| ||||||||||||||||||||||
El año 2021 será despedido entre una mezcla de tristeza y esperanza. Nos acercamos ya al final de 12 meses, 365 días y 8.760 horas de vivencias personales, familiares y sociales.Durante este año han ocurrido acontecimientos realmente impactantes para nuestra vida individual y colectiva en la aldea global que habitamos.
Dentro de poco llega un nuevo año, el 2022 está asomando ya un piececito por la puerta, y yo, sin embargo, llevo meses confundiéndome y pensando que el año que entra es el 2023. Puede que sea el estrés, las ganas de ver esta pandemia acabada… no lo sé, pero el caso es que me he comido inconscientemente un año, espero que no sea un mal presagio, porque, a pesar de no creer en el futuro, siempre tenemos esas ascuas de esperanza que nunca se apagan por muy mal que vayan las cosas.
Cuando pasamos de un año a otro, parece tiempo adecuado para hacer balance de nuestra vida y preguntarnos qué ha significado un año más para cada uno de nosotros. Las personas tendríamos que examinar si hemos ganado en experiencia, en responsabilidad, en solidaridad, en comprensión, en lo que los griegos llamaban areté y que traducimos por virtud; o si por el contrario hemos perdido confianza, tanto en nosotros como en el prójimo.
Tomar tiempo para poder repasar los días transcurridos y hacer balance, puede ayudarnos a descubrir ese encuentro con uno mismo y renacer con nuevo entusiasmo; puesto que, la propia providencia vivencial nos ofrece sus enseñanzas, para hacernos crecer como los árboles y madurar como sus frutos. Sin duda, necesitamos de esa sinfonía vivencial para ordenar nuestros pasos por aquí abajo.
Durante más de 30 años, los primeros de su existencia formal, la Unión Romaní se ha distinguido por ser impulsora de que los gitanos y las gitanas fueran los artífices de su propio destino y administradores de su libertad. Durante muchos años, casi toda la acción social dedicada a nuestro pueblo había estado en las manos de organizaciones religiosas.
|