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Hace cuarenta y cuatro años, se convertía en leyenda el guerrero paraguayo que sembrara el terror de sus adversarios durante la guerra del Chaco

Fantasma paraguayo en aguas bolivianas

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Hoy 15 de Septiembre se cumplen cuarenta y cuatro años de la desaparición física de un guerrero cuyo renombre sobrepasa las academias militares y se pierde en el imaginario popular.

Rafael Franco, que a él nos referimos, constituye una de las figuras más injustamente difamadas de la historia política paraguaya, además de una de las víctimas más injustamente condenadas al ostracismo por la ingratitud. Perseguido por los gobiernos oligárquicos de la era liberal, el ensañamiento con él no amainó durante las dictaduras militares de Estigarribia, Morínigo y Stroessner.

Condenado al destierro por liberales, tiempistas y colorados, la persecución contra Franco no se limitó al ámbito de la proscripción política, pues también pretendieron borrar sus fulgurantes méritos por la consabida historia a gusto del trono.

Franco había sido el más eficaz de los jefes militares paraguayos durante de la guerra con Bolivia, entre 1932 y 1935. Sobre este conflicto bélico se ha mentido y censurado tanto, sobre todo por imposición de intereses extranjeros a la región, que la versión colonialista de la historia que en gran parte todavía predomina en Paraguay, ha pretendido imponer que el tratado de paz firmado en julio de 1938 fue absolutamente satisfactorio para el Paraguay.

Para desbaratar esta versión claudicante, basta con recordar uno de los más significativos hechos de aquella contienda.

Un 16 de enero de 1935, bajo la conducción de Rafael Franco, el ejército paraguayo había llegado hasta el río Parapití, límite expreso de su aspiración territorial, y lo traspuso, amenazando las ciudades de Santa Cruz, Tarija y Sucre. En la zona de la precordillera andina, el Paraguay tomó varias importantes ciudades y localidades bolivianas.

El conflicto se despojó entonces su apariencia territorial, para aparecer a todas luces como un conflicto por la posesión de los pozos petroleros que Bolivia explotaba en la zona de la cordillera. Se confirmaban así las denuncias del Senador Huey Long, quien el mismo Senado de Washington había dejado en claro la participación en ella de los amos de las finanzas de Wall Street y las empresas petroleras.

Pasé mi infancia a metros de una calle de Asunción que lleva el nombre de “Parapití”, que años después llegaría identificar en los mapas como un río boliviano. Los defensores del tratado claudicante por el cual el Paraguay resignó luego de la guerra a decenas de miles kilómetros cuadrados que estaban en su poder, podrían intentar explicar también porqué el nombre de un río que se encuentra en territorio boliviano es recordado con tanta resonancia espiritual en Paraguay.

Una de las más populares canciones del acervo popular paraguayo, conocida como “Che la Reina” (Mi Reina), menciona en sus versos al río al cual anhela llegar antes de regresar junto a su prometida. Hasta uno de los más importantes escenarios deportivos del país, un estadio en Pedro Juan Caballero con capacidad para decenas de miles de espectadores, lleva el nombre de Río Parapití.

Paralela a la calle donde viví mi infancia, otra arteria de Asunción lleva el nombre de “Manuel Domínguez”, recordado tribuno de los años previos a la guerra del Chaco que fue llamado por los historiógrafos como “abogado de la patria”.

Mucho antes que estallara la guerra con Bolivia, Domínguez había hecho intentos por alcanzar un acuerdo sobre las fronteras, y había convertido en consigna nacional su frase más famosa: “Ni más allá ni más acá del (río) Parapití”.

Sin embargo, aquella frase con la que los paraguayos reivindicaban un río como su límite natural e histórico con Bolivia, hoy es considerada como mentirosa por aquellos que defienden un tratado claudicante y la peor derrota diplomática de la historia paraguaya.

Una más de las tantas mentiras de una guerra en la cual treinta mil paraguayos se ausentaron para siempre, y desde la muerte siguen esperando un relato veraz de lo que sucedió.

Fantasma paraguayo en aguas bolivianas

Hace cuarenta y cuatro años, se convertía en leyenda el guerrero paraguayo que sembrara el terror de sus adversarios durante la guerra del Chaco
Luis Agüero Wagner
viernes, 15 de septiembre de 2017, 09:05 h (CET)
Hoy 15 de Septiembre se cumplen cuarenta y cuatro años de la desaparición física de un guerrero cuyo renombre sobrepasa las academias militares y se pierde en el imaginario popular.

Rafael Franco, que a él nos referimos, constituye una de las figuras más injustamente difamadas de la historia política paraguaya, además de una de las víctimas más injustamente condenadas al ostracismo por la ingratitud. Perseguido por los gobiernos oligárquicos de la era liberal, el ensañamiento con él no amainó durante las dictaduras militares de Estigarribia, Morínigo y Stroessner.

Condenado al destierro por liberales, tiempistas y colorados, la persecución contra Franco no se limitó al ámbito de la proscripción política, pues también pretendieron borrar sus fulgurantes méritos por la consabida historia a gusto del trono.

Franco había sido el más eficaz de los jefes militares paraguayos durante de la guerra con Bolivia, entre 1932 y 1935. Sobre este conflicto bélico se ha mentido y censurado tanto, sobre todo por imposición de intereses extranjeros a la región, que la versión colonialista de la historia que en gran parte todavía predomina en Paraguay, ha pretendido imponer que el tratado de paz firmado en julio de 1938 fue absolutamente satisfactorio para el Paraguay.

Para desbaratar esta versión claudicante, basta con recordar uno de los más significativos hechos de aquella contienda.

Un 16 de enero de 1935, bajo la conducción de Rafael Franco, el ejército paraguayo había llegado hasta el río Parapití, límite expreso de su aspiración territorial, y lo traspuso, amenazando las ciudades de Santa Cruz, Tarija y Sucre. En la zona de la precordillera andina, el Paraguay tomó varias importantes ciudades y localidades bolivianas.

El conflicto se despojó entonces su apariencia territorial, para aparecer a todas luces como un conflicto por la posesión de los pozos petroleros que Bolivia explotaba en la zona de la cordillera. Se confirmaban así las denuncias del Senador Huey Long, quien el mismo Senado de Washington había dejado en claro la participación en ella de los amos de las finanzas de Wall Street y las empresas petroleras.

Pasé mi infancia a metros de una calle de Asunción que lleva el nombre de “Parapití”, que años después llegaría identificar en los mapas como un río boliviano. Los defensores del tratado claudicante por el cual el Paraguay resignó luego de la guerra a decenas de miles kilómetros cuadrados que estaban en su poder, podrían intentar explicar también porqué el nombre de un río que se encuentra en territorio boliviano es recordado con tanta resonancia espiritual en Paraguay.

Una de las más populares canciones del acervo popular paraguayo, conocida como “Che la Reina” (Mi Reina), menciona en sus versos al río al cual anhela llegar antes de regresar junto a su prometida. Hasta uno de los más importantes escenarios deportivos del país, un estadio en Pedro Juan Caballero con capacidad para decenas de miles de espectadores, lleva el nombre de Río Parapití.

Paralela a la calle donde viví mi infancia, otra arteria de Asunción lleva el nombre de “Manuel Domínguez”, recordado tribuno de los años previos a la guerra del Chaco que fue llamado por los historiógrafos como “abogado de la patria”.

Mucho antes que estallara la guerra con Bolivia, Domínguez había hecho intentos por alcanzar un acuerdo sobre las fronteras, y había convertido en consigna nacional su frase más famosa: “Ni más allá ni más acá del (río) Parapití”.

Sin embargo, aquella frase con la que los paraguayos reivindicaban un río como su límite natural e histórico con Bolivia, hoy es considerada como mentirosa por aquellos que defienden un tratado claudicante y la peor derrota diplomática de la historia paraguaya.

Una más de las tantas mentiras de una guerra en la cual treinta mil paraguayos se ausentaron para siempre, y desde la muerte siguen esperando un relato veraz de lo que sucedió.

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