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Crisis de los Misiles en el Desierto del Sahara

La ruptura entre Marruecos e Irán desnuda incoherencias del Polisario haciéndole renegar de Irán y Hezbollah
Luis Agüero Wagner
viernes, 4 de mayo de 2018, 06:52 h (CET)

Pocos países conocen tanto el Laberinto marroquí como España, quien no pudo doblegar en sucesivos intentos a una población que ni en tiempos del Imperio Romano, ni en épocas de la mayor expansión islámica, sintió el real peso de autoridad invasora alguna, mostrándose siempre reacia a acatarla.


Quienes navegan el océano de la historia universal, se desilusionarán indagando sobre alguna fuerza capaz de someter la antigua Mauritania Tingitana de los romanos, hoy Marruecos, cuando nimbados de soberbia llamaban “mare nostrum” al mar Mediterráneo. Ni siquiera en tiempos de la rivalidad entre los imperios bizantino y sasánida, ni siquiera bajo el yugo otomano. Marruecos, crisol de razas, culturas y civilizaciones amazigs, arábigo-musulmanas, africanas, mediterráneas y europeas, hizo prevalecer siempre su identidad a pesar de romanos, vándalos, godos, omeyas, fatimíes y abasíes.


Se enfrentó y derrotó a la maquinaria bélica otomana en el siglo XVI y pasó a la historia como el único pueblo del este y Occidente musulmán en salvarse del dominio turco. Cuando todos temían represalias del imperio británico, fue el único en reconocer al gobierno de George Washington, y siglos más tarde, sería el Vietnam de los españoles en el Rif.


Quien ha seguido esa huella indómita de este país de guerreros legendarios, no se sorprende en absoluto del celo que ha llevado a sus autoridades a romper relaciones diplomáticas con Irán, abocado en secreto a sufragar al separatista Frente Polisario. El contubernio polisarista con la milicia chií libanesa, también salpica al gobierno de Argelia que ha inspirado y sufragado el separatismo del antiguo Sahara Español con el primigenio objetivo de una salida Atlántica.


De acuerdo a las evidencias presentadas en Teherán por el canciller marroquí, Hezbollah ha proveído al Polisario de misiles tierra-aire, incluyendo entre ellos SAM9, SAM22 y Strela, todo ello con la venia de la dictadura argelina.


En respuesta, el encargado de negocios de Irán en Rabat fue invitado a abandonar el Reino de Marruecos. Fuentes del Frente Polisario no se atrevieron a negar sus excelentes relaciones con Hezbolá, pero alegremente alegaron que esa amistad no alcanzó la coordinación en el campo del entrenamiento militar.


Curioso papel el del Polisario, que niega a Irán y a Hezbolá y no duda en pedir ayuda a sus amigos imperialistas de Estados Unidos, llegando a exaltar en sus proclamas a personeros de la diplomacia del mismo Ronald Reagan.

En años recientes, la misma embajada de Estados Unidos en Argelia se ha dedicado con entusiasmo a defender la pureza del activismo polisarista, pues un documento de 2009 filtrado por Wikileaks afirmaba que “aunque se han detectado casos individuales de saharauis” que hacen contrabando de armas, el Polisario “castiga severamente el tráfico de armas o personas que pueda beneficiar al terrorismo”.


Los documentos también consignan que el Polisario niega su participación en actos terroristas como secuestros, y los atribuye a personeros de otros países africanos, lo cual no extraña tanto como el crédito que dan los representantes de Estados Unidos a dichos desmentidos.


Lo mismo hacían los españoles en la década de 1980 bajo chantaje emocional, mientras el Polisario atacaba navíos pesqueros y asesinaba a sus connacionales como Guillermo Batista Figueroa, contramaestre del Junquito, o ametrallaba patrulleros de su misma armada como el Tagomago, matando al Cabo Segundo José Manuel Castro Rodríguez, o asaltaba y mataba decenas de tripulantes de los pesqueros Mencey de Abona o el Cruz del Mar.


España también se había vendado los ojos, como ahora Estados Unidos, cuando las bombas del Polisario mataban a Raimundo Peñalver, en enero de 1976, dejando ciego y sordo a Francisco Jiménez. Este último moriría en 2006, un año antes que el gobierno de Zapatero le reconociera, demasiado tarde, su condición de víctima del terrorismo.


El escenario me recuerda demasiado al de los cabecillas terroristas que se hacían selfies en carpas con los emblemas de USAID en plena guerra siria, o los activistas de ONG estrechamente vinculados con movimientos guerrilleros en Sudamérica, incluido Paraguay.


Sin duda, esta puesta en escena seguirá mientras desde Washington se siga encubriendo, y avalando, con informes ambiguos a contubernios como los que han llevado a esta crisis de los misiles en pleno desierto del Sahara.

Después de todo, es bien sabido que entre la derecha y la izquierda, como brillantemente lo ha señalado un agudo filósofo contemporáneo, solo existe una comedia.

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