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Hernandarias. Madera de santo

Uno de los aspectos más destacados de su figura es su defensa firme y constante de los indígenas
María del Carmen Calderón Berrocal
viernes, 8 de agosto de 2025, 08:43 h (CET)

En el marco de la enseñanza del Concilio Vaticano II, el decreto Apostolicam actuositatem afirma que el apostolado laical, brotado de la vocación cristiana, es esencial para la vida de la Iglesia (n. 1).

Este llamado a evangelizar no se restringe al clero, sino que se extiende también a quienes, desde su vida secular, colaboran activamente en la transformación del mundo, orientándolo hacia Cristo.


Los laicos ejercen esta misión al trabajar por la santificación de los hombres, luchan porque el bien triunfe; y, al involucrarse en los asuntos temporales desde una visión evangélica, se convierten así en testigos vivos de Cristo (n. 2) porque siguen y propagan sus enseñanzas. Esta forma de apostolado, por su propia naturaleza secular, adquiere una identidad y formación específicas (n. 29).


Aunque resaltada en el siglo XX por el Concilio, esta doctrina ha estado presente desde siempre en la vida de la Iglesia. Un ejemplo claro de su expresión histórica es la civilización hispánica, que, entre los siglos XV y XIX, asumió una misión decididamente evangelizadora. Esa dimensión misionera no se limitó a los religiosos, sino que involucró a laicos de alto compromiso apostólico, encabezados por los Reyes Católicos y sus herederos, así como por los representantes del poder civil en América.


La evangelización en América no fue obra exclusiva de los religiosos


Este esfuerzo conjunto entre el laicado y la vida consagrada merece ser reivindicado, pues aún persiste la idea reduccionista de que la evangelización en América fue obra exclusiva de los religiosos. En esa visión simplista, los misioneros son los “buenos”, mientras que los funcionarios reales o encomenderos son los “malos”, una dicotomía sin sustento histórico.


Basta revisar estudios como Los laicos en la cristianización de América. Siglos XV-XIX del padre Gabriel Guarda, OSB, para entender el papel determinante del laicado en la propagación del Evangelio en el Nuevo Mundo.


En la misma línea, José Capmany, en Las Iglesias de España en la evangelización de América, subraya que esta misión fue llevada a cabo no solo por frailes y sacerdotes, sino también por autoridades civiles, soldados y colonos. No en vano, a los reyes Isabel y Fernando, el papado concedió el título de Reyes Católicos.


Desde el inicio hubo una clara preocupación misionera en los monarcas españoles y porque las bulas alejandrinas no fueran simples textos diplomáticos, sino verdaderas directrices morales en los complejos dilemas que enfrentó la Corona en tierras americanas, sobre todo durante el siglo XVI.


Presentación1


Hernandarias: ejemplo de santidad laical en tiempos de la conquista y colonización del Nuevo Mundo


Dentro de este contexto histórico y eclesial se destaca la figura de Hernando Arias de Saavedra, más conocido como Hernandarias, uno de los más insignes representantes del laicado hispanoamericano. Nacido en Asunción (Paraguay) en 1561 y fallecido en Santa Fe (Argentina) en 1634, fue el primer gobernador criollo del Río de la Plata.


Hernandarias encarnó con gran fidelidad el ideal del criollo cristiano comprometido con el bien común y la misión de la Iglesia.


Hijo de don Martín Suárez de Toledo y de doña María de Sanabria y Calderón, su vocación se fue perfilando desde la niñez entre los valores de la fe, el servicio público y la defensa del prójimo. Contrajo matrimonio con Jerónima de Contreras, hija de Juan de Garay; y ocupó el cargo de gobernador en varias ocasiones: en 1592, 1598, 1602 y 1614.


Durante toda su trayectoria política, Hernandarias asumió el servicio a la Corona como parte de una vocación al apostolado laical, buscando siempre que su acción tuviera un claro sentido cristiano y evangelizador.


Y esto es lo que la Iglesia busca cuando nombra a alguien santo, que sea un ejemplo para los demás.


Un protector de los pueblos originarios


Uno de los aspectos más destacados de su figura es su defensa firme y constante de los indígenas. El padre Sáenz destaca que Hernandarias protegía con decisión a los pueblos originarios pacíficos. Su carta del 13 de mayo de 1618 es una prueba conmovedora de su compromiso, donde denuncia los abusos cometidos por encomenderos inescrupulosos y pide sanciones contundentes para proteger a los oprimidos.


Su acción no fue meramente reactiva: en 1589, al igual que otros gobernantes como Domingo Martínez de Irala o Juan Ramírez de Velazco, promulgó reglamentos redactados en español y guaraní, en los que proponía mejorar la instrucción religiosa de los indígenas y recuperar el verdadero espíritu misionero de la encomienda, concebida no como explotación sino como forma de integración cristiana y humana. Estas ordenanzas, según Sáenz, se destacaban por su equilibrio y sensatez.


En sus propias palabras, Hernandarias narra la relación de cercanía y afecto que había construido con los indígenas. Era consciente de que entre los indios se había ganado una muy buena reputación y le tenían cariño entrañable y todos le llamaban “nuestro padre”, acudiendo a él en sus necesidades y trabajos para que los aconsejase.


Aliado de misioneros y promotor de la fe


En sus comunicaciones oficiales, no cesaba de pedir misioneros para la evangelización de los territorios a su cargo. Los franciscanos y jesuitas encontraron en él un colaborador entusiasta, gracias al cual se lograron avances significativos en regiones como el Guayrá, el Paraná y el Uruguay.


Tuvo una estrecha relación con Fray Luis de Bolaños, con quien colaboró en la fundación de pueblos indígenas y en la traducción de textos doctrinales. También respaldó la llegada de los jesuitas, promovida por el P. Aquaviva, superior general de la Compañía de Jesús.


Su compromiso fue tan sostenido que llegó a recibir el título de Protector de Naturales, otorgado por autoridades virreinales como reconocimiento a su labor.


Hernando Arias de Saavedra fue pionero criollo y administrador del Río de la Plata


Fue una figura clave en la organización del espacio colonial en el Cono Sur durante el siglo XVII. Su trayectoria se caracterizó tanto por su habilidad como gobernante como por su compromiso con la expansión territorial, la defensa frente a amenazas externas y el ordenamiento civil y religioso de los territorios bajo su autoridad.


Su padre, Martín Suárez de Toledo, había llegado al continente junto a Álvar Núñez Cabeza de Vaca y ejerció cargos de gobierno en el Río de la Plata, lo que marcó desde temprano el destino de Hernandarias. En su juventud, participó en campañas militares, como las expediciones de castigo encabezadas por Hernando de Lerma y las misiones de exploración junto a Juan de Garay, cuya hija, Jerónima de Contreras, sería su esposa. También contribuyó a la fundación de ciudades como Concepción del Bermejo en 1585 y, tres años más tarde, Corrientes, desempeñando funciones militares en su defensa.


Desde 1592 comenzó a ocupar importantes cargos administrativos. Su papel como gobernador del Río de la Plata —cargo que ejerció en tres periodos: 1596–1599, 1602–1609 y 1614–1618— marcó un antes y un después en la configuración política y religiosa de la región. Uno de los cambios más significativos durante su gestión fue la llegada, en 1608, de los jesuitas al Paraguay, hecho que consolidó la estructura misional. Asimismo, en 1617, impulsó la reorganización territorial que dividió la antigua gobernación en dos: la del Río de la Plata y la del Paraguay, con el objetivo de mejorar el control y la administración del extenso territorio.


Hombre de firmes convicciones y conocido por su rigurosidad, Hernandarias fue también un influyente terrateniente y defensor de las leyes que protegían a los pueblos originarios. Promovió la creación de “pueblos de indios” en los que los nativos vivieran bajo organización propia, según las normativas impuestas por la Corona, y así evitar la explotación derivada de modelos coloniales más arbitrarios.


Impulsor del desarrollo religioso y educativo, apoyó tanto a franciscanos como a jesuitas, facilitó la edificación de las catedrales en Asunción y Buenos Aires, y fue parte del establecimiento de escuelas y centros de asistencia para mujeres en situación vulnerable en Santa Fe y Asunción.


Durante sus años como gobernador, Hernandarias promovió también la exploración de territorios inexplorados. En 1604 lideró una travesía hacia el sur de la Patagonia en busca de la legendaria Ciudad de los Césares. Aunque no logró hallar la mítica urbe, llegó hasta el río Negro, dejando constancia de las duras condiciones geográficas de la región. Posteriormente, organizó expediciones hacia el Uruguay y el sur del Brasil, enfrentándose a pueblos indígenas como los charrúas y los tapes, y reforzó militarmente Buenos Aires ante posibles incursiones piratas.


Otra de sus preocupaciones constantes fue el control económico y la integridad del comercio. Hernandarias combatió con decisión el contrabando, en particular con comerciantes portugueses, lo que le ganó la oposición de sectores locales acostumbrados a lucrarse con esa práctica. Las restricciones impuestas generaron conflictos, pero reflejan su empeño por hacer cumplir las leyes reales y preservar el orden económico establecido por la monarquía.


Hernandarias murió en Santa Fe en 1634, dejando una huella profunda en la historia del Río de la Plata. Fue no solo el primer gobernador criollo, sino también un pionero en la articulación de lo político, lo religioso y lo social dentro del proyecto colonizador español en América del Sur.


Tiene perfil de beato porque fue un ejemplo


Considerando estos hechos, podría ganar causa de beatificación pues su vida ofrece una muestra ejemplar del laicado comprometido con la evangelización desde las estructuras del mundo, en consonancia con lo que más tarde el Concilio Vaticano II propondría como consagración del mundo (consecratio mundi).


Su ejemplo puede ser una guía para los católicos en la vida pública, recordándoles que el poder político, lejos de ser ajeno a la fe, puede orientarse al servicio del Evangelio. En tiempos de confusión, su figura se alza como un faro que ilustra cómo se puede buscar la santidad en el ejercicio del deber civil, y cómo un laico puede vivir la misión de Cristo en medio del mundo, tal como lo exhorta San Pablo al decir que en Cristo “todo debe ser recapitulado” (cf. Ef 1,10).


Parece que, en el mundo contemporáneo actual, tenemos que ir a la bárbara Edad Media y Moderna para encontrar figuras ejemplares. Da que pensar…

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