El mundo asistió en estos días a una reunión entre los líderes de las potencias militarmente más poderosas del mundo en Alaska, comprobando lo difícil que resulta apagar el fuego de una guerra por más insensata y estúpida que fuere.
Aunque de proporciones liliputienses en relación a la guerra hoy librada en Ucrania, entre Rusia y la Europa Occidental, la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia también constituyó un conflicto difícil de finiquitar. La solución de continuidad solo se vislumbró cuando los intereses en juego fueron identificados, y presionados para lograr un cese del fuego.
Por estas fechas hacen 91 años, el 18 de agosto de 1934, el secretario de estado interino William Phillips, un egresado de Harvard que asesoraba a Roosevelt en la cuestión de la guerra paraguayo-boliviana, aconsejó que Estados Unidos y Brasil presionen a Bolivia para que ésta acepte una fórmula de paz.
Al mismo tiempo, Argentina debería hacer lo mismo con Paraguay para lograr ese objetivo:
“Para su información confidencial, me inclino a creer que se lograría un progreso más satisfactorio si, en esta etapa de las negociaciones, Brasil y Estados Unidos se esforzaran por obtener una declaración definitiva de su postura por parte de Bolivia, y el Gobierno argentino hiciera lo mismo con respecto a Paraguay, con un esfuerzo simultáneo por parte de Argentina, Brasil y Estados Unidos por conciliar los respectivos puntos de vista de los gobiernos beligerantes. Actualmente, parece haber una discrepancia considerable entre las declaraciones de Bolivia en Buenos Aires y las de Río y Washington, y sería más práctico sugerir la próxima semana al Dr. Saavedra Lamas que se adopte temporalmente el procedimiento antes indicado”(1).
Brasil, que al igual que Estados Unidos no formaba parte de la Liga de las Naciones, se opuso a participar de un embargo de armas alegando las dificultades para controlar su frontera con Bolivia. Dos días después, el 20 de agosto, Phillips repite la fórmula en una comunicación al embajador de Estados Unidos en Argentina, Alexander Weddel:
“Parece preferible hasta que las conversaciones de conciliación hayan comenzado definitivamente, que el Brasil y los Estados Unidos obtengan, si es posible, por medio de negociaciones directas con Bolivia, un acuerdo sin reservas en cuanto a la fórmula de conciliación y una declaración clara y definitiva de la posición de Bolivia con respecto a la conciliación y con respecto al arbitraje, y que el Gobierno argentino asuma el mismo servicio con respecto al Paraguay, tratando entonces los tres Gobiernos mediadores de conciliar las discrepancias que pueda haber en los puntos de vista de las naciones beligerantes por medio de sus representantes en Buenos Aires” (2).
Phillips, quien se había ganado la confianza del embajador de Argentina en Washington Felipe Aja Espil, en base a información proporcionada por el diplomático argentino, advierte también al embajador Weddell sobre las reservas bolivianas con respecto a Saavedra Lamas:
“Parece muy obvio que muchas complicaciones y malentendidos en esta etapa de las negociaciones se deben al intento del Dr. Saavedra Lamas de negociar directamente con Bolivia y Paraguay al mismo tiempo. Esta situación quizás se deba en parte a la sospecha con la que Bolivia ve las actividades del Dr. Saavedra Lamas y a su constante convicción de que cualquier sugerencia suya beneficia a Paraguay”. A pesar de la febril actividad del departamento de estado para lograr el fin de la guerra del Chaco a partir del mes de agosto de 1934, las hostilidades seguirían hasta junio de 1935.
Dos meses antes de lograrse un acuerdo para poner fin a las acciones bélicas, en abril de 1935, el encargado de la embajada de Estados Unidos (Cox) había informado de un aspecto crucial contenido en una advertencia de Saavedra Lamas, quien “señaló la conveniencia de apresurar la formación de este grupo en vista de la reunión de la Liga del 1 de Mayo, así como para evitar las complicaciones que podrían surgir si Paraguay se apoderara de Villamontes y de los pozos petrolíferos del país vecino”.
Finalmente, la guerra acabó cuando Argentina dejó de alimentar la maquinaria bélica paraguaya, y Estados Unidos hizo efectivo un embargo de armas que durante un año fue violado por excepciones especiales a pesar de una ley sancionada por el Congreso norteamericano y promulgada por el presidente Roosevelt.
La moraleja de esta historia alecciona que ocultar los intereses de una guerra o intentar minimizarlos solo contribuye a prolongar el sufrimiento que ocasiona, y que para tomar el toro por las astas, debe apelarse a los mismos causantes cuyos intereses desencadenaron una conflagración.
Este Artículo se basa en los siguientes documentos del departamento de Estado Norteamericano:
1) https://history.state.gov/historicaldocuments/frus1934v04/d224 2) https://history.state.gov/historicaldocuments/frus1934v04/d226 3) https://history.state.gov/historicaldocuments/frus1935v04/d27
|