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La lluvia resbala por los cristales de mi gran ventanal recordándome que, a pesar del clima primaveral que hemos tenido en pleno mes de noviembre, y de lo triste de las consecuencias del cambio climático, ya ha llegado el invierno.
Frente a mi ordenador, Estela, el personaje de mi nueva novela, ha llegado a una encrucijada, tiene demasiados problemas, demasiados deberes, y demasiados objetivos que cumplir en su vida diaria. Se espera demasiado de ella, a lo largo del día ve pasar los minutos como si volasen, pero conforme los minutos se extinguen, su cansancio aumenta, su ansiedad se vuelve casi crónica, y las pastillas han pasado a ser parte de su día a día.
Todos los días se sienta en su despacho a resolver problemas de otros, a escuchar a sus pacientes e intentar ayudar y sanar la mente de la gente apoyándose fielmente en sus estudios de Psicología.
Lo que no saben es que, mientras ella mejora la vida de sus pacientes, la suya parece caer por una ladera empinada sin nadie que la frene.
En muchas ocasiones, se ha frustrado al pensar en lo absurdo de no poder ayudarse a si misma, y en su loca idea de ir a un psicólogo para que la ayude. ¿Pero sabéis cual es el dilema de mi personaje? Que ella conoce la respuesta a sus problemas; no necesita que nadie la ayude a darse cuenta que la mochila cargada de piedras que lleva siembre sobre la espalda, es la que la está matando.
Pero a veces, esas piedras son imposibles de tirar por el camino; se debe trabajar y perder, con suerte, la mitad del día, ya que; el trabajo es dinero que se necesita para pagar la hipoteca, la luz, el agua, la gasolina, los colegios, las clases extraescolares de los niños, la comida, el veterinario, los seguros y otras necesidades diarias. Entonces aparecen factores en la ecuación que, si matemáticamente los quitásemos, reduciríamos gastos y podríamos reducir trabajo; si quitásemos a los niños y al perro, en vez de trabajar ocho horas al día, podría trabajar cuatro, y si quitásemos al marido y Ester se fuese a vivir de nuevo con sus padres, no tendría ni si quiera que trabajar, si sus padres fuesen jóvenes, no se preocuparía de cuidarlos, la cuidarían ellos, pero como no le apetece volver a ir al instituto en el que le hacían bullyng, su felicidad retrocedería a mucho antes de eso. Sin darse cuenta, estaría volviendo a ser bebé, un bebé sin problemas, libre de actuar sin conciencia social, un bebé con libertad para poder expresarse como quisiese.
Ahora, bien, una vez llegados a este punto, volveríamos al “eterno retorno” de Nietzsche y a la pregunta que él se planteaba ¿te gustaría volver a vivir tu vida exactamente igual otra vez? Si la respuesta es negativa, significa que no lo estás haciendo bien, significa que no has vivido en libertad, significa que has vivido esperando una vida mejor después de la muerte, una vida que quizás ha sido inventada por el hombre en su búsqueda incansable de consuelo, porque si nos centramos en la ciencia, y reconocemos que solo tenemos esta única vida para vivirla y pensamos que no hay otra vida maravillosa y estupenda después de la muerte, en realidad esta vida es una mierda.
Pero esa conclusión es dolorosa, por lo tanto, Ester abre el bolso, coge sus ansiolíticos, los tira por el retrete y llama por teléfono al hombre que, por una cantidad de dinero moderada, le ofrecía una nueva vida, una nueva identidad y, por lo tanto, una oportunidad de su particular eterno retorno. Ester prefirió una vida sin conciencia, a una muerte en vida. ¿Tú podrías?
EH Bildu estaría integrada por militantes de Aralar, Alternativa, EA e Independientes, todos ellos fagocitados por la estrella-alfa Sortu, cuyo ideólogo sería el actual candidato a Lehendakari, Pello Otxandiano, quien decidió revisar la anterior estrategia de Bildu e incorporar a su bagaje político la llamada inteligencia maquiavélica.
El pasado martes mientras limpiaba uno de los patios de colegio que me toca dos veces a la semana, una niña intentaba proteger a una abeja que no podía volar cogiéndola con una hoja y la apartó para que nadie la pisara estando pendiente para ver si se podía recuperar a lo que se sumaron una compañera y un compañero. Gestos que demuestran más empatía que muchos adultos.
En la colosal vorágine de los tiempos modernos, nos encontramos enredados en un tejido de deseos y ansias desbocadas. Nos hemos convertido en una sociedad dominada por la avaricia, un apetito voraz que desemboca en la insaciabilidad. La hambruna crónica de la insatisfacción. Más y más por el mero más y más. Lejos queda la capacidad personal y colectiva de detenernos a pensar quiénes somos y echar la vista atrás para recapitular de dónde venimos.
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