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Imperio y espacio vital

A Estados Unidos ya no le basta con ser la primera potencia militar del mundo, ni la más influyente, ni una de las más poderosas en materia tecnológica o económica. El objetivo es ser el país más grande de la Tierra
Eduardo Luis Aguirre
sábado, 2 de agosto de 2025, 10:00 h (CET)

Enric Juliana, una de las plumas más reconocidas del diario catalán "La Vanguardia" señaló en enero pasado, antes de la asunción de Donald Trump, que durante 2025 la palabra imperio, seguida del concepto de espacio vital, traducido éste del alemán lebensraum, serán aquellas más gravitantes en materia de política internacional. La afirmación encuentra su fundamento en la evidencia de que las primeras definiciones de un presidente todavía no asumido daban cuenta de algunas iniciativas que inequívocamente traducían la vocación estadounidense de convertirse en un imperio. 


A Estados Unidos ya no le basta con ser la primera potencia militar del mundo, ni la más influyente, ni una de las más poderosas en materia tecnológica o económica. La intención estadounidense abarcaría de aquí en más el objetivo de ser el país más grande de la tierra, superando incluso a Rusia (que reaccionó con una sugestiva prudencia frente a estos adelantos) poniendo en entredicho la expectativa de un nuevo acercamiento del magnate con Vladimir Putin. Algo de explícita geopolítica comienza a ponerse en juego. En ese sentido, Trump ha explicitado su intención de anexar mediante una compra a Groenlandia, la isla más grande del planeta después de Australia. Por si esto fuera poco, ha hecho pública su intención de que Canadá se integre a los Estados Unidos. Ambas iniciativas apuntan claramente a obtener una superficie física incomparable y afirmar la soberanía en la región del Ártico, una región donde el aumento de los deshielos habilita una mayor navegabilidad que resulta vital para el dominio de una enorme zona de una importancia geoestratégica definitiva, además de su potencial en materia de hidrocarburos y minerales estratégicos. Pero por si esto fuera poco, el nuevo ocupante de la Casa Blanca daba cuenta también de su intención de recuperar el Canal de Panamá anulando toda influencia externa (léase china, en este caso). 


Juliana concluye que este es un programa imperial. Así como el imperialismo nunca desapareció, a pesar de las engañosas gramáticas de la globalización, el imperio estaría volviendo con un formato desmesurado en el siglo XXI. Es necesario recordar que la idea de espacio vital o hábitat fue acuñado por primera vez a fines del siglo XIX por el geógrafo alemán Frederick Ratzel y luego el mismo pasó a convertirse en un aspecto nodal del nazismo, a pesar que el alcance que su propio autor le asignara distara mucho de las condiciones de la Alemania de 1930 y únicamente ciñera el lebensraum al espacio con el que todo estado debería contar para que sus habitantes pudieran desarrollar su modo de vida habitual. Es obvio que, también en el caso de las ambiciones territoriales expresadas por el actual presidente, el espacio vital pretendido apunta a otra forma de dominación y control. 


Si Juliana estuviera en lo cierto, estos nuevos discursos deben ser materia de atención urgente, no solamente porque podrían convertirse en la piedra de toque que ponga en jaque un mundo fragmentado, sino también porque sus consecuencias, directas e indirectas, pueden redundar en una nueva disputa por el dominio de Eurasia (recordar lo que señalaba Kissinger sobre el particular, que muy bien recupera el embajador José Zorrilla), del sudeste asiático y del océano atlántico. Si tenemos en cuenta la relación entre Groenlandia y Dinamarca (un país europeo aliado de Estados Unidos), la injerencia occidental en las Islas Canarias (ejercida mediante la presión de Marruecos, la pasividad de España, el interés israelí y norteamericano), la situación de la Isla Ascensión (un territorio británico de ultramar) y de Malvinas e Islas del Atlántico Sur podemos trazar una línea vertical que une ambos polos donde un imperio se perfila en forma cada vez más nítida. Sobre todo desde la creación del AUKUS, una alianza militar de nueva generación establecida entre Estados Unidos, Gran Bretaña y una Australia armada hasta los dientes. Ningún país del mundo puede permanecer ajeno a estas evidencias. Nuevos hábitats parecen habilitarse, en medio de una vocación imperial notoria y un quiebre de las reglas de juego hasta ahora conocidas.

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