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La manera de comunicarnos puede ser un buen indicador para mostrar los valores de una sociedad y el estado en que se encuentra su higiene democrática

La socialización de lo vulgar

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A diario se puede comprobar en los medios de comunicación, cómo el insulto y la violencia verbalizada enrarece la actividad diaria de un país.  Es algo que va más allá de una crisis de valores. Existe una degradación en el lenguaje público, que desprecia el significado de las palabras, y hay por tanto un descuido en las formas. Al comunicarnos a veces las formas son también el fondo. ¿Por qué pasamos del argumento al insulto sin pestañear?

El filósofo Emilio Lledó lo llama “lenguaje basura”. Descuidar el lenguaje es en sí una falta de respeto y en ocasiones es otra manera de insultarse. El menospreciar al del frente se ha instalado no sólo en nuestras conversaciones como algo cotidiano sino que se convierte en un obstáculo para el entendimiento. Es una barrera para perfeccionar una democracia. Con insulto no puede haber reflexión. Parece que aquel con el que discrepamos en una conversación se convierte de manera automática en nuestro adversario. “No quiero resignarme a una sociedad del insulto en la que a fuerza de manejar la violencia verbal contra los otros uno se acaba convirtiendo en mentira, agresividad, violencia, en la nada". 

Con esta manera de expresarnos se socializa lo vulgar, se pierde el detalle. El insulto y la violencia, el “lenguaje basura” tiene una profundidad peligrosa. Por descuido se instala en nuestras conversaciones sin previo aviso. La polémica y las salidas de tono son hoy espectáculo y  no se puede informar  desde el desprecio de una descalificación. Lo comprobamos en los medios, incluso en nuestras discusiones diarias o en cualquier patio de un colegio. Hemos interiorizado esto de tal manera, que en una semana ya no recordamos la belleza con que nuestro equipo de fútbol venció al eterno rival. Queda en la memoria la polémica, las descalificaciones mutuas en las ruedas de prensa, lo superficial.

Ya no sólo la utilización del insulto como recurso, el uso inadecuado del léxico hace a las propias palabras perder su verdadero valor y significado. A la hora de comunicar este descuido en el tratamiento, provoca la distorsión de la realidad que se pretende explicar. Como señala el periodista  Alejandro Grijelmo, “ahora se dice censura, tortura, nazismos, en circunstancias en que no es correcto decir que alguien ha censurado, o que alguien ha torturado o que determinada actitud es propia del nazismo. Se dicen esas palabras y quienes las dicen no las pesan”. La libertad de expresión no es sino  la consecuencia inmediata de un pensamiento informado, de una reflexión interior previa, de la puesta en marcha de unos conocimientos adquiridos y presentados con precisión según las circunstancias, no de lo primero que surja a bote pronto.

El periodista Juan Cruz reflexiona en su último libro “Contra el insulto” sobre esta tendencia y sus efectos, y además de centrarse en el papel de los profesionales de la información para desarraigar esta costumbre.“Los que tenemos la máquina de decir cosas, a veces nos creemos que podemos decir cualquier cosa. La raíz de este malentendido está en la creencia de que la libertad de expresión puede equivaler a la libertad de insultar". Ampararse en este derecho para que uno diga lo primero que le venga en gana es un ejercicio que se repite con cierta frecuencia. Algunos medios de comunicación lo demuestran cuando confunden “la palabra audiencia con la palabra interés”. En los debates de algunas cadenas televisivas parece que el insulto se instaura como norma . Esta forma descuidada de “debatir” tiene su reflejo en la sociedad, en la manera de saludarnos o en la manera de jugar de unos colegiales. “El único fin del insulto es destruir, sembrando primero la sospecha y recurriendo después a argumentos para borrar a una persona del mapa"

Contra la hegemonía del insulto es preciso la construcción de un  lenguaje colectivo nuevo que destierre  las violencia de nuestras palabras. Es una responsabilidad compartida para una sociedad que necesita evolucionar. En la cultura griega se decía que el insulto era el lenguaje de los necios.

La socialización de lo vulgar

La manera de comunicarnos puede ser un buen indicador para mostrar los valores de una sociedad y el estado en que se encuentra su higiene democrática
Antonio David Ruiz
viernes, 27 de enero de 2012, 10:13 h (CET)
A diario se puede comprobar en los medios de comunicación, cómo el insulto y la violencia verbalizada enrarece la actividad diaria de un país.  Es algo que va más allá de una crisis de valores. Existe una degradación en el lenguaje público, que desprecia el significado de las palabras, y hay por tanto un descuido en las formas. Al comunicarnos a veces las formas son también el fondo. ¿Por qué pasamos del argumento al insulto sin pestañear?

El filósofo Emilio Lledó lo llama “lenguaje basura”. Descuidar el lenguaje es en sí una falta de respeto y en ocasiones es otra manera de insultarse. El menospreciar al del frente se ha instalado no sólo en nuestras conversaciones como algo cotidiano sino que se convierte en un obstáculo para el entendimiento. Es una barrera para perfeccionar una democracia. Con insulto no puede haber reflexión. Parece que aquel con el que discrepamos en una conversación se convierte de manera automática en nuestro adversario. “No quiero resignarme a una sociedad del insulto en la que a fuerza de manejar la violencia verbal contra los otros uno se acaba convirtiendo en mentira, agresividad, violencia, en la nada". 

Con esta manera de expresarnos se socializa lo vulgar, se pierde el detalle. El insulto y la violencia, el “lenguaje basura” tiene una profundidad peligrosa. Por descuido se instala en nuestras conversaciones sin previo aviso. La polémica y las salidas de tono son hoy espectáculo y  no se puede informar  desde el desprecio de una descalificación. Lo comprobamos en los medios, incluso en nuestras discusiones diarias o en cualquier patio de un colegio. Hemos interiorizado esto de tal manera, que en una semana ya no recordamos la belleza con que nuestro equipo de fútbol venció al eterno rival. Queda en la memoria la polémica, las descalificaciones mutuas en las ruedas de prensa, lo superficial.

Ya no sólo la utilización del insulto como recurso, el uso inadecuado del léxico hace a las propias palabras perder su verdadero valor y significado. A la hora de comunicar este descuido en el tratamiento, provoca la distorsión de la realidad que se pretende explicar. Como señala el periodista  Alejandro Grijelmo, “ahora se dice censura, tortura, nazismos, en circunstancias en que no es correcto decir que alguien ha censurado, o que alguien ha torturado o que determinada actitud es propia del nazismo. Se dicen esas palabras y quienes las dicen no las pesan”. La libertad de expresión no es sino  la consecuencia inmediata de un pensamiento informado, de una reflexión interior previa, de la puesta en marcha de unos conocimientos adquiridos y presentados con precisión según las circunstancias, no de lo primero que surja a bote pronto.

El periodista Juan Cruz reflexiona en su último libro “Contra el insulto” sobre esta tendencia y sus efectos, y además de centrarse en el papel de los profesionales de la información para desarraigar esta costumbre.“Los que tenemos la máquina de decir cosas, a veces nos creemos que podemos decir cualquier cosa. La raíz de este malentendido está en la creencia de que la libertad de expresión puede equivaler a la libertad de insultar". Ampararse en este derecho para que uno diga lo primero que le venga en gana es un ejercicio que se repite con cierta frecuencia. Algunos medios de comunicación lo demuestran cuando confunden “la palabra audiencia con la palabra interés”. En los debates de algunas cadenas televisivas parece que el insulto se instaura como norma . Esta forma descuidada de “debatir” tiene su reflejo en la sociedad, en la manera de saludarnos o en la manera de jugar de unos colegiales. “El único fin del insulto es destruir, sembrando primero la sospecha y recurriendo después a argumentos para borrar a una persona del mapa"

Contra la hegemonía del insulto es preciso la construcción de un  lenguaje colectivo nuevo que destierre  las violencia de nuestras palabras. Es una responsabilidad compartida para una sociedad que necesita evolucionar. En la cultura griega se decía que el insulto era el lenguaje de los necios.

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