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"El infierno de todos tan temido": de la arqueología del poder a la antropología de la represión

A final de cuentas, somos ese monstruo que nos acompaña a lo largo de la vida, ese huésped en persistente rebeldía: sea el trauma, la herida o el abismo
Óscar Padilla Lobato
lunes, 18 de agosto de 2025, 12:50 h (CET)

El infierno de todos tan temido (Sergio Olhovich, 1979) nos lleva al cruce de la lucidez y el desvarío, desde la soberbia de la juventud hasta el lacerante laberinto de la locura. A final de cuentas, somos ese monstruo que nos acompaña a lo largo de la vida, ese huésped en persistente rebeldía: sea el trauma, la herida o el abismo.


En este filme, Olhovich nos presenta a Jacinto Chontal (Manuel Ojeda), un joven escritor atormentado por el contexto político de finales de los sesenta y por la monotonía de su insoportable vida acomodada. Aquí la tentación para hablar de la náusea sartreana es enorme, ese asco que carcome y pulula en las ciudades, haciendo del alma de la pequeña burguesía su presa favorita.


El Infierno de todos tan temido nos da cuenta de cómo Jacinto Chontal un joven de izquierda con dilemas existenciales tras el movimiento estudiantil del 68 es recluído en un manicomio para corregir y normalizar su conducta, pero también representa una radiografía de la represión masificada y diseñada por el estado mexicano en la década de los 60’s y 70’s en contra de los **disidentes, protestantes e inconformes con relación a un sistema autoritario caduco que prefiere controlar y recluír a la inteligencia crítica de la locura para mantener en el poder, sin precisar a los más capaces y/o más aptos, si no más bien a los incapaces y/o mediocres, esta cinta es algo así como el elogio de la locura parafraseando a Erasmo de Rotherdam y también nos remite a la arqueología del poder de Michel Foucault con la misión y visión de vigilar y castigar para perpetuar la legitimidad clínica de un sistema social y político que agonizaba por carecer de alternativas democráticas.


El filme está lleno de prolepsis, planteando un ir y venir que juega con causas y efectos, con el pasado y el futuro, semejando a esa fiera que muerde todo el tiempo nuestros pensamientos. A final de cuentas, ¿qué sabe la psiquiatría de lo qué pasa en nuestras mentes?, ¿qué sabe de aquello que hierve en los cuerpos? Aquí, el eco de la literatura rusa se hace más fuerte, más allá del libro homónimo de Luis Carrión Beltrán y de su atormentada vida, leemos en la película El Pabellón número seis de Antón Chéjov, tan apropiado para nuestra época, tan apropiado para un cineasta formado en Rusia, y tan apropiado para intercambiar la normalidad por la locura.


Encerrados en el asilo, sometidos a su lógica, in extremis, los pacientes denuncian a una psiquiatría de un mundo Kafkeano que perdió su rumbo, más allá de su horizonte social y de todo sentido, quizá porque su discurso de sanación se construye de espaldas a la lucha entre explotados y explotadores e, incluso, realizando un servicio de justificación, encubrimiento y normalización de esa relación.


Las letras, el alcohol y la protesta se abren frente a un orden que utiliza un discurso normalizante e, incluso, en contra de una institución con su arquitectura, sus uniformes y sus electrochoques, dispuestos para doblegar a los individuos, para hacerlos productivos y sumisos, bajo el modelo del buen cristiano que, desde luego, es también un excelente ciudadano. Ese infierno de todos tan temido se fragua cuando la institución que está a nuestro servicio nos sumerge en los males más abyectos; pero, sobre todo, cuando nos damos cuenta que es expresión de una lógica inexpugnable que domina a nuestras sociedades. De tal modo, comprendemos a Jacinto, cuando está tendido y suplica que no lo curen y dejen de darle toques, pues sabe que su destrucción está en juego y, en lugar de percibir las bondades de una cura, encuentra sumisión y sometimiento.


Finalmente, Jacinto se reencuentra con su alter ego liberado en medio de la turba, vemos que la furia corre entre la multitud y se diluye en sus estragos con voluntad Dantesca, que los pacientes victimizados en rebeldía les cobran las afrentas sufridas a sus verdugos disfrazados de médicos de bata blanca atormentándolos para padecer de las mismas torturas físicas que les habían prodigado, aunque de victimas pasaron a selectivos victimarios, alcanzaron su libertad abriendo puertas, estropeando candados y rompiendo cadenas que los habían condenado al hacinamiento y al cautiverio en dicho reformatorio psiquiátrico.


De la puntual reivindicación ciudadana y defensa intercultural de los sistemas democráticos garantes de paz, la tolerancia y la libertad,  aún con todas sus imperfecciones dependerá alejar en este siglo XXI, los fantasmas y cualquier intentona de remasterizar y/reeditar con las nuevas dictaduras: los horrores del infierno de todos tan temido.


Ficha técnica: Título: El infierno de todos tan temido  Año: 1981 País: México

Director: Sergio Olhovich  Guion: Luis Carrión y Jorge Fons

Música: Raúl Lavista  Fotografía: José Ortiz Ramos

Duración: 1 hora 48 minutos (108 minutos)

Basada en: La novela homónima de Luis Carrión

Reparto principal: Manuel Ojeda, Diana Bracho, Delia Casanova, Jorge Humberto Robles, Noé Murayama, Ignacio Retes, Leonor Llausás, Lina Montes


**Para los sistemas Totalitarios históricamente representados en el Nazismo, Fascismo y el Estalinismo: Los disidentes eran considerados, catalogados y estigmatizados como enfermos mentales.


*Fuente: Canal 114 del SPR /TV por Cable

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