Hay momentos en los que nos olvidamos de que las causas de que estén ocurriendo, en esta tierra en la que moramos, determinados acontecimientos, peripecias imprevistas, extraños efectos e inexplicables e incongruentes resultados; no se deben a decisiones que, los que nos gobiernan, hayan tomado recientemente ni, tampoco, a que estemos sufriendo los efectos de algo que haya surgido por generación espontánea o de forma ilógica.
No, no señores, las cosas no funcionan así en este mundo; todo tiene su origen, su explicación y, en la mayoría de ocasiones, los efectos que vemos aflorar en una determinado momento de la vida, han tenido sus antecedentes en acciones, decisiones, planteamientos o proyectos que tuvieron lugar hace años, cuando las condiciones sociopolíticas de España eran distintas y en unos momentos en los que era difícil prever que aquella prosperidad, aquella vida llena de recursos y aquel Estado del bienestar, pudiera llegar un momento en que desapareciera, tragado por la glotonería del monstruo de la recesión y la crisis económica.
Pocas de las instituciones de este país, pocos de los gobiernos autonómicos y pocos de los municipios podían prever que aquella fiebre constructora, que aquellos cientos de miles de actividades relacionadas con el ladrillo, que aquellos bancos y cajas que, con tanta largueza y aparente generosidad, entregaban a chorro dinero a las constructoras para que edificaran cada vez más y vendieran cada vez más caro; proporcionando beneficios a espuertas y generando una nueva cueva de Alí Babá, en la que los ladrones escondían sus tesoros que aumentaban de día en día, en una espiral incontenible que parecía que no iba a tener fin nunca. Ni el propio gobierno central, el del señor Rodríguez Zapatero y su Ejecutivo, llegaron a sospechar, cuando iniciaron su primera legislatura que, antes de finalizarla, aquellas esperanzas que concibieron de darle la vuelta a España, de instaurar una nueva República a imagen y semejanza de la de febrero de 1936 y de cargarse a la derecha, definitivamente, y con ella al catolicismo (al que consideraban el gran responsable de que se perdiera la Guerra Civil española); que los últimos meses del año 2007 y, en especial, los primeros del 2008, le dieron la vuelta a la tortilla y donde pintaban oros comenzaran a pintar bastos.
No quisieron, no supieron o temieron aceptar los hechos; se negaron a admitir que sus planes estaban fallando y que la prosperidad y la economía saneada que dejó el señor Aznar, al finalizar su mandato, no iban a ser suficientes para poder atender a todos sus despilfarros; sus promesas sociales; sus leyes, promulgadas sin tener en cuenta sus repercusiones económicas; su sangrado constante de la tesorería del Estado y su falta absoluta del sentido de la realidad; convencidos de que la vaca iba a dar siempre leche suficiente para llenar el recipiente de donde salían todos sus inventos; no les permitieron prever lo que nos avecinaba y, cuando quisieron darse cuenta de lo que estaba sucediendo, ya era tarde, las medidas que se adoptaron no fueron las acertadas, los dineros que se destinaron a ayudar a la banca fueron empleados en otros objetivos y, desde entonces, se puede decir que, España, ha ido de tropiezo en tropiezo, sin levantar cabeza en ningún momento.
Lo que ha sucedido no es que las comunidades vivieran por sobre de sus posibilidades, en una especie de sueño dorado, que también; ni tampoco que los grandes municipios tiraran de deuda para ejecutar sus colosales reformas, que también; sino que, incluso, en las pequeñas ciudades, en municipios de la costa o en pequeñas localidades rurales, los gestores municipales se acostumbraron a que sus modestos ayuntamientos recaudaran cantidades que, en otras épocas, ni en sueños hubieran pensado que se podían conseguir. Y estos cientos de miles de localidades que, en virtud de los impuestos, tasas y arbitrios, sobre todo los relacionados con el boom de la construcción; se habían acostumbrado a unos ingresos determinados y a que, ante tal abundancia, no se regateara en aumentar sus plantillas, emprender obras costosas, mejorar los sueldos de los ediles y vivir por encima del nivel que les correspondía; son los que ahora no pagan a sus proveedores, no llevan a efecto las obras de mantenimiento necesarias, deben afrontar el pago de nóminas sobredimensionadas y buscan, desesperadamente, el modo de cuadrar sus cuentas, una labor nada fácil y que entraña decisiones dolorosas que, muchos de los consejos municipales, parecen reacios a tomar.
Y como para muestra basta un botón, me voy a referir a un pequeño municipio catalán, de unos 6.500 habitantes, situado en el hermoso parque del Garraf, cercano al litoral barcelonés, cuyo nombre es Begues. Un lugar maravilloso, de no muy buenas comunicaciones, situado a más de 300 metros sobre el nivel del mar, donde todos se conocen y donde todavía existen, en su gente, aquellas virtudes de solidaridad, sensatez, amabilidad, y buena educación; lo que, unido a un entorno natural delicioso hacen del lugar un sitio maravilloso para trabajar y vivir; algo de lo que las grandes urbes carecen a pesar de todas las ventajas de la civilización. Este pueblecito esta regido por un equipo municipal de izquierdas, un consistorio más de los que tanto abundan y que, como tantos otros, se beneficiaba del boom de la construcción y de todas las ventajas que ello comportaba para la tesorería municipal. Ahora el chollo se les acabó, y sólo les restan los impuestos habituales, entre ellos el IBI y las tasas locales.
Bien, pues si en el 2009 (año de recesión), los impuestos municipales subieron un 4% de media; en el 2010 (año de más recesión) lo hicieron en un 6% de media. En el capítulo de gastos despunta, por sobre cualquier otro el incremento, los gastos de personal que si, antes de la crisis, en el 2007, eran de 2.319.000 de euros, en el presupuesto municipal provisional del 2011, asciende a la cifra de casi tres millones de euros. Es decir, que a pesar de la crisis que la ciudadanía está padeciendo, no parece que el ayuntamiento de Begues haya aplicado medidas importantes de ahorro, empezando por su plantilla de personal, que ha seguido incrementándose, Pero existe otro aspecto importante que comentar y es el caso del IBI. Es sabido que el valor de la construcción ha experimentado descensos importantes y, en lugares donde los veraneantes son una parte importante de la población, todavía la caída de los precios ha sido más espectacular y, en este aspecto, Begues no ha sido una excepción. De hecho, las operaciones de compra venta están estancadas, incluso a precios de ganga, y la construcción de nuevos edificios totalmente colapsada, habiendo descendido en un 82% desde el ejercicio del 2007. Así y todo, el Ayuntamiento no ha tenido inconveniente en subir el IBI del 2010 en un promedio de un 50%, sin que se haya tenido en cuenta la devaluación del precio de las viviendas y cuando ya, en años anteriores, se habían revalorizado las bases de cálculo.
Un ejemplo, un caso concreto pero que puede ser un indicativo válido para demostrar la falta de criterio del Gobierno cuando destinó 15.000 millones de euros para obras absurdas a realizar por las corporaciones municipales; cuando lo que se precisaba era una ayuda directa a los ayuntamientos para tapar agujeros, pagar deudas y una revisión general de las cuentas municipales, por parte de las entidades autonómicas, para comprobar el destino que se les daba a las partidas municipales y, de paso, exigir a cada corporación la reducción de gastos prescindibles y la moderación en los necesarios.
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