo en todas partes la perversa fórmula que reduce cualquier debate político a un burdo combate entre los míos y los tuyos” (2).



Y mientras presenciamos estos sainetes la globalización capitalista campa a sus anchas y de qué manera, pues los partidos que nos ocupan la tienen más que asumida, por más que algunos la zahieran un poquito de boquilla para guardar las apariencias. Y esto no sería relevante si no ocurriera, entre otras cosas, lo que muy bien resumía Ángela Vallvey en una columna en la que parafraseaba algunos pasajes de un libro de Christophe Guilluy: “la globalización ha dividido a la población en tres bloques bien definidos: los ganadores (las élites, la nueva burguesía, que obtiene beneficio de ella), los protegidos (migrantes, sobre todo, porque suministran ‘mano de obra barata’), y los perdedores (las tradicionales clases medias y populares occidentales, que pagan la factura). La neo-burguesía, que defiende la sociedad abierta, se limita a aprovecharse de los beneficios de la globalización, y se permite mantener un discurso de superioridad altruista y abolición de fronteras” (3). En efecto, todas esas y algunas consecuencias más, constatables a nivel mundial, se han ido produciendo en una gran parte merced a la sustracción del poder decisorio en cuestiones políticas a las comunidades que engrosan los países en que se erigieron los Estados de marras. En efecto, la ausencia de control de la economía por el pueblo ha venido desencadenando en las últimas décadas auténticos desastres sociales. Un ejemplo claro, que nos queda muy próximo fue la reconversión del sistema bancario nacional allende lo que le pudiera parecer al ciudadano, quien algo de voz habría debido tener, ya que en tal cambalache han desaparecido nada menos que las cajas de ahorros, que nacieron con una clara vocación social. Andrés Aguilera Moral lo exponía muy claramente: “Los bancos tienen una clara orientación capitalista. Su objetivo es obtener un beneficio, parte del cual va dirigido a remunerar a sus accionistas en forma de dividendos, mientras que el resto se destina a recursos propios”, mientras que “Una de las características más destacables de las cajas de ahorros en su concepción original era su naturaleza benéfico-social. La obra benéfico-social se realizaba con los beneficios obtenidos una vez saneado el activo y constituidas las reservas” (4). Y ahora todo se ha complicado sustancialmente, pues las fundaciones bancarias no alcanzan los niveles en que se movían las cajas. Y todo esto sin hablar de los recortes en personal que ha conllevado la reconversión. Y los partidos y sus miembros, mirando para otra parte.


Antonio Caño expresaba muy claramente la relevancia de las agendas políticas y la frivolidad con que los actuales representantes políticos las afrontan: “La mayoría de esos retos exige planificación a largo plazo, trabajo sistemático y proyectos pactados en difíciles negociaciones que obligan a renuncias dolorosas. Pero los políticos de hoy prefieren ofrecer la Luna y aparentar que todo se resuelve sencillamente con un decreto ley, un tuit o una bonita pose para los informativos” (5).


Así las cosas, Daniel Innerarity ofrecía el siguiente panorama: “Las regularidades de la democracia representativa tal y como la conocemos parecen haberse roto cuando partidos, sindicatos y medios de comunicación han perdido buena parte de su autoridad, en un proceso general de desintermediación que tiene muchos efectos democratizadores, pero que también deja a las personas en una situación de mayor vulnerabilidad” (6). Esa circunstancia apuntada por Innerarity habría de ser trocada en oportunidad tomándose como horizonte unas mayores cotas de autogobierno popular, un gobierno responsable (del pueblo, directamente responsabilizado con respecto a su destino) que se sobreponga a las actuales partitocracias.


Notas

(1) Lapuente, V. (4-12-2018): “Payasos gladiadores”, “El País”, p. 13.

(2) Rojo, J. A. (7-12-2018): “Celebración”, “El País”, p. 12.

(3) Vallvey, A. (15-12-2018): “F/r/actura”, “La Razón”, p. 2.

(4) Aguilera Moral, A. (2017): “El sistema financiero español tras la crisis: evolución del sector de cajas de ahorros” “Gestión Joven”, nº 16, pp. 49-69, p. 52.

(5) Caño, A. (8-12-2018): “Es más complicado”, “El País”, p. 11.

(6) Innerarity, D. (10-12-2018): “Las voces de la ira”, “El País”, p. 13.

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