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Cuando termine la crisis nada será como antes

Francisco Rodríguez
viernes, 17 de agosto de 2012, 11:17 h (CET)
Cuando esta crisis termine, no sé cuando, pienso que nada volverá a ser como antes y quizás sería bueno ir asumiendo que la fruición con que se vivió en los diez primeros años de este siglo, donde todo era gastar, consumir, despilfarrar, ya no será posible.

El mito del estado-providencia, que iba a resolver nuestros problemas desde la cuna a la tumba, ha caído por insostenible. El coste de la sanidad, la educación, la dependencia, el desempleo, las pensiones, las obras innecesarias y faraónicas y un sistema de gobierno con tantos parlamentos, consejerías, embajadas, agencias, fundaciones y empresas públicas, no hay economía que lo soporte.

Nuestros socios de Europa nos han transferido muchos fondos, especialmente para elevar el nivel de renta de las regiones más atrasadas, sin que al parecer se haya conseguido gran cosa, pues esas regiones siguen ocupando las mismas posiciones que siempre.

En lugar de crear una economía productiva, competitiva y solidaria entre las regiones, hemos dedicado el dinero de los contribuyentes a levantar delirantes identidades o a construir teatros, polideportivos o casas de la cultura hasta en los más pequeños pueblos, sin estudiar nunca su viabilidad, el número de posibles usuarios, el coste de su mantenimiento.

La relación de aeropuertos, trenes de alta velocidad o líneas metropolitanas inútiles circula por la red con pelos y señales.

Pero con ser grave nuestro hundimiento de nuestra economía, es más grave el hundimiento de los valores y virtudes necesarios para acometer la tarea de saneamiento. Todos reclaman derechos pero no parecen dispuestos a asumir deberes, todos piensan que la educación ha de ser gratuita para conseguir un título con el menor esfuerzo posible, por eso son demasiados los que abandonan los estudios después de haber consumido convocatoria tras convocatoria. Esto debe terminar. La gestión de la asistencia sanitaria tiene que ser repensada a fondo ya que es insostenible. El sistema de pensiones quebrará sin remedios si la población sigue envejeciendo sin relevo generacional. No queremos niños, pero adoptamos perros.

Acostumbrados a una vida cómoda, hedonista y frívola es difícil reclamar amor al trabajo bien hecho, pero tampoco parece existir una formación profesional capaz de integrar a los jóvenes en el trabajo. La utilidad de los fondos que se transfieren a los sindicatos y a la patronal para cursos formativos, no se ve por ningún lado.

Las empresas cierran por falta de crédito y es una burla andar discutiendo sobre las indemnizaciones por despido cuando lo que se necesita es reactivar la producción para trabajar bien, aplicando las habilidades y conocimientos que hayan podido adquirir las generaciones jóvenes. No creo que los jóvenes que buscan trabajo estén pensando en la indemnización por despido.

Si al menos hubiéramos aprendido que es un mal negocio tener deudas, que es mejor llevar una vida sobria y ordenada con una familia estable y en tiempos de bonanza, ahorrar para cuando lleguen los tiempos de escasez, que el derroche y el lujo siempre se paga, que nada es gratis, que tenemos que mantener una sana desconfianza de nuestros gobernantes y exigirles responsabilidades penales, por administración desleal, si emplean mal nuestro dinero, el de los sufridos contribuyentes.

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La autoestima es necesaria, claro está, pero, aparte de lo anterior, cuando el ego está puntillosamente exacerbado surgen los conflictos, esos conflictos que nacen del inconsciente personal o colectivo, donde el ego hierve profundamente. Por todo ello, es importante comprender que, en la medida en que los seres humanos seamos algo más tolerantes y dialogantes, y nuestro talante cambie, la convivencia en la sociedad puede y debe mejorar.

El matrimonio, pilar natural de la familia y garantía de estabilidad social, en estos últimos tiempos se ve sustituido por relaciones inestables, rupturas y un creciente individualismo. Estos hechos están produciendo la caída de la natalidad, sin duda ligada a la falta de matrimonios estables, cosa que se está convirtiendo en un drama silencioso que amenaza el futuro de España y de gran parte del mundo occidental.


Una vez más, nos sorprenden alguna persona, tanto en los telediarios de cualquier signo, inclusive en los periódicos, donde personajes, también de cualquier signo, resoplando exabruptos que me dejan paralizado sin saber lo que hacer. O, echarlo a los tiburones y que se pelee con ellos o que, de cualquier manera, tirarlo a la cuneta del tren, eso sí, cuando esté parado en medio del campo.

 
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