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La cárcel de la estepa

La solidaridad puede ser una mueca, gesto o sonrisa liviana, pero es lo más parecido a afectividad que vas a encontrar
Pedro de Hoyos
jueves, 19 de abril de 2012, 07:12 h (CET)
Las rejas son para impedir la salida, no para impedir la entrada del frío que viene de las áridas tierras. El viento acaba de batir cerros y valles y llega cargado de febrero con todas sus consecuencias, juega ente los barrotes y espabila los patios. Descarga la nieve, cae el agua y un pequeño infierno se desata en la cárcel. Ésta es de las pocas veces que a alguno no le importaría hacer esperar a la libertad.

Dentro las miradas buscan algún lugar de la pared de enfrente no visitado anteriormente en el que posarse y ver la esperanza. Pero todos los rincones están ya ocupados por otra mirada, por otra espera, por otra pena. No queda espacio en el que depositar el error cometido, contemplarlo con extrañeza y repudiarlo como si algo ajeno fuera. Quisieran purgarlo todo en un instante y lapidar aquella mala idea con un segundo flamígero.  Los altos muros no impiden que las mentes escapen y vaguen entre los campos yermos de este invierno que nuevamente llaman ola de frío. Qué reiterativa puede a veces ser la vida.

La broma es engañar a la propia imaginación y llevártela de paseo por aquellos lugares que una vez quisiste, tal vez la plaza de tu pueblo, la casa de tus padres o el balcón de tu novia, el caso es entretenerla varios años sin que se dé cuenta y dejar pasar el tiempo mientras te alojas catatónico en tu pasado, a pesar de que sabes que no volverá. Y centrarte en lo poco bueno que tienes.

Y centrarte en lo poco bueno que tienes, sí. El camarada, el compatriota, el líder. Aunque sea un líder caído, aunque esté tan desesperanzado como tú, aunque derroche una sensación de seguridad que está muy lejos de sentir. Como tú. Y en la solidaridad, también. La solidaridad que se manifiesta en una torpe mueca que quiere ser despedida al llegar la noche, en un gesto al pasarte un cigarro o en una sonrisa ante una foto de un desconocido que se parece a ti. Pueden ser muecas, gestos o sonrisas livianas y pasajeras pero son lo más parecido a afectividad que vas a encontrar.

Febrero helador golpea muros, rastrillos y tornos, se hace presente en cada espalda y chirría con desesperación al dar la vuelta a la torre de vigilancia. A veces duele más que las rejas pero no puede acabar con la sonrisa. A veces la entrecorta, cierto, y la esconde un tiempo, pero no la cercena y tarde o temprano resurge no se sabe de dónde y emerge frágil y huidiza a una faz tosca, pero sirve para alimentar la espera otra larga temporada. El día llegará pero aún faltan mil sonrisas para que llegue la hora.

Porque la falta de libertad no ahoga la sonrisa, quizá durante un tiempo la enmascara, tensa el rostro, lo endurece; quizá alguna vez amarga el gesto y enturbia la mirada pero se sobrelleva porque sabes que al final del túnel es de día y te esperan. Los que te esperan son los que te mantienen. Te mantienes porque enarbolas la sonrisa para convencerte de que no todo está perdido, aún quedas tú y eso es lo importante, eres lo importante. 

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