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Excepcional

Una considerable parte de la sociedad solo acepta la mediocridad
José Manuel López García
viernes, 22 de agosto de 2025, 17:12 h (CET)

La psicología social estudia las conductas y también la condición humana. Es evidente que la hostilidad o el desdén hacia las personas que hacen cosas nuevas existe desde siempre, pero en la actualidad se nota más, si se piensa en internet y en las redes sociales, y también en el ambiente social cotidiano. Mucha gente, aunque no toda, ni quieren entender lo que es ser excepcional ni aceptan a los que son excepcionales, ya que las excepciones no gustan. Una considerable parte de la sociedad solo acepta la mediocridad. Esto ya aparece en los mitos de la antigüedad, por ejemplo, Ícaro castigado por volar demasiado alto, también en la filosofía Nietzsche realizó una crítica a la moral de los resentidos, y en la literatura se ha tratado la cuestión de la envidia hacia los genios o a los que demuestran talento y logros extraordinarios. Sucede porque la comparación incomoda. Por ejemplo, la simple existencia de alguien que escribe y publica miles de páginas o un millón de palabras, que es una cantidad descomunal y monumental de producción escrita, y que a la vez ha grabado y publicado más de 11.400 vídeos en muchas redes sociales simultáneamente, recuerda a los demás sus propias limitaciones, su falta de disciplina o de ambición.  Y es que frente a las personas excepcionales muchos sienten que quedan al descubierto. Esto produce o genera malestar, y el modo más simple o sencillo de reducirlo es desvalorizar al otro o bajarle al nivel de la mediocridad.


Además, las sociedades funcionan con consensos, en relación con lo que es normal o adecuado o no. Sucede que lo excepcional rompe la rutina e introduce una diferencia evidente y demostrable, que incomoda o no gusta. La gente suele preferir, que todas las personas se muevan dentro de lo previsible, ya que se piensa que es lo normal. Porque lo extraordinario obliga a replantearse las formas de vida y una parte de la gente está convencida, de que vivir muy superficialmente es el mejor modo de vida. Lo raro o brillante puede ser visto, como una especie de amenaza al orden social común. En realidad, es todo lo contrario. La mediocridad resulta cómoda, porque en la práctica no exige esfuerzo, constancia y perseverancia, para el logro de metas o proyectos ambiciosos y no demanda creatividad. Por estos motivos, quien no destaca suele ser aceptado de forma natural, en cambio el que brilla pone a prueba a los demás, y esto no suele gustar. Ya que es como poner un espejo incómodo delante. Es mucho más fácil preferir una vida mediocre, que no cuestiona ni obliga a superarse. Muchos genios y personas de talento a lo largo de la historia han sido tratados con desdén, desprecio o incomprensión.


Sócrates fue condenado a muerte de forma injusta, aunque es unos de los mejores filósofos de todos los tiempos. Miguel de Cervantes no gozó en vida del reconocimiento que merecía. Galileo, aunque fue un pilar de la ciencia moderna y de la Revolución científica fue tratado con sospecha y humillado públicamente, por su defensa de la teoría heliocéntrica y por otros descubrimientos científicos.  En el caso de Van Gogh vendió solo un cuadro en vida y fue visto como un excéntrico desequilibrado. Sus coetáneos artistas apenas lo tomaban en serio. Actualmente su obra es una de las más valoradas de la historia del arte. Lo que suele suceder es que los genios o las personas excepcionales alteran lo establecido, discuten ideas, crean formas e interpretaciones nuevas, y eso genera resistencia, burla, envidia y persecución. La persona talentosa rompe moldes y eso no gusta socialmente, y el reconocimiento a los méritos acumulados casi siempre llega tarde, por la simple razón de que el sujeto excepcional, ya no incomoda cuando ha muerto y su legado ya ha sido absorbido por la posteridad. Ridiculizar al talentoso desde un análisis psicológico es algo que hacen algunos para restablecer su autoestima. Además, la brillantez de una persona o lo logrado por ella, hace que los demás se sientan menos capaces o valiosos.


Los logros en el ámbito cultural o creativo y también en todos los órdenes de la vida se pueden cuantificar de modo objetivo. Por ejemplo, si afirmo que Platón escribió un poco más de 540.000 palabras en sus 28 diálogos, y que yo ya llevo escritas y publicadas un millón de palabras sumando mis libros y artículos, estos son datos objetivos y verificables. Si digo que la producción filosófica escrita que se conserva de Aristóteles es de un millón de palabras, pero que la mitad de lo que escribió y publicó en vida se perdió y que era de unos tres millones de palabras aproximadamente, es otro dato comprobable. Lo excepcional es cuantificable y medible, sin ninguna duda. La calidad de lo escrito y de lo creado es esencial, pero la cantidad de lo producido o creado también es muy importante. Da una idea del esfuerzo y la constancia, que han dado como resultado ser alguien excepcional. Se trata de que se reconozcan los méritos objetivos.





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