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Los del corazón alegre, que vinieron sonriendo a la vida, del amor disfrutaron en su día, melodías en sus almas escuché, se deshicieron las cosas malas del mundo y se mantiene a Dios, Creador.
A los buscadores de buenas noticias nos gusta más hurgar en la vida de personas concretas que comentar hechos indeterminados fruto de trabajos colectivos. Es decir, nos gusta poner cara a los generadores de situaciones positivas. Hoy me quiero referir a una persona que lleva muchos años en Málaga formando a riadas de muchachas así como transmitiendo buen hacer desde sus dedicaciones profesionales y de voluntariado.
En la era moderna, en la que el trabajo ocupa gran parte del día, muchas actividades que permiten llevar una vida saludable, activa y en plenitud quedan relegadas lamentablemente a un segundo plano. Pero eso no quiere decir que no haya algunas soluciones y recomendaciones que puedan mitigar los efectos negativos y hacer cambiar la situación.
Nos acaba de nacer, hoy mismo el tercer bisnieto, otra rama en el abeto que no deja de crecer.
Marta Alòs acierta cuando escribe: “Está visto que el ser humano no escarmienta ni con aceite hirviendo. Mientras que el calentamiento global hace subir la temperatura de la Tierra y las emisiones de óxido de carbono ya han superado un 1% respecto al año anterior, la estupidez humana sigue sin pararse porque unos dicen, dicen, dicen, que es necesario seguir consumiendo… y hacemos hervir la olla porque la economía no puede detenerse”.
Amor en las venas (Sistema UMA. 2022), el más reciente poemario publicado de Salvador Calva Morales, es un compendio de cincuenta poemas entrelazados por ficción amorosa y erótica, hilo conductor característico en él, pero con una novedad, introduce una vertiente que le es propia por su experiencia con los animales, en especial los salvajes.
Me veo mayor… me veo vieja y con ojeras… me veo gorda y fea, me veo golosa, disimuladora, me veo torpe, yo que soy lista, me veo que fallé, me veo que me duele todo, me veo caída...
La vida no es fácil para nadie. Quizás tengamos que reinventarnos otras maneras de vivir, comenzando por uno mismo, siendo más compresivos y auténticos; porque para estar en una atmósfera integral, se requiere de otros lenguajes más níveos, despojados de todas las miserias humanas.
Las personas que llegan a alcanzar los cien años, sin considerar los años bisiestos, viven 36.500 días y son un porcentaje muy pequeño de toda la población. O, dicho de otro modo, los centenarios han estado vivos 876.000 horas. Esto lo que pone de relieve es que la vida humana, aunque pueda ser larga es más corta de lo que se puede pensar, en un primer momento.
La lluvia resbala por los cristales de mi gran ventanal recordándome que, a pesar del clima primaveral que hemos tenido en pleno mes de noviembre, y de lo triste de las consecuencias del cambio climático, ya ha llegado el invierno.
Por muy dura que sea, la vida, la historia, el mundo es real no se equivoca, orienta.
De tanto circular por las trochas se deterioran las suelas de los zapatos, los neumáticos se desperdigan a fuerza de rodar y las mentalidades también se desgastan derrochando su actividad. Es una ley escrita en el tiempo, asesorada por el entusiasta dinamismo de la vida.
El título parece paradójico y contradictorio, pero no lo es. Se refiere a que nuestra condición mortal o finita posibilita una vida libre, que se puede vivenciar como una gran aventura, en contraste con el hecho de la muerte que cierra la existencia. Podemos hacer muchísimas cosas en el mundo de los vivos, pero mucha gente vive su vida, como si el tiempo del que disponemos en la tierra fuese ilimitado y realmente no lo es.
Se me inunda el alma de vivencias, al recordar los años juveniles, que pasan raudos, como los desfiles, evocando gozosas experiencias.
Esta cultura aborregada y mezquina, que todo lo fragmenta y debilita, suele olvidar la belleza de los días, provocando vacíos existenciales, tanto en las ciudades como en los pueblos. La deshumanización es tan grave que andamos sin apenas fuerzas para restaurar otros modos y maneras de vivir.
¿De qué sirve la moda, la tendencia, el best-seller del momento, la novedad? Sirve. Sí, sirve. Su utilidad radica fundamentalmente en lograr que no nos detengamos a reflexionar sobre absolutamente nada, experimentando una inautenticidad placentera que nos permite tratar solamente la superficie de las cosas y jamás su fondo, su profundización y razonamiento cabal.
Los pensamientos me invaden como cometas de arena, deseo que se terminen ya todos ellos, pero son fuertes aunque parezcan débiles, son mi memoria, mi tortura que no siente compasión de mí. Y yo los acepto. Quieren que caiga al abismo y me lastime, que fracase de nuevo.
“Puedes eliminar la naturaleza con una hoz, que volverá a brotar constantemente”, (Horacio, siglo I a.C.). Puede que Horacio nos haga reflexionar y nos demuestre que la “vida” y su “naturaleza” pueden ser manipuladas pero jamás destruídas.
Cuento partes de mi vida, caídas algo dolorosas que demuestran mi fragilidad, pensamientos y reflexiones sobre mi familia celestial, a la que cada vez se suman más gatos, y se cuidan entre ellos. Y aunque les considere mi familia y lo sean realmente, yo no voy a la Iglesia los domingos, no rezo por las noches desde tiempos inmemoriales, pero sí hablo con Dios,
La pasada semana estuvo protagonizada en lo personal por la pérdida de un familiar [muy] cercano. Un padre lo es, desde luego. Hacía mucho tiempo que no sufría de cerca una experiencia de este tipo. De pequeño yo creía a pies juntillas que la muerte es un esqueleto blandiendo una guadaña.
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