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Cada cual traza su camino

La cuestión no es caminar por delante, ni por detrás, sino concertados, con la ternura del acompañamiento como lenguaje, haciendo familia en definitiva
Víctor Corcoba
jueves, 25 de octubre de 2018, 09:05 h (CET)

Somos seres en permanente tránsito. En realidad todo está en movimiento. Nada permanece estático. Esto es la propia vida; un continuo descubrir de rumbos para abordar nuevos horizontes, que nos reintegren a la unión y a la reconciliada unidad. Algo que se consigue con el abrazo sincero, con la acogida y el diálogo, con el amor en suma, que es el vocablo que verdaderamente nos hace humanos. Circunstancias como la de UNICEF de acompañar a la caravana de migrantes que se dirige hacia Estados Unidos para ayudar a los numerosos niños que viajan en ella, nos hace sentirnos más grandiosos. Son estas autenticidades del corazón, precisamente, las que nos acrecientan la esperanza de espíritus hermanados, sin obviar nuestras raíces, que es lo que hace que me encuentre a mí mismo, junto a los demás, deseoso de hacer senderos hacia ese armónico andar de búsquedas en coherencia con el bien colectivo.


En efecto, cada cual traza su camino, pero verdaderamente avanzamos agrupados; de ahí lo importante que es promover hoy en día la justicia social, e injertar en las personas la dignidad de ser ciudadanos del mundo. Esto conlleva avivar en cada criatura, además, una ética de la responsabilidad en las relaciones de comunidad y con el medio ambiente. La cuestión no es caminar por delante, ni por detrás, sino concertados, con la ternura del acompañamiento como lenguaje, haciendo familia en definitiva. Quizás, por desgracia, una de las mayores pobrezas de la cultura actual sea la soledad, fruto de esa ausencia de ayuda entre humanos. En este sentido, nos alegra que en España, el matrimonio siga siendo el proceder mayoritario de convivencia de las parejas, a pesar de las nefastas políticas al respecto. No olvidemos que la fuerza de la unión, reside esencialmente en ese vínculo de amor y de enseñar a amar, que no se aprende en otro sitio mejor, que en la propia naturaleza innata de esa alianza conyugal verdadera.


Sea como fuere, en ese marchar conjunto nunca hay que darse por vencidos, ya sea ante las violencias continuas o las violaciones de los derechos humanos, pues todos nos merecemos sentirnos libres y poder vivir en concordia. Sabemos que el camino no es fácil, pero tampoco imposible, y aunque se multipliquen los conflictos, hallaremos la quietud a poco que luchemos con la voluntad de alcanzarla. No caigamos en la trampa de negarnos a proyectar nuestro distintivo itinerario, es nuestro derecho y nuestro deber hacerlo, y no desgastarnos en lamentos inútiles, en lugar de despertar un espíritu creativo que nos entusiasme a la misión apaciguadora de la compañía en el vocablo, que es lo que es en el fondo la vida, una poesía injertada de andares diversos que confluyen en el cariño del pulso incorporado a los recorridos, sin llevar cuentas del mal, ya que lo importante son otros gozos; pongamos por caso, el de la evidencia, que será por siempre, el que nos hace libres.


A propósito, en su época decía el escritor, orador y político romano, Cicerón (106 AC-43 AC), que “no hay hombre de nación alguna que, habiendo tomado a la naturaleza por guía, no pueda llegar a la verdad”. Esta prueba de tan alto instruido, indudablemente, nos insta a desterrar con paciencia la maldad de nosotros, a tomar una actitud de servicio, sin hacer alarde ni agrandarse por ello, sino para desprenderse y hacer presencia de que la vida no es el yo, sino el otro, y todo en común. Por eso, cada cual esboza su avenida, no a su antojo, sino a través de esa experiencia estética vivida en comunidad, que es la que nos abre los ojos y nos permite ver y asimilar, lo importante que es cada latido en movimiento, cada caminante en su andadura, con una amor que se vuelve fecundo, en la medida que nos concedamos una comunicación, no de poderes, sino de bienes internos (poéticos o místicos si quieren), para el banquete de los días en trayecto.

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A lo largo de mi infancia viví en una calle malagueña con ciertas pretensiones de vía principal. Por la parte de atrás, lindaba con la zona más típica del Perchel repleta de corralones. El lenguaje que provenía de sus dimes y diretes habituales era de lo más “florido y versallesco”.

Tenemos que hablar. Cuando uno crece en familia, la charla sobre sexo es uno de esos rituales de paso por el que se ha de transitar, primero como hijos y, después, cuando se madura y se avanza hacia el otro lado del espejo, como padres, actualizando la fórmula y haciéndola más llevadera. Siempre es un momento incómodo, pero esencial para mostrar la realidad a la que se enfrentan durante la adolescencia y, en consecuencia, el resto de su vida.

 
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