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Ambiciones y reflexiones: la forja de una leyenda (1ª parte)

Era evidente que aquella muchacha tenía carácter. Algo que tiempo después demostraría sobradamente
Sebastián González Mazas
lunes, 25 de noviembre de 2013, 09:31 h (CET)
Como si de una maldición bíblica se tratase, después de cada corrida al diestro más famoso que parió Ubrique le llovían bragas de todos los tamaños y colores.

- ¿Pero qué voy a hacer con tantas prendas íntimas? – se preguntaba el insigne torero.
- Pues lo que haría cualquiera. Guardarlas y esperar a que las dueñas vayan a buscarlas- Le responde el más romántico de los componentes de su cuadrilla con guiño de ojo incluido.

Durante un tiempo el gran maestro de los ruedos cumplió a rajatabla la recomendación de su compañero hasta que un día se encontró con una braga que nadie reclamó.

Hostia ¿Y ahora qué hago? ¿Aviso a la policía?.

- Esta vez el componente más romántico de la cuadrilla no le pudo contestar porque hacia meses que había fallecido a causa de una sífilis mal curada. Así que él solito tuvo que sacarse las castañas del fuego.
Fue entonces cuando el príncipe de los pases de pecho y de las medias verónicas decidió de una vez por todas coger al toro por los cuernos y poniéndose el mundo por montera salió a la búsqueda de su particular cenicienta.

Y en una playa de Benidorm la encontró.

Tras realizar las pertinentes comprobaciones y cerciorarse de que aquella muchacha era la usuaria habitual de aquel trozo de lencería, el aclamado torero se dispone a ofrecerle la posibilidad de tener una hija en común. Pero la muchacha le interrumpe bruscamente:

- ¿Se puede saber por qué has tardado tanto? Ten por seguro que si hubieras tardado un día más me hubiese ido con el primer camarero que pasase.

Era evidente que aquella muchacha tenía carácter. Algo que tiempo después demostraría sobradamente.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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