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Dar mucha más prioridad al desarrollo rural

Para librar a la humanidad de la sombra del hambre hay que promocionar mucho más la actividad agrícola en cada país del mundo, con una cooperación efectiva entre las diversas naciones.
Víctor Corcoba
jueves, 23 de febrero de 2012, 08:17 h (CET)
    La agricultura tiene que ser una industria en crecimiento, y una industria protegida, para abastecer a los nueve mil millones de habitantes que seremos para el 2050. Es el gran desafío que todos los países deben llevar a cabo. Se precisa, para empezar, una mayor protección del suelo para optimizar la nutrición de los cultivos, una mejor gestión eficiente del agua, y del manejo integrado de plagas, enfermedades y malas hierbas.

    Por desgracia, la agricultura sigue siendo todavía infravalorada. Faltan estímulos para que den al desarrollo rural el lugar que le corresponde. Trabajar la tierra es tan importante como cualquier otro trabajo. De ahí la importancia del asociacionismo rural como un elemento significativo para el desarrollo del colectivo de trabajadores. La Unión Europea, que es el principal importador mundial de productos alimenticios y el mayor mercado de alimentos procedentes de los países en desarrollo, puede servir como ejemplo en el mundo para ayudar a los agricultores; no en vano, gracias a la unión de países, se  han podido potenciar ayudas directas al campesino para que pueda vivir más dignamente, pero a cambio debe cumplir el sector agrícola con una serie de normas sobre higiene de instalaciones, biodiversidad y conservación del paisaje, mejora de los productos en cuanto a calidad, haciendo hincapié en prácticas sostenibles.

    No se puede obviar el trabajo de los pequeños agricultores, que cumplen desde luego un papel fundamental en el crecimiento económico y la seguridad alimentaria. Hay que permitirles y ayudarles a que puedan desarrollar su potencial, mediante acceso a mejores recursos, a mercados e incentivos, para que en verdad puedan transformar sus propias comunidades, sus personales vidas y, en suma, el mundo mismo. El referente europeo ahí está, celebrando este año el cincuenta aniversario de la implementación de la Política Agrícola Común (PAC), una piedra angular del proceso de integración europea que ha brindado cinco décadas de suministro seguro de alimentos y un campo lleno de vida a los ciudadanos europeos, como ya dije.

    En cualquier caso, la falta de justicia en la repartición de la propiedad de la tierra y las políticas aplicadas en el mundo, siguen obstaculizando el desarrollo agrícola. Los salarios agrícolas son de los más bajos, que junto a la poca rentabilidad de las pequeñas empresas rurales, hace que el sector no despunte. Sin duda, la caída de las rentas agrícolas afecta duramente a los pequeños productores, hasta el punto que muchos agricultores no quieren trabajar por más tiempo en el campo. Para dar prioridad al desarrollo rural en todo el mundo, son necesarios cambios radicales y urgentes, sobre todo prestando una atención particular al papel crucial que tiene la mujer en la tarea agrícola. No olvidemos que dependemos, en buena parte, del campo para vivir. Y que se va a precisar más producción para alimentar más bocas.
Víctor Corcoba Herrero

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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