La ética es una rama de la filosofía que estudia la moral y los principios que guían el comportamiento humano, enfocando lo que es correcto e incorrecto, justo e injusto, como tenemos que actuar. La ética, a pesar que es un humanismo, muestra que el ser humano a pesar de haber perdido la perfección en que fue creado aún le queda algo de la imagen y semejanza de Dios inicial. Lo cual, a pesar que el ser humano se manifieste ser ateo desea adentrarse en el misterio de Dios aun cuando no quiera reconocerle. Es necesario mencionar que pensadores prestigiosos han alcanzado un nivel de sabiduría casi sublime. Es por eso que el apóstol Pablo puede recomendarnos: “Examinadlo todo, retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5: 21).
La ética tiene paralelismo con el humanismo cristiano y la letra de la ley de Dios. Los tres velan por la moral individual y pública. Los tres fracasan a la hora de conseguir que el árbol malo, que es el ser humano, se convierta en bueno. Es pedir un imposible: que el olmo dé peras.
En la entrevista que la periodista le hace la filósofa Carolin Encke, entre otras cosas dice: “La democracia exige la participación del pueblo. Esta soberanía popular, con todo, no puede ejercerse de manera óptima porque la ciudadanía no tiene fácil acceso a la verdad. En este camino, las amenazas y la violencia salen a su encuentro. Con todo, seguimos sin valorar la verdad como se merece”. ¿A qué verdad se refiere la filósofa? Me imagino que a las verdades que los medios de comunicación se encargan de difundir. “Si eres ético”, nos dice la filósofa, “tienes que sorprenderte de la brutalidad de lo que vemos. Hacerlo es asumir el final de la humanidad”.
Los éticos se han llenado la mente de normas de conducta que indican qué es bueno y qué no lo es. Se olvidan de algo muy importante: la condición humana. Cuando nace un niño, no nace siendo buena persona. Lo nace siendo pecador y por lo tanto inclinado a hacer el mal. Se le puede cubrir con una capa de cristiano respetable con el bautismo, pero si no nace de nuevo por la fe en el Nombre de Jesús sigue siendo un hijo del diablo que quiere hacer las obras que su padre el diablo le manda hacer (Juan 8: 44). Los medios de comunicación nos llenan la cabeza con noticias que nos crispan. Nos irrita la corrupción de los políticos y la violencia social. Nos creemos ser tan buenas personas que nos atrevemos a decir: ¡Si yo mandase en cuatro días acabaría con todo ello! El problema es que el declive moral no disminuye, todo lo contrario, vamos de mal a peor.
Cuando Carolin Encke confunde la verdad absoluta con las verdades relativas que difunden los medios, se identifica con Pilato, el gobernador romano que preguntó a Jesús: “¿Qué es la verdad?” (Juan 18: 38). Sin esperar respuesta se fue a encontrarse con los judíos que acusaban a Jesús de atentar contra Roma, para decirles que no veía delito en Él. La verdad absoluta no interesa. Preferimos deleitarnos en las verdades que nos transmiten los medios de comunicación, que nos agobian.
El ajetreo social nos distrae y nos roba el tiempo que podríamos dedicar en buscar la verdad absoluta que es Jesús, no un formulario ético. Transcribo un texto de François de la Mothe Fenelon que considero muy oportuno con el tema que tratamos: “La gente no se hace perfecta escuchando o leyendo sobre la perfección. Lo más importante no es escucharte a ti mismo, sino en silencio escuchar a Dios. Habla poco y haz mucho sin miedo de ser visto. Dios te enseñará más que todas las personas más experimentadas o más que los libros espirituales puedan hacer. Tú ya conoces mucho más de lo que puedes practicar. Ya no necesitas adquirir nuevos conocimientos, te basta con poner en práctica la mitad de lo que ya tienes”. Quienes practican mindfulness nos dicen que veinte minutos al empezar el día son suficientes para que la vida nos vaya mejor. Quienes transmiten esta enseñanza ignoran que a la mente no se la puede dejar en un vacío estéril, pues, un espíritu maligno se apresura en ocupar el vacío que ha dejado la práctica de mindfulnes. La condición del hombre empeora.
Jesús que se retiraba en lugares solitarios alejándose del mundanal ruido para estar a sola con su Padre, nos aconseja: “Y cuando ores, no seas como los hipócritas, porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas, para ser vistos de los hombres, de cierto te digo que ya tienen su recompensa. Mas tú cuando ores, entra en tu habitación, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6: 5, 6). Una ley espiritual de inexorable cumplimiento: “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mateo 23: 12). Algo tan sencillo es el secreto para encontrar la VERDAD que Pilato con sus prisas para complacer a los judíos dejó escapar por no hacer un hueco en su calendario para buscarla: “Porque todo aquel que pide, recibe, y el que busca encuentra, el que llama se le abrirá” (Lucas 11: 10). Quien diligentemente busca encuentra a Jesús que es la Verdad eterna.
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