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Instauración de la Inquisición en Andalucía: contexto, causas y filosofía

Se vincula estrechamente con el temor de las autoridades religiosas y civiles hacia la persistencia del criptojudaísmo
María del Carmen Calderón Berrocal
sábado, 9 de agosto de 2025, 09:09 h (CET)

La implantación de la Inquisición en Andalucía se vincula estrechamente con el temor de las autoridades religiosas y civiles hacia la persistencia del criptojudaísmo. Desde la perspectiva ofrecida por la Crónica de los Reyes Católicos, se justifica la persecución alegando que muchos conversos retomaban prácticas judías en secreto, influenciados por la cercanía de sus antiguos correligionarios.


Presentación1


Esta idea de que la “mala conducta” de los conversos se debía a la convivencia con judíos no bautizados, sustentaba la tesis de que, mientras estos últimos permanecieran en la Península, el problema converso no tendría solución definitiva.


Este razonamiento conduce a una conclusión inquietante: a pesar de los esfuerzos represivos, los inquisidores habrían asumido que la represión no bastaba para erradicar la herejía. En otras palabras, la persistencia del criptojudaísmo podría interpretarse como una forma de resistencia por parte de los conversos frente al sistema inquisitorial.


Las campañas de castigos no lograban erradicar la disidencia, lo cual puede entenderse como una forma de fracaso parcial del aparato inquisitorial. De ahí la presión ejercida sobre los Reyes Católicos para optar por la expulsión de los judíos en 1492.


Testimonios y cifras de la persecución


La Crónica relata con detalle la enorme magnitud de las acciones inquisitoriales: miles de personas fueron procesadas, muchas de ellas reconciliadas, pero también una cifra considerable fue condenada a muerte o a penas perpetuas. Más de quince mil individuos confesaron su “culpa” en diversos reinos y se reportan alrededor de dos mil personas quemadas en distintas ciudades.


Estos datos no solo revelan el alcance del fenómeno, sino también la atmósfera de miedo generalizado que forzó a miles a huir a Portugal, Italia o Francia. La notable despoblación de lugares como Sevilla y Córdoba, según la crónica, evidencia el impacto social de estas políticas.


El marco legal y social de exclusión


En 1480, durante las Cortes, se reforzaron leyes que buscaban segregar a judíos y musulmanes de los cristianos, obligándolos a portar distintivos y restringiendo sus prácticas religiosas y sociales.


Aunque muchas de estas medidas no llegaron a aplicarse rigurosamente, reflejan un deseo político de marginalizar a las minorías y limitar su influencia. El uso de símbolos distintivos, por ejemplo, no fue realmente implementado, pero su sola mención refleja una estrategia de separación sistemática.


La percepción inquisitorial del criptojudaísmo


El discurso inquisitorial se fundamentaba en la supuesta ambigüedad religiosa de los conversos que no eran ni plenamente judíos ni completamente cristianos.


En Toledo, por ejemplo, se denunció que las prácticas religiosas dentro de las casas eran irregulares e híbridas, donde algunos miembros de la familia conservaban ritos judíos y otros eran buenos cristianos. Esta imagen fragmentada de la fe dentro de una misma familia alimentaba la sospecha permanente sobre toda la comunidad conversa.


La aceptación de testimonios poco fiables —de moriscos, siervos e incluso enemigos personales— para fundamentar las acusaciones, muestra una voluntad inquisitorial de perseguir más allá de lo verificable, priorizando el control social sobre la justicia.


Construcción de la imagen negativa del converso


Uno de los aspectos más reveladores del discurso oficial es la vinculación entre costumbres cotidianas y supuesta herejía. La Crónica detalla cómo las prácticas alimentarias —como evitar el cerdo o cocinar con aceite en lugar de grasa de cerdo— eran interpretadas como signos de judaísmo.


Esta lectura culturalista del pecado servía para identificar y criminalizar diferencias étnico-religiosas bajo la apariencia de conductas aparentemente inocuas.


Incluso se estigmatizaban los olores de las casas o de los cuerpos, relacionándolos con la "impureza" judía. Así, lo físico se convertía en símbolo de la alteridad y lo cotidiano pasaba a ser prueba de culpabilidad.


Este proceso recuerda el mecanismo descrito por Michel Foucault en torno a cómo el poder se ejerce desde los cuerpos hacia las estructuras sociales.


La expulsión de los judíos no solo puede entenderse como un hecho político-religioso, sino también como una manifestación del biopoder foucaultiano: el control de las poblaciones a través de decisiones que afectan directamente sus cuerpos, desplazamientos, pertenencias y existencia legal.


Michel Foucault planteó que el poder moderno no actúa únicamente desde las leyes o instituciones visibles, sino que se infiltra en los cuerpos, regula la vida cotidiana y produce sujetos —obedientes o excluidos— a través de mecanismos de control como la vigilancia, la normalización o la exclusión. En este contexto:


- La confusión deliberada entre judíos y conversos borra las identidades diferenciadas y crea una figura del “otro interno” indistinguible y, por tanto, más fácil de controlar o eliminar.

- La prohibición de llevar oro o plata y la descripción de cómo los cuerpos se usaban para ocultarlos, muestra de forma casi literal cómo el cuerpo deviene en campo de batalla del poder: lo que no puede circular libremente debe ser escondido, tragado, castigado.

- La instrumentalización del bautismo como vía para el regreso a Castilla refleja cómo el poder redefine el cuerpo como símbolo de lealtad. Ser rociado con agua ya te convierte, administrativamente, en cristiano y por tanto, en persona reintegrable.


Todo esto evidencia lo que Foucault llamó una tecnología del poder sobre la vida —un poder que ya no se contenta con imponer leyes, sino que regula quién puede vivir, bajo qué condiciones, y quién debe ser eliminado, expulsado o “reformado”.


Vincent Ferrer y la retórica del odio religioso


Un caso particular es el de Vicente Ferrer, cuya labor evangelizadora se retrata con una fuerte carga ideológica. A diferencia de la crónica de tiempos de Juan II, en la que se presenta de manera más moderada, aquí se lo describe como el apóstol que “quisiera dar fin a la hendionda sinagoga” mediante la predicación. Esta formulación, tan cargada de odio, no deja duda sobre el papel que tuvo el discurso eclesiástico en justificar la violencia y la persecución.


La lógica de la limpieza de sangre y la asimilación selectiva


Otro aspecto interesante que revela la crónica es cómo algunos conversos lograron integrarse plenamente a la sociedad cristiana mediante matrimonios con “cristianos viejos”. Estos enlaces, en combinación con riquezas y prestigio social, servían como mecanismos para "blanquear" su pasado. De este modo, el sistema inquisitorial no era únicamente punitivo, sino también selectivo: la sospecha de herejía podía disiparse mediante ciertas alianzas familiares y sociales.


Conclusión


Desde un enfoque historiográfico, se puede comprender cómo se construyó una narrativa destinada a justificar la persecución sistemática de judíos y conversos durante el reinado de los Reyes Católicos.


La Crónica no solo documenta los hechos, sino que participa activamente en su justificación. A través del uso de estereotipos, leyes no siempre aplicadas, cifras impactantes y descripciones subjetivas, se configura un relato cuyo objetivo es legitimar el accionar inquisitorial y reforzar la idea de un enemigo interno cuya eliminación —ya fuera por conversión, expulsión o castigo— era vista como necesaria para la unidad del reino.

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