Se entiende por matricidio a la acción de asesinar a la propia madre, ya sea por la hija o el hijo. En el ensayo Tótem y tabú, S. Freud propone al parricidio como el mito del origen de toda la humanidad, crimen primigenio que es la principal fuente del miedo y del sentimiento de culpa.
El matricidio se caracteriza por la relación patológica de la madre con la hija o el hijo, con rechazo y afecto, ambivalencia, apego inseguro, frustración al perder ese vínculo y retomarlo con miedo. Una infancia carente de estima propia, sujeta a madres castradoras que se apropian de la vida del progenitor, con un desmedido ‘’amor’’ sobreprotector que le va a dificultar socializar y lograr la independencia emocional. Ella considera a la prole de su propiedad y, con un despiadado control, niega compartirles con el sexo opuesto; y si logran separarse de la madre, les reclama con ‘’chantajes emocionales’’ o humillaciones de ‘’profecías autocumplidas’’ que resultan certeras y la ‘’hija rebelde’’ regresa al hogar bajo el ‘’poder protector’’.
Esos intentos son recordados en clínica del autoanálisis por pacientes mayores que nunca salieron de su casa y desarrollan un odio y ganas de asesinarla. Sentimientos terribles de odio, ira, temperamentos irritables, rabias incontenibles hacen de sus vidas un ‘’juego de ruleta rusa’’. Muchas mujeres ‘’vírgenes del pueblo’’ quedaron para vestir santos y las ‘’señoritas’’ del pueblo o barrio ya no pueden soltarse el moño cuando fallecen sus ancianas madres, porque han quedado invisibles, apenas se las reconoce como ‘’almas en pena’’, en soledad depresiva; y los hombres, amargados, agresivos, adictos a drogas y pornografía.
La ausencia de la figura paterna puede contribuir a acentuar la compleja relación madre-hijo, favoreciendo la toxicidad asfixiante de ‘’amores asesinos’’ que el niño tratará de sobrevivir con ‘’mecanismos de defensa’’ y conductas agresivas hacia la madre.
Las teorías psicoanalíticas sugieren que el conflicto sexual edípico puede contribuir a un sentimiento de culpa y al impulso de poseer sexualmente a la madre a través del matricidio, o, por el contrario, que un apego preedípico a la madre y una relación de dependencia plantea una amenaza a la identidad del agresor. Los primeros siete años imprimen la huella de la madre en su prole y, con apoyo del padre, intervienen en el primer triángulo amatorio: el niño se enamora de la madre y la niña del padre (complejos de Edipo y Electra). Entonces, ¿qué proceso se da cuando las figuras maternales y paternales no brindan amor y cuidado a sus retoños? La inseguridad y desconfianza germinan y los marcan en sus primeros inicios de vida. La práctica clínica nos enseña que a mayor dependencia en los primeros años, mayor independencia psicológica y mejor salud psicoemocional.
Las teorías de los sistemas familiares se basan en atribuir a las estructuras familiares un componente abusivo y patológico primario, con madres y padres perversos que violan a sus hijos o hijas.
La práctica del parricidio es de baja frecuencia y la aplicación de muertes a las madres por las hijas es de muy baja frecuencia o quizás recién nos estemos enterando gracias a internet. En Costa Rica, a finales del mes de septiembre, se suscitó un matricidio y hubo pocos comentarios: ‘’la presunta homicida estaba bajo efectos de estupefacientes’’; y es tan extraño el caso que no se hayan dado más informaciones, porque las crónicas rojas venden y, más aún, si las ejecutan migrantes.
Por cierto, el caso emblemático de los hermanos Menéndez, que asesinaron a sus padres en 1989 por conductas abusivas y violación, hace cuarenta años, y purgan condena perpetua, se va a reabrir por ‘’nueva evidencia’’.
En estos tiempos se hacen visibles estas violaciones y el uso de las ciencias humanísticas y los derechos humanos les dan importancia al abuso infantil, a las violaciones en casa y a los femicidios, porque hace medio siglo eran normalizadas esas conductas y nadie se atrevía a delatar al violador. En el ‘’dulce hogar’’ eran permitidas las conductas violentas de agresión sexual de abuelos a las niñas, de tíos, padrastros, padres, y se aplaudía el uso sexual de las sirvientas. Nadie en su sano juicio iba a nombrar al padrino, y menos a la madrina, por manoseos íntimos, porque se le tildaba de ‘’loca’’.
Recuerdo que mis vecinas ‘’solteronas’’ eran mal vistas, y a mí me gustaba conversar con la ‘’señorita’’ Alicia, linda, con el crucifijo del Señor de los Milagros, de conducta monástica y voz angelical. Me deleitaba con los cuentos infantiles y, un día, la tildaron de que le gustaban las niñas y su tía la encontró con su sobrina; me negaron asistir a su casa. Los comentarios seguían y luego pasó al olvido, hasta que la recordé al regresar el año dos mil a Lima, y apenas rozó su mirada al saludarla...
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