Igual me equivoco, pero tengo la impresión de que, en otros tiempos, no muy distantes de estos, la línea que separaba un dicho o una idea más o menos normal de una majadería estaba clara. No digo que ese tiempo fuera mejor que este, que seguramente no lo era, pues ningún tiempo es mejor que otros, ni tampoco que no hubiera pensamientos o decires absurdos por descabellados, que desnortados los hubo siempre, sino que el sentido común dominante los detectaba sin mayor ademán para reducirlos a lo que eran, en una gradación que iba desde la pura tontería a la locura de camisa de fuerza. En general, a nadie le parecía que lo disparatado fuera razonable. Eso sí, se acataban, de manera acrítica, como siempre ha sido, las proclamas emitidas desde los púlpitos religiosos o laicos, pero eso viene de serie, aunque está yendo a más en el presente con las nuevas tribunas de los medios, cada vez más propagandísticos, sin contar las peroratas de las terribles redes sociales.
Será porque uno está envejeciendo, pero todo parece caber, actualmente, en el cajón de lo razonable, hasta el punto de que, mediando la necesaria transición conceptual, puede llegar a imponerse la sandez como propuesta o pensamiento preponderante o mayoritario. Pongamos un ejemplo. Imaginemos que, poco a poco, algunos empiezan a sentir que son hijos de los árboles en general, o de un árbol en concreto, y lo afirman sin rubor, lo proclaman convencidos, a la vez que crece el número de quienes se suman a ello, asumiendo esa idea o sentimiento, que acaba en mayoritaria, hasta el punto de poder aseverar que este o aquel árbol es mi padre. ¿Parece imposible? Solo es, de momento, una fabulación erigida sobre una reducción al absurdo, pero igual ya está sucediendo, y podríamos advertirlo con solo suprimir los aspectos esperpénticos del ejemplo. Únicamente hay que reflexionar sobre lo que se oye y se difunde entre una parte considerable de la población en torno a asuntos que van rozando el absurdo, pero que, al mismo tiempo, parecen cada vez menos locura, menos irrazonables a medida que aceptamos, para evitar discusiones innecesarias, pequeños detalles o locuras que no sentimos como trascendentales, y los dejamos pasar por pereza, aunque la suma de ellos, con el tiempo, en una especie de ventana de Overton de la demencia, vaya mostrando como menos delirante lo que sí nos parecía, antes de iniciado el proceso, chifladura indudable.
No refiero casos reales para no herir susceptibilidades. Qué cada cual reflexione acerca de qué actos o afirmaciones, aceptados en el presente, supondrían, no hace mucho, una camisa de fuerza. Lo peor de ello no reside en cada locura en concreto, que son bastantes y en número creciente, sino en la suma de ellas, y en la sensación de que ya nadie sabe cuál es la frontera entre lo sensato y lo razonable, ni siguiera cuál es la verdad o la mentira, o si la primera existe. Cuando todo entra en duda, no queda otra que aferrarse a una verdad, la que sea, para no perder la cordura, y ahí están quienes nos pastorean para proporcionarla. Entonces la aceptaremos por necesidad de equilibrio. Se suele extraer de “1984”, la distopía de Orwell, aquello de que “el propio concepto de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. Las mentiras pasarán a la historia". Orwell, que se llamaba en realidad Eric Blair, se basó en su experiencia con los totalitarios, en concreto con los comunistas estalinianos durante la guerra civil española. Ojo por tanto cuando todo vale, tal y como está comenzando a suceder, cuando hay barra libre para según qué locuras y cuando perdemos de vista la noción de verdad objetiva, sustituida por discursos fragmentados, algunos sin sentido, pero que acabarán, si no lo remediamos, por sumarse a un discurso único, que ya se va imponiendo al fondo y avanza hacia nosotros.
No se trata, por tanto, solo de locura o cordura, de verdad o mentira, de majaderías sin más ante las que sonreímos si no las acatamos, sino que se trata de nuestra libertad, la individual, la que nos hace humanos y distintos. Qué no se nos olvide. Nada es baladí en estas cuestiones. Aceptar cualquier cosa como razonable es la antesala para aceptar cualquier cosa como cierta. Y entonces….
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