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Lucas Paulinovich / Corresponsal en Argentina

Las aguas de la oposición

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Lo ocurrido en las elecciones de Chubut propone una nueva configuración de las fuerzas en el armado opositor. En una provincia gobernada por uno de los referentes principales del Peronismo Federal, conglomerado conservador de oposición al kirchnerismo, como es Mario Das Neves, el vislumbre de una derrota impulsó el papelón. Urnas desaparecidas, votos inexistentes, muertos que votaron, casi todos los recursos del fraude electoral fueron puestos en práctica para evitar lo que sería un golpe demasiado duro para la oposición. Aún una derrota por ventaja mínima favorecía al Gobierno.

Algunas semanas antes, en Catamarca, la candidata a gobernadora por el kirchnerismo ganó las elecciones y sacó del poder al actual gobernador, cuya fuerza política gobernaba desde hacía 20 años. En el último tiempo, el kirchnerismo creció sorprendentemente en las encuestas y, aún en las estimaciones de las consultoras más acérrimamente opositoras, CFK ganaría con amplia ventaja y en primera vuelta. Esa reconquista de votos del oficialismo fue lo que traccionó en Catamarca para que el oficialismo ganara. Algunos días antes la Presidente se hizo presente en el distrito y respaldo abiertamente a la candidata. El ‘efecto Catamarca’ era temido en Chubut. Das Neves, que quería ser candidato a presidente, sabía que podía ocurrir algo similar.

Solo tres meses atrás las encuestas anunciaban una holgada victoria del frente opositor. Los muchachos del Peronismo Federal durmieron en la comodidad de los laureles, entretenidos en una trenza de egos bastante poco productiva en términos políticos, mientras el kirchnerismo avanzaba con medidas cruciales que le capitalizaban las simpatías de determinados sectores que, algún tiempo atrás, parecían definitivamente perdidos.

Fue tan grande el papelón que el propio Das Neves tuvo que dejar de lado sus aspiraciones personales y bajarse de la carrera presidencial. Evidentemente ni en su tierra natal podía ganar una elección con tranquilidad. El recuento de votos todavía se está haciendo, pero aunque el candidato del dasnevismo tenga más votos, ya ha sido derrotado. El gran vencedor es el kirchnerismo.

Mal que les pese, el gobierno actual reacomodó las cifras de la macroeconomía y encaminó al país por un sendero de crecimiento, inmune a los ventarrones que sacudieron al mundo. Semejantes privilegios son suficientes para que ciertas franjas de clase media ligadas al capital nacional terminen por volcarse –aunque frunciendo el entrecejo y refunfuñando- hacia las filas del gobierno.

La oposición perdió la oportunidad de representar a amplios sectores asustados por un gobierno que comenzaba a tomar tintes reivindicativos y podía montarse a una ola de nacionalizaciones y legislaciones favorables a los trabajadores, siguiendo la línea que tiene a la Venezuela chavista como vanguardia. Ese temor, vale aclarar, es absolutamente infundado. El kirchnerismo no responde a una naturaleza que lo encuadre como un gobierno revolucionario que lleve a cabo un programa de emancipación nacional; simplemente se trata de un gobierno centroizquierdista que tomó algunas medidas reivindicatorias y que ha producido, es cierto, enormes transformaciones en un plano principalmente simbólico, como por ejemplo, la implementación del casamiento igualitario, mediante el cual las parejas homosexuales pueden contraer matrimonio, o la ampliación de los derechos humanos, juzgando y condenando a los militares asesinos de la dictadura de fines de los setenta, como así también una fuerte recuperación del debate político y de las raíces nacionales en la discusión histórica. En términos materiales, no hizo demasiado. Las principales fuentes de recursos naturales continúan en manos de capitales transnacionales y el comercio exterior es hegemonizado por grandes empresas acopiadoras y cerealeras de capital extranjero.

En definitiva, esos sectores que por el típico temor de buen burgués habían incubado cierto rechazo a la imagen de CFK y se habían alejado del kirchnerismo, hoy regresan, asqueados por la incompetencia opositora y el espanto, mucho mayor al otro, de que el país caiga en manos de personajes sin la menor idea de qué hacer ni para qué lado salir.

Los mismos medios de comunicación, que encabezan las operaciones opositoras al Gobierno Nacional, están sorprendidos por la falta de respuestas de los dirigentes de los partidos opositores, a quienes tanto han ayudado y tan poco le devuelven. El Grupo Clarín, principal multimedio dentro del tejido oligopólico, ha llevado a cabo cientos de operaciones de prensa para restarle fuerzas al oficialismo y contribuir al fortalecimiento de los candidatos opositores.

Intentaron inventar un candidato, Ernesto Sanz, dirigente de la Unión Cívica Radical. Pero la torpeza del mismo y la falta de coordinación de movimiento con el resto de los dirigentes opositores hicieron que el proyecto naufragara. Hacia adentro del partido se habían propuesto realizar pre-internas para definir el candidato a presidente de modo de llegar fortalecido a las elecciones primarias. Sanz fue quien elevó la propuesta y Ricardo Alfonsín, hijo de Raúl, quien fuera el primer presidente desde la recuperación de la democracia en el ’83, aceptó con cierto disgusto. Las cosas no continuaron demasiado bien para Sanz que, temiendo una derrota, decidió bajarse y competir directamente en las primarias, exactamente lo contario a lo que había propuesto previamente.

Su partido, la UCR, ahora le dio la espalda y oficializó a Alfonsín como su candidato, un hombre timorato y sin demasiadas fortalezas que no termina de cerrarle a las corporaciones para brindarles su apoyo.

Los principales grupos opositores, encabezados por la fuerza mediática que maneja el Grupo Clarín, quien es el verdadero coordinador de la oposición política, procuran llevar a cabo cualquier tipo de maniobra política para detener el crecimiento del oficialismo. El esfuerzo está siendo inútil. Los resultados así lo cantan.

Las aguas de la oposición

Lucas Paulinovich / Corresponsal en Argentina
Lucas Paulinovich
jueves, 31 de marzo de 2011, 09:45 h (CET)
Lo ocurrido en las elecciones de Chubut propone una nueva configuración de las fuerzas en el armado opositor. En una provincia gobernada por uno de los referentes principales del Peronismo Federal, conglomerado conservador de oposición al kirchnerismo, como es Mario Das Neves, el vislumbre de una derrota impulsó el papelón. Urnas desaparecidas, votos inexistentes, muertos que votaron, casi todos los recursos del fraude electoral fueron puestos en práctica para evitar lo que sería un golpe demasiado duro para la oposición. Aún una derrota por ventaja mínima favorecía al Gobierno.

Algunas semanas antes, en Catamarca, la candidata a gobernadora por el kirchnerismo ganó las elecciones y sacó del poder al actual gobernador, cuya fuerza política gobernaba desde hacía 20 años. En el último tiempo, el kirchnerismo creció sorprendentemente en las encuestas y, aún en las estimaciones de las consultoras más acérrimamente opositoras, CFK ganaría con amplia ventaja y en primera vuelta. Esa reconquista de votos del oficialismo fue lo que traccionó en Catamarca para que el oficialismo ganara. Algunos días antes la Presidente se hizo presente en el distrito y respaldo abiertamente a la candidata. El ‘efecto Catamarca’ era temido en Chubut. Das Neves, que quería ser candidato a presidente, sabía que podía ocurrir algo similar.

Solo tres meses atrás las encuestas anunciaban una holgada victoria del frente opositor. Los muchachos del Peronismo Federal durmieron en la comodidad de los laureles, entretenidos en una trenza de egos bastante poco productiva en términos políticos, mientras el kirchnerismo avanzaba con medidas cruciales que le capitalizaban las simpatías de determinados sectores que, algún tiempo atrás, parecían definitivamente perdidos.

Fue tan grande el papelón que el propio Das Neves tuvo que dejar de lado sus aspiraciones personales y bajarse de la carrera presidencial. Evidentemente ni en su tierra natal podía ganar una elección con tranquilidad. El recuento de votos todavía se está haciendo, pero aunque el candidato del dasnevismo tenga más votos, ya ha sido derrotado. El gran vencedor es el kirchnerismo.

Mal que les pese, el gobierno actual reacomodó las cifras de la macroeconomía y encaminó al país por un sendero de crecimiento, inmune a los ventarrones que sacudieron al mundo. Semejantes privilegios son suficientes para que ciertas franjas de clase media ligadas al capital nacional terminen por volcarse –aunque frunciendo el entrecejo y refunfuñando- hacia las filas del gobierno.

La oposición perdió la oportunidad de representar a amplios sectores asustados por un gobierno que comenzaba a tomar tintes reivindicativos y podía montarse a una ola de nacionalizaciones y legislaciones favorables a los trabajadores, siguiendo la línea que tiene a la Venezuela chavista como vanguardia. Ese temor, vale aclarar, es absolutamente infundado. El kirchnerismo no responde a una naturaleza que lo encuadre como un gobierno revolucionario que lleve a cabo un programa de emancipación nacional; simplemente se trata de un gobierno centroizquierdista que tomó algunas medidas reivindicatorias y que ha producido, es cierto, enormes transformaciones en un plano principalmente simbólico, como por ejemplo, la implementación del casamiento igualitario, mediante el cual las parejas homosexuales pueden contraer matrimonio, o la ampliación de los derechos humanos, juzgando y condenando a los militares asesinos de la dictadura de fines de los setenta, como así también una fuerte recuperación del debate político y de las raíces nacionales en la discusión histórica. En términos materiales, no hizo demasiado. Las principales fuentes de recursos naturales continúan en manos de capitales transnacionales y el comercio exterior es hegemonizado por grandes empresas acopiadoras y cerealeras de capital extranjero.

En definitiva, esos sectores que por el típico temor de buen burgués habían incubado cierto rechazo a la imagen de CFK y se habían alejado del kirchnerismo, hoy regresan, asqueados por la incompetencia opositora y el espanto, mucho mayor al otro, de que el país caiga en manos de personajes sin la menor idea de qué hacer ni para qué lado salir.

Los mismos medios de comunicación, que encabezan las operaciones opositoras al Gobierno Nacional, están sorprendidos por la falta de respuestas de los dirigentes de los partidos opositores, a quienes tanto han ayudado y tan poco le devuelven. El Grupo Clarín, principal multimedio dentro del tejido oligopólico, ha llevado a cabo cientos de operaciones de prensa para restarle fuerzas al oficialismo y contribuir al fortalecimiento de los candidatos opositores.

Intentaron inventar un candidato, Ernesto Sanz, dirigente de la Unión Cívica Radical. Pero la torpeza del mismo y la falta de coordinación de movimiento con el resto de los dirigentes opositores hicieron que el proyecto naufragara. Hacia adentro del partido se habían propuesto realizar pre-internas para definir el candidato a presidente de modo de llegar fortalecido a las elecciones primarias. Sanz fue quien elevó la propuesta y Ricardo Alfonsín, hijo de Raúl, quien fuera el primer presidente desde la recuperación de la democracia en el ’83, aceptó con cierto disgusto. Las cosas no continuaron demasiado bien para Sanz que, temiendo una derrota, decidió bajarse y competir directamente en las primarias, exactamente lo contario a lo que había propuesto previamente.

Su partido, la UCR, ahora le dio la espalda y oficializó a Alfonsín como su candidato, un hombre timorato y sin demasiadas fortalezas que no termina de cerrarle a las corporaciones para brindarles su apoyo.

Los principales grupos opositores, encabezados por la fuerza mediática que maneja el Grupo Clarín, quien es el verdadero coordinador de la oposición política, procuran llevar a cabo cualquier tipo de maniobra política para detener el crecimiento del oficialismo. El esfuerzo está siendo inútil. Los resultados así lo cantan.

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