| ||||||||||||||||||||||
Si percibimos la presencia de la alienación en nosotros, ¿tiene sentido adoptar una mirada desde el locus de control interno? ¿O irremediablemente debemos adoptar una postura derrotista, y desde ese marco de racionalidad acrecentar la dimensión del locus de control externo como explicación de esa alienación?
Cada día lo tengo más claro. Hay que ser consecuentes y promover una cultura que active lo armónico. Como el aire que respiramos, también necesitamos ese cultivo luminoso, que promueva con amor y conciencia, el acercamiento conciliador entre análogos. Tenemos que reconciliarnos, huir de las contiendas, generar atmosferas más auténticas, clarificarnos por dentro y por fuera.
Nuestra situación actual es el resultado del desarrollo histórico de las múltiples culturas sociales universales: Antiguo Egipto, Grecia, Los incas, Los mayas, Mesopotamia, Judaísmo y cristianismo, Los aztecas, Íberos, celtas y pueblos germánicos, Roma, El islam, India, China. En todas ellas el hombre ha ocupado un lugar “señalado” por los siempre poderes fácticos.
En esto del habla, decirnos cosas, comunicarnos y entendernos o no; la disparidad irrumpe arrolladora con un rico muestrario. Las ideas, intenciones y palabras, generan un galimatías de gran magnitud. Si comienza la gallina y vienen detrás los huevos, o bien sucede al revés, sigue haciendo brotar incontables incógnitas.
En un mundo conflictivo como el actual, se requiere un esfuerzo permanente por parte de todos los humanos, para poder generar una mentalidad de quietud; y, así, poder instaurar una atmósfera de unión y unidad entre moradores diversos. Para empezar con la tarea, de aminorar bloques antagonistas, debemos huir de este clima de tensión.
Es necesario seguir profundizando en este sustrato más profundo de la realidad humana, los sentimientos y la experiencia más allá de la supervivencia de la vida diurna; en la vigilia intentamos sobrevivir a un mundo lleno de conflictos que pudieran detener nuestro paso, sin embargo, en los sueños del hombre mortal, en aquellos momentos de mayor indefensión, surge la libertad de volar sin alas, de cantar más allá de los límites espacio-temporales de lo real.
Los eficaces siempre llegan a tiempo a la salida del tren; de hecho, apenas ocupan su asiento, la máquina silba y sus ruedas corren sobre la vía como espuma en el agua. Los torpes llegan siempre cuando el tren ya ha salido y sobre la estación cae un polvo de mariposas muertas. Ellos suspiran ausentes mientras imaginan el pasar de los árboles tras las ventanillas como pájaros suicidas.
Es tiempo de unirse y de reunirse para trazar juntos espacios de concordia. También es el instante preciso y precioso, para conseguir poblar los caminos de vida y repoblar los horizontes de luz. Sabemos que la tarea no es fácil, que hemos de permanecer firmes, con los pies bien plantados en la tierra, para beber la realidad y no embobarnos de apariencias.
Qué impresión sacaríamos al observar un grupo social integrado por sujetos con la cabeza gacha, indecisos, plegados a cualquier programación, vociferantes pero incapaces de articular razones, aturdidos en definitiva. La manifiesta ausencia de vitalidad es todo un indicador de su servilismo amodorrado cargado de carencias.
Muchos de los que afirman tener la luz del conocimiento caen en el peligro de creer que lo intelectual puede superar las limitaciones con las que la mariposa, que cae en medio de las rosas al salir de su corion despojada, ha nacido, o bien, con mayor narcisismo, negar el inconsciente como parte integral del propio psiquismo y las consecuencias de dormirlo en la idealización de un yo racional.
Necesitamos reanimarnos y restablecernos, llenar el santuario íntimo de nuestro espíritu con vocablos comprensivos, más positivos que negativos, clementes y placenteros. Por desgracia, la atmósfera actual no suele acompañarnos en ninguna parte del planeta. Proliferan los conflictos, las catástrofes diversas, los actos violentos, los abusos de todo tipo, así como una fuerte carga de sensación de aislamiento y abandono, que pueden generar conductas suicidas.
En los tiempos actuales abundan los recursos y conocimientos en sectores impensables. Ni siquiera esos ventajosos adelantos son bien aprovechados, ni paramos mientes en otras consideraciones importantes; inmersos en una rutina hiperactiva caemos en una indeterminación alarmante.
Me encuentro frente a un símbolo antiguo de origen celta, la piedra a la que va adherida toda su carga simbólica se encuentra dividida y uno de los espirales se halla casi olvidado debido a la erosión propia de la naturaleza; recordé al rozar con mis dedos el círculo infinito que leí por primera vez acerca del trisquel en la leyenda irlandesa de Bride, diosa de la primavera, la fertilidad y el amanecer.
El secreto de nuestros andares por aquí abajo reside en la honestidad y en el juego limpio, si en verdad queremos aflorar hacia otros horizontes menos tortuosos, con sendas más tranquilizadoras y sin tantas revueltas. Hoy más que nunca, necesitamos un rayo de esperanza en mitad de estos tiempos oscuros.
Nada es imposible a los ojos existenciales, es nuestro deber ser operantes para liberarnos del mal, practicar la justicia y enmendar situaciones verdaderamente atroces. Tampoco es cuestión de combatir, sino de resistir y de extender el espíritu del bien para que reine la verdad en la vida; y, por ende, la armonía.
Ya pasaron los siglos y agentes minúsculos generan enormes tribulaciones, en el plano corto de las actuaciones directas y en los efectos a distancia no siempre visibles.
En medio de un progresivo temporal de despropósitos humanos, con un creciente huracán de incertidumbres, un aluvión de crisis diversas, un tremendo desconcierto atmosférico y una honda injusticia global; reivindico otros posicionamientos más lícitos y equitativos, que sirvan de apoyo a esas gentes desfavorecidas y abandonadas.
A poco que rastreemos por los caminos terrestres, percibiremos que la decencia y la compasión humana acostumbran a brillar por su ausencia, sobre todo entre los desfavorecidos, que suelen ser los más vulnerables y marginados. Debemos evitar que esto suceda o que se prolongue en el tiempo.
Los entuertos son naturales, no estamos ubicados en parajes idílicos; en el curso de las actividades de cada momento abundan las contradicciones. Aunque los humanos somos gente engreída, no damos abasto en cuanto a las disposiciones resolutivas. Con la sin par introducción de novedades tecnológicas, no conseguimos neutralizar las severas complicaciones que tantos sufrimientos nos provocan.
Los pasajes vivenciales no son más que un manto silvestre de aromas que nos resucitan cada día, lo que requiere de nosotros unos hábitos saludables y un deseo de vivir, desvividos por preservar los hábitats naturales, para poner a nuestro planeta en el camino de la curación.
|