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Ana Rodríguez

Sin compromiso: ¿las mujeres ya no se enamoran?

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La comedia romántica, como género, tiene el propósito de representar las pasajeras enajenaciones que sufrimos al enamorarnos o relacionarnos con gente que nos atrae, las extrañas mutaciones que sufre nuestro comportamiento y lo delirantes, ridículos o neuróticos que podemos llegar a resultar. El mal propio, visto como ajeno y bien envuelto, acaba siendo divertido.O al revés. Como sea.

La comedia romántica además, como todo género, evoluciona con el signo de los tiempos, y concretamente con las repercusiones de éstos sobre nuestras pautas de relación con los demás. Por ello comenta Ivan Reitman, director del film –sí, el también director de Cazafantasmas – que hace dos décadas, la pregunta de una comedia romántica como Cuando Harry encontró a Sally era si la amistad entre un hombre y una mujer era posible sin que el sexo se entrometiera, mientras que hoy nos enfrentamos a la duda de si es posible mantener relaciones puramente sexuales sin que las emociones se interpongan.

El paradigma emotivo-sexual para algunas generaciones (veinte-treintañeros los del film), ha cambiado y el cine intenta captar la esencia de estos desplazamientos: ahora el sexo es el origen y la constante, mientras que el amor es tan solo una variable.

Ahí estuvo en su día, para hablar sobre estos asuntos,500 días juntos, ese viaje con 500 cucharadas de azúcar servidas en taza indie, en el que la chica, interpretada por Zooey Deschanel es, de los dos, la que no quiere más, la que está conforme con una relación con derecho a intimidad pero no a compromiso. Por suerte en aquel film la melaza va dejando paso, en el tramo final, al sabor del celuloide que nos devuelve la cara más sincera y menos edulcorada de sus protagonistas.

Natalie Portman, la actriz todoterreno, todo-género y todo-lo-demás, interpreta aquí a un personaje análogo al de Deschanel: mujer moderna, ésta muy centrada en su carrera, alérgica a las relaciones y a la cursilería. Ocupa el lugar que antes se hacía ocupar al hombre, que ahora es tierno, sentimental y frágil, interpretado, como siempre con enorme talento, por el encasillado en “guaperas” Ashton Kutcher.

Él y Portman juegan a la inversión de roles a través de situaciones más simpáticas que divertidas –últimamente, a menos risa mejor comedia, ¿es eso posible?-, con estelares apariciones del padre de Kutcher interpretado por Kevin Kline. Una de las mejores bazas del film, al fin y al cabo, es la sobriedad de las actuaciones. Si hubiéramos tenido de protagonistas, por poner un ejemplo, a Drew Barrymore en sus años mozos y a algún joven crepusculiano, Sin compromiso se podría haber convertido en un recital de microgestos interpretativos en clave de autosatisfacción, esto es: sonrisas tímidas y muy monas y tics nerviosos camuflados de estilo actoral y convenidos como graciosos.

Pero tanto la pareja protagonista como Reitman huyen, por ser diáfanos, de gilipolleces, hallando en la huida, buenos momentos, algún que otro chiste divertido y un tono entre agradable y relajado -muy recomendable para una sesión de primera hora de un día espeso-, sin conseguir en cambio escarbar en el meollo del asunto, plantear con un poco más de agudeza y un poco menos de autocomplacencia los nuevos territorios de la emotividad contemporánea. Léase, las marismas reales de las relaciones interpersonales, el romanticismo de a pie o la ausencia total del mismo, entre otras –muchas- cosas.

¿Alguien recuerda Punch Drunk Love, la comedia romántica de P.T.Anderson? Aunque no se libraba de la arquitectura casi obligada del género y de algunos de sus cansinos dejes, la increíble neurosis súperdestructiva del personaje de Adam Sandler caía como lluvia ácida sobre sí misma y sobre sus predecesoras y sucesoras.

Y es que el género se las trae y se las peligra, capaz en tantas ocasiones de causar, al mismo tiempo, grima y secreta seducción, llanto y vergüenza, empatía y animosidad. Ver una comedia romántica puede ser tanto como librar una batalla contra uno mismo, en plena oscuridad de la sala de cine, decidiendo en directo si confiar en las representaciones de nosotros mismos que nos proveen desde Hollywood o si mandarles al carajo ya de una vez por todas.Para tales momentos esquizofrénicos, lo mejor es andar proveído de un gran cubo de palomitas. Porque sea cual sea la faena, hay que hacerla bien hecha.

Sin compromiso: ¿las mujeres ya no se enamoran?

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
viernes, 8 de abril de 2011, 07:57 h (CET)
La comedia romántica, como género, tiene el propósito de representar las pasajeras enajenaciones que sufrimos al enamorarnos o relacionarnos con gente que nos atrae, las extrañas mutaciones que sufre nuestro comportamiento y lo delirantes, ridículos o neuróticos que podemos llegar a resultar. El mal propio, visto como ajeno y bien envuelto, acaba siendo divertido.O al revés. Como sea.

La comedia romántica además, como todo género, evoluciona con el signo de los tiempos, y concretamente con las repercusiones de éstos sobre nuestras pautas de relación con los demás. Por ello comenta Ivan Reitman, director del film –sí, el también director de Cazafantasmas – que hace dos décadas, la pregunta de una comedia romántica como Cuando Harry encontró a Sally era si la amistad entre un hombre y una mujer era posible sin que el sexo se entrometiera, mientras que hoy nos enfrentamos a la duda de si es posible mantener relaciones puramente sexuales sin que las emociones se interpongan.

El paradigma emotivo-sexual para algunas generaciones (veinte-treintañeros los del film), ha cambiado y el cine intenta captar la esencia de estos desplazamientos: ahora el sexo es el origen y la constante, mientras que el amor es tan solo una variable.

Ahí estuvo en su día, para hablar sobre estos asuntos,500 días juntos, ese viaje con 500 cucharadas de azúcar servidas en taza indie, en el que la chica, interpretada por Zooey Deschanel es, de los dos, la que no quiere más, la que está conforme con una relación con derecho a intimidad pero no a compromiso. Por suerte en aquel film la melaza va dejando paso, en el tramo final, al sabor del celuloide que nos devuelve la cara más sincera y menos edulcorada de sus protagonistas.

Natalie Portman, la actriz todoterreno, todo-género y todo-lo-demás, interpreta aquí a un personaje análogo al de Deschanel: mujer moderna, ésta muy centrada en su carrera, alérgica a las relaciones y a la cursilería. Ocupa el lugar que antes se hacía ocupar al hombre, que ahora es tierno, sentimental y frágil, interpretado, como siempre con enorme talento, por el encasillado en “guaperas” Ashton Kutcher.

Él y Portman juegan a la inversión de roles a través de situaciones más simpáticas que divertidas –últimamente, a menos risa mejor comedia, ¿es eso posible?-, con estelares apariciones del padre de Kutcher interpretado por Kevin Kline. Una de las mejores bazas del film, al fin y al cabo, es la sobriedad de las actuaciones. Si hubiéramos tenido de protagonistas, por poner un ejemplo, a Drew Barrymore en sus años mozos y a algún joven crepusculiano, Sin compromiso se podría haber convertido en un recital de microgestos interpretativos en clave de autosatisfacción, esto es: sonrisas tímidas y muy monas y tics nerviosos camuflados de estilo actoral y convenidos como graciosos.

Pero tanto la pareja protagonista como Reitman huyen, por ser diáfanos, de gilipolleces, hallando en la huida, buenos momentos, algún que otro chiste divertido y un tono entre agradable y relajado -muy recomendable para una sesión de primera hora de un día espeso-, sin conseguir en cambio escarbar en el meollo del asunto, plantear con un poco más de agudeza y un poco menos de autocomplacencia los nuevos territorios de la emotividad contemporánea. Léase, las marismas reales de las relaciones interpersonales, el romanticismo de a pie o la ausencia total del mismo, entre otras –muchas- cosas.

¿Alguien recuerda Punch Drunk Love, la comedia romántica de P.T.Anderson? Aunque no se libraba de la arquitectura casi obligada del género y de algunos de sus cansinos dejes, la increíble neurosis súperdestructiva del personaje de Adam Sandler caía como lluvia ácida sobre sí misma y sobre sus predecesoras y sucesoras.

Y es que el género se las trae y se las peligra, capaz en tantas ocasiones de causar, al mismo tiempo, grima y secreta seducción, llanto y vergüenza, empatía y animosidad. Ver una comedia romántica puede ser tanto como librar una batalla contra uno mismo, en plena oscuridad de la sala de cine, decidiendo en directo si confiar en las representaciones de nosotros mismos que nos proveen desde Hollywood o si mandarles al carajo ya de una vez por todas.Para tales momentos esquizofrénicos, lo mejor es andar proveído de un gran cubo de palomitas. Porque sea cual sea la faena, hay que hacerla bien hecha.

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