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Víctor Grave
Soy natural de Barcelona. Durante veinticinco años, mi actividad profesional se desarrolla en posiciones comerciales en el mercado de bienes de consumo en entorno multinacional. Mi interés por el "hecho social" me llevó a participar en formaciones de ámbito político a través de sectoriales orgánicas y comisiones de trabajo vinculadas a la solidaridad y desarrollo. Creo en el periodismo ciudadano como herramienta de cambio y palanca clave para el debate social. Consciente de la importancia que representa la formación a lo largo de la vida, curso Sociología en la UNED. |
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El relato que últimamente sostiene el partido que lidera el Gobierno es, sin duda, una alegoría de lo absurdo. Una falacia abalada por aquellos que se jactan de una autoridad que nunca encontraron y que arrastran consigo una amplia trayectoria de “reclutamientos” exiguos en lo intelectual y de una extrema pobreza en lo moral.
Dónde colocar a los nuestros ha resultado ser el mayor acuerdo político de la democracia que aún permanece intacto. Sin fisuras. Hablamos de una sociedad que enaltece el mérito del esfuerzo como baluarte para sobrevivir. La misma que ha de soportar impasible el favor grotesco del “compadreo político" en sus propias instituciones.
Es evidente que a la filosofía contemplativa, en su extensión, nadie la iba a rescatar ni a encumbrar. Lo que se averigua aquí, y ahora, es el intento evidente de persuadir al individuo para que se someta voluntariamente a una suerte de autoexplotación bajo estímulos y valores distorsionados en comunión con una doctrina marcial de orden belicista en perfecta yuxtaposición con el dominio mental y la autodisciplina emocional.
Diferentes medios de comunicación se han hecho eco del recuento llevado a cabo por el ayuntamiento de Barcelona y que he venido a emplear como encabezado del presente artículo. En ‘román paladino’: la confirmación sin paliativo alguno del retorno de las chabolas y barracas del siglo pasado a la ciudad de Barcelona.
De un tiempo a esta parte hemos naturalizado secuencias de un estilo muy “kitsch” en diversos medios, donde primeros ediles de la comarca del barcelonés sucumben a la vanidad del mando al saberse equivocadamente únicos. Existen municipios con entornos sociales complejos, de conflictos vecinales enquistados donde algunos alcaldes procuran situarse en el lugar exacto de la controversia para encabezar el punitivismo y adquirir el ansiado heroísmo protagónico.
El paso de los siglos no parece ser tiempo suficiente para que la crédula fe de uno le traicione y envíe a su avatar de vuelta al metaverso ubicuo de señoritos, siervos y vasallos. Y se preguntarán ustedes, ¡semejante pleonasmo, para qué! Verán, no hará mucho tiempo me encontraba entre documentos, emails y memorandos cuando uno de ellos me llamó especialmente la atención.
En el ámbito de lo consuntivo la elección de compra, para los <marketers> : “el momento de la verdad”, se presume a mi juicio del resultado de internarse en la revelación del episteme social y fenomenológico, y nunca por la necesidad recurrente de “emergencias productivas” que, por otro lado, y en la mayoría de casos, siempre vienen acompañadas de una impertinente divisa evangelizadora.
El enunciado me asalta en forma de epifanía reveladora anticipándose como una expresión más de la ductilidad cognitiva de todo un rubro generacional. A principios del S. XXI el conocimiento lo adquirimos de forma sorpresiva o atropellada y cuando no era así, la socorrida fuerza de la sinrazón o la fe tomaban el control absoluto.
No es casual que el hecho de servir en mesa haya adquirido un cierto halo de romanticismo. En reservorios de bares con una ontogénesis más social y regentados por familias que siempre proveen, no serás tú quien por norma aporte el valor del servicio cargando una bandeja plastificada con los deleites de toda la prole.
¿Quién no ha experimentado la sensación de que el tiempo se detiene y la exaltación de esta vida perentoria se apacigua al abrazo de un “salón caoba” como bálsamo a lo inesperado? Un espacio donde el sabio relativismo de padres y abuelos, centinelas de un mundo real y nada cambiante, infunden la calma necesaria para todos los suyos.
El enunciado se abre a una primera consideración: ver la empatía como una cualidad exigible en los demás o tan solo algo deseable. Hasta donde sabemos, la ciencia conductual nos advierte de que no es una virtud consagrada a la condición humana, sino que es una capacidad emocional aprendida mediante refuerzo y modelado. Resultaría lógico, pues, pensar que algunos intentos de empatía en ocasiones se dedujeran como prescindibles e incluso hasta inoportunos.
Ahora, ‘destilados sin alcohol’ (!) whiskys, ginebras y vodkas. Toca desandar lo poco que hemos avanzado en lo que representa a una de las mayores lacras de la salud pública en este país. Convendría preguntarse respecto a la opinión pública de expertos en cuanto al riesgo que representa para todos enmascarar los límites.
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