La pérdida de la identidad y prácticas cristianas en España ha abierto un “vacío cultural” que otras comunidades, como la musulmana, llenan con sus propias tradiciones.
Sobre esto hay que advertir que esto no es culpa de esas comunidades; o no del todo, sino de la mayoría cultural y tradicionalmente cristiana, que abandonó sus símbolos, creencias y costumbres.
Existe relación entre cambios legales, cambios culturales y transformación de conciencias (ejemplo de la ley del aborto en 1985). También conexión con citas y referentes reconocidos (Angela Merkel, Juan Pablo II) que refuerzan la autoridad de la idea.
También hay relación entre “quitar el cuadro de la pared” o “quitar el crucifijo” con la permisividad con que se acepta que la mujer musulmana vaya cubierta de pies a cabeza, en ocasiones, incluso los ojos. Esto nos deja ver la diferencia existente entre la coherencia cultural musulmana y “buenismo” europeo; entre una Navidad tradicional con el portal y el árbol frente a Santa Claus; y frente a los festivales laicos llenos de calabazas y monstruos en Noviembre, el tradicional día de los difuntos y el día de todos los santos.
Para para movilizar al lector habría que combinar una serie de conceptos como nostalgia, alarma, orgullo y culpa. El laicismo y el consumismo son fuerzas erosivas, asistimos a una obra en un escenario que plantea una “sustitución cultural” gradual más que de choque violento, lo que encaja con los discursos de declive civilizatorio, el declive de la sociedad occidental.
La referencia positiva a la coherencia musulmana no es un elogio multiculturalista, sino una crítica implícita a la falta de firmeza cristiana. La visión es binaria: cultura fuerte = supervivencia; cultura débil = desaparición. Apenas se contemplan híbridos o sincretismos culturales.
Que una parte importante del alumnado de un colegio o de la población de un barrio, tengan sangre musulmana, no es un dato irrelevante, porque marca el ambiente del lugar y se ve a simple vista, en las vestimentas, se oye distinguiéndose los idiomas, está presente en las formas de reunirse y en cómo se celebran ciertos momentos, los importantes para cada grupo. Todo esto influye en la vida cultural, en la vida del barrio, en la vida de la ciudad y por tanto del país.
Impresiona la coherencia con la que muchas de estas familias musulmanas viven su identidad. No aparentan sentirse acomplejadas ni necesitan adaptarla para agradar a los naturales del país. Mantienen su cultura con firmeza y actúan según lo que consideran innegociable. Esto puede sorprender si uno ha crecido con la idea —muy extendida en algunos sectores— de que la identidad propia debe diluirse para encajar. Refranes como “donde fueres haz lo que vieres”, no son recomendables desde el punto de vista de la identidad personal, de la ideología de cada cual.
Españoles e hispanoamericanos se dejan absorber por fiestas laicas e incluso irreverentes como Halloween, que casi pesan más ya que nuestras propias tradiciones. El español siempre ha sentido que lo de afuera es lo mejor, no se entiende por qué porque España es la mejor en muchos aspectos. Pero quien piense lo primero está muy equivocado. En colegios, en centros cívicos, etc, se ve a ambos colectivos participar activamente con disfraces y con todo lo que la fiesta guiri requiere, pero no veremos a muchos musulmanes participar, esto es porque son celosos de sus tradiciones, de su fe. Esto es motivo de reflexión, pues cuando algo contradice sus convicciones, esas familias musulmanas actúan en consecuencia, ha de entenderse que no es rebeldía gratuita, sino coherencia cultural.
Hay que contemplar también que la tradición pueda evolucionar sin perder esencia y pueden surgir nuevos consensos culturales que no sean el estricto retorno o anclaje en el pasado.
Las culturas fuertes sobreviven porque transmiten lo que consideran valioso y lo protegen. Nuestra cultura occidental de profundas raíces cristianas es mucho anterior que el islamismo, pero en España hemos vivido un proceso de transformación en el que muchas tradiciones cristianas se han reinterpretado o sustituido. La Navidad ha pasado, en parte, de ser el recuerdo del nacimiento de Jesús a una fiesta de luces y consumo; la Semana Santa, en muchos lugares, se vive más como vacaciones que como conmemoración; Todos los Santos convive o ha sido desplazado por Halloween. Esto no siempre es fruto de imposición: a veces lo hemos aceptado nosotros mismos, quizás sin valorar lo que perdíamos.
Las culturas rara vez desaparecen de golpe. Se erosionan poco a poco, pierden contenido y acaban convertidas en caricaturas de lo que fueron. Cuando eso ocurre, otras formas culturales ocupan el espacio. No es culpa de quien trae lo suyo, sino de quien dejó vacía la pared, de quien quitó el cuadro o el crucifijo, parece que la naturaleza cultural no soporta el vacío, tiene un horror vacui insoportable.
La naturaleza cultural, como decía el viejo principio del horror vacui, no soporta el vacío: si tú no llenas tu pared con tus símbolos, otros lo harán.Lo que no se cuida, se pierde; lo que se pierde, otro lo gana.
Una cultura necesita conciencia de su identidad para florecer. Es aquello que dijera Juan Pablo II, que en 1982, pedía a Europa: “Sé tú misma, vuelve a tus raíces”. A ver si va a tener razón la excanciller Angela Merkel cuando se le ocurrió decir que: “El problema no es que en Alemania haya mucho islam, sino que hay poco cristianismo”. El cristianismo católico, protestante o luterano ha dado la civilización que hoy todos ambicionan, la sociedad de raíz cristiana y el poder unido a la Iglesia han creado lo que todo inmigrante viene hoy buscando a Europa, hasta el punto de que tenemos un problema, no estamos a punto de morir de éxito, pero no es que falte demasiado.
Una cultura necesita conciencia de su identidad para florecer. Si no transmitimos nuestra historia, símbolos, fe y valores a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a las generaciones venideras, mediante la educación, la docencia, la escritura, etc. , si no damos testimonio, otros transmitirán su historia, símbolos, fe y valores; y su testimonio, que puede ser incluso mucho peor vivir en ese ambiente que ofrecen, pero se lo estamos sirviendo en bandeja de plata.
Simplemente esta es la dinámica natural de las sociedades humanas. La cuestión es si queremos ofrecer algo más que un materialismo sin horizonte, una vida definida solo por la economía, el trabajo y el consumo; o buscamos no anclarnos en la nostalgia, sino reavivar la sabiduría que transmiten los libros sacros que han instruido a tantas y tantas de nuestras generaciones.
Hay quien entra en un convento de clausura, otros tienen capilla de adoración perpetua, otros rezan el Rosario, para sí o en comunidad; otros hacen meditación. Todo es similar: conectarse con la verdadera Energía, con lo que realmente somos y adquirir la fuerza necesaria para decidir el bien y rechazar lo inconveniente o nefasto. Son puntos de luz en medio de tanto ruido. Uniendo “energías”, “deseos de bien” y actualizándolo mediante la “palabra” estaremos creando un mundo mejor.
En la Edad Media el hombre para luchar se hacía amigo de su espada y se vestía una cota de mayas o una armadura, contemporáneamente con que apelemos a la Conciencia, a nuestra consciencia, será suficiente, porque cada vez que lo hagamos estaremos dando grandes pasos. Si muchos lo hacemos a la vez o casi simultáneamente, el deseo colectivo se convertirá en realidad.
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