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El obsesivo diálogo con su aliado y a la vez enemigo independentista solo es respondido con andanadas de amenazas y cañonazos

Navegar sin rumbo

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“Extraviado en la soledad de su inmenso poder, empezó a perder el rumbo” Esta cita de Gabriel García Márquez de su afamada novela Cien años de soledad, representa fielmente la inmensa soledad en la que se desenvuelve el actual gobierno de España presidido por el desconcertado y desconcertante Pedro Sánchez.


Normalmente los presidentes de gobierno de nuestra democracia han “dirigido y administrado” los intereses de España, con la certeza de que España era y es una gran nación secular, dotada de un estado de derecho y edificada sólidamente sobre los cimientos de una constitución que ha garantizado durante más de cuarenta años la concordia y convivencia de los españoles.


Desde la grave crisis económica del 2008, negada una y otra vez por el presidente Zapatero y a la que se suma sus frívolas aventuras conceptuales sobre la nación o nacionalidad catalana se barruntaba ya un futuro incierto para el rumbo que estaba tomando la gobernanza del pueblo español, víctima de un exasperante empobrecimiento de sus recursos y oportunidades y del inicio de un insoportable e injusto ataque a la unidad de España por parte de los insaciables nacionalistas e independentistas catalanes.


El Gobierno de Rajoy, centrado en evitar una peligrosa quiebra del Estado, que la superó con rigor y determinación, no acertó en aplicar las fórmulas políticas necesarias para afrontar el grave reto y amenaza que suponía para el Estado la actitud sediciosa y rebelde de la clase dirigente de Cataluña. El camino hacia la aplicación del Art155 de la Constitución fue tortuoso y escasamente resolutivo.


El asfixiante acoso mediático y parlamentario al que fue sometido por la corrupción y un gobierno debilitado por su división interna y luchas palaciegas le condujeron a una censura que ha dejado para la historia un presidente decidido en la recuperación económica de España pero prisionero a la vez de sus indefiniciones e indecisiones políticas.


El nuevo capitán, Pedro Sánchez, tomaba posesión de la nave con una tripulación reclutada la mayoría entre oficiales y marineros inexpertos, algunos con dudosos antecedentes y con una carta de navegación que previamente le habían trazado los propios enemigos de la bandera que enarbolaba su barco, ni el rumbo era seguro ni el puerto de destino conocido.


Tres meses después de su partida, han caído por la borda dos ministros de su gobierno, una secretaria de estado y están seriamente cuestionados dos ministr@s más. El obsesivo diálogo con su aliado y a la vez enemigo independentista solo es respondido con andanadas de amenazas y cañonazos de desobediencia a la ley y a la Constitución. La actividad parlamentaria se reduce a debates superfluos y repetitivos. Los escasos proyectos legislativos están adornados de un rancio sabor anticatólico: la eutanasia, la desamortización de bienes eclesiásticos o la igualdad de género del lobby LGTB1


Por otra parte los verbos dimitir y rectificar se han convertido en el santo y seña de su desnortada tripulación. Lo que realmente preocupa al ciudadano es la sensación de que España no está gobernada desde un puesto de mando con hombres y mujeres cualificados y competentes, que sepan encarar los temporales con la maestría que un pueblo capaz y orgulloso de su historia exige y que ni el rumbo ni el puerto al que se dirige es el adecuado para garantizar un destino de prosperidad y bienestar.


Releer una vez más a nuestro genio de las letras, Miguel de Cervantes puede encendernos esa luz de esperanza que tanto ansiamos en estos momentos en los que el poder de Pedro Sánchez le ha hecho perder el rumbo de nuestra Nación:


Don Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería. Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso de tonto y mentecato? 

Navegar sin rumbo

El obsesivo diálogo con su aliado y a la vez enemigo independentista solo es respondido con andanadas de amenazas y cañonazos
Jorge Hernández Mollar
jueves, 4 de octubre de 2018, 08:26 h (CET)

“Extraviado en la soledad de su inmenso poder, empezó a perder el rumbo” Esta cita de Gabriel García Márquez de su afamada novela Cien años de soledad, representa fielmente la inmensa soledad en la que se desenvuelve el actual gobierno de España presidido por el desconcertado y desconcertante Pedro Sánchez.


Normalmente los presidentes de gobierno de nuestra democracia han “dirigido y administrado” los intereses de España, con la certeza de que España era y es una gran nación secular, dotada de un estado de derecho y edificada sólidamente sobre los cimientos de una constitución que ha garantizado durante más de cuarenta años la concordia y convivencia de los españoles.


Desde la grave crisis económica del 2008, negada una y otra vez por el presidente Zapatero y a la que se suma sus frívolas aventuras conceptuales sobre la nación o nacionalidad catalana se barruntaba ya un futuro incierto para el rumbo que estaba tomando la gobernanza del pueblo español, víctima de un exasperante empobrecimiento de sus recursos y oportunidades y del inicio de un insoportable e injusto ataque a la unidad de España por parte de los insaciables nacionalistas e independentistas catalanes.


El Gobierno de Rajoy, centrado en evitar una peligrosa quiebra del Estado, que la superó con rigor y determinación, no acertó en aplicar las fórmulas políticas necesarias para afrontar el grave reto y amenaza que suponía para el Estado la actitud sediciosa y rebelde de la clase dirigente de Cataluña. El camino hacia la aplicación del Art155 de la Constitución fue tortuoso y escasamente resolutivo.


El asfixiante acoso mediático y parlamentario al que fue sometido por la corrupción y un gobierno debilitado por su división interna y luchas palaciegas le condujeron a una censura que ha dejado para la historia un presidente decidido en la recuperación económica de España pero prisionero a la vez de sus indefiniciones e indecisiones políticas.


El nuevo capitán, Pedro Sánchez, tomaba posesión de la nave con una tripulación reclutada la mayoría entre oficiales y marineros inexpertos, algunos con dudosos antecedentes y con una carta de navegación que previamente le habían trazado los propios enemigos de la bandera que enarbolaba su barco, ni el rumbo era seguro ni el puerto de destino conocido.


Tres meses después de su partida, han caído por la borda dos ministros de su gobierno, una secretaria de estado y están seriamente cuestionados dos ministr@s más. El obsesivo diálogo con su aliado y a la vez enemigo independentista solo es respondido con andanadas de amenazas y cañonazos de desobediencia a la ley y a la Constitución. La actividad parlamentaria se reduce a debates superfluos y repetitivos. Los escasos proyectos legislativos están adornados de un rancio sabor anticatólico: la eutanasia, la desamortización de bienes eclesiásticos o la igualdad de género del lobby LGTB1


Por otra parte los verbos dimitir y rectificar se han convertido en el santo y seña de su desnortada tripulación. Lo que realmente preocupa al ciudadano es la sensación de que España no está gobernada desde un puesto de mando con hombres y mujeres cualificados y competentes, que sepan encarar los temporales con la maestría que un pueblo capaz y orgulloso de su historia exige y que ni el rumbo ni el puerto al que se dirige es el adecuado para garantizar un destino de prosperidad y bienestar.


Releer una vez más a nuestro genio de las letras, Miguel de Cervantes puede encendernos esa luz de esperanza que tanto ansiamos en estos momentos en los que el poder de Pedro Sánchez le ha hecho perder el rumbo de nuestra Nación:


Don Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería. Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso de tonto y mentecato? 

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