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Opinión
Etiquetas | Política | Andrea Fabra

A la cara

Carlos Salas González
miércoles, 18 de julio de 2012, 06:55 h (CET)
Cierta diputada, hija del ex presidente de una diputación, con sólo esputar tres palabras ha logrado avivar la disputa parlamentaria. Aliteraciones al margen, la cosa tiene su miga. Me refiero, claro está, a la vástiga del inefable Carlos Fabra y a su ya célebre “que se jodan”.

Que el parlamento parece una casa de golfas en hora punta ya se sabe. Poco nos extrañan las lindezas que sus señorías se dedican cada vez que acuden al hemiciclo. Pero que seamos los ciudadanos los destinatarios de tales exabruptos nos pilla de nuevas. Ya sé que es allí donde nos echan encima toneladas de inmundicia en forma de leyes estúpidas y decretos lesivos. Y que últimamente la cosa va todavía a peor, aunque pareciera imposible. No obstante, que alguien nos lo diga a la cara, al fin y al cabo sorprende. Es por ello que la explicitud con que la señorita Fabra se dirigió a los parados resulte digna de mención. Reconozcamos el arrojo, la dicción perfecta, incluso el entusiasmo con el que la joven diputada se abocaba en su escaño mientras pronunciaba al pulcro aire de la cámara baja sus ya eternas palabras. Había puesto en su virtuosa boca lo que muchos de su partido piensan y callan. Pero no sólo respecto a los parados, sino también, y muy fundamentalmente, a los funcionarios.

Lo estropeó, sin embargo, al intentar marear la perdiz afirmando que su frase había sido dirigida a los diputados socialistas. No, mujer. Eso no se lo cree nadie. No se achante ahora. Para una vez que un político dice lo que piensa y se muestra como lo que es...

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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