No somos los humanos tan diversos como pueda parecer, sino mucho más iguales de lo que suponemos. De hecho, nos mueven las mismas pasiones o emociones, tal vez con matices en cuanto al peso de cada una de ellas en nuestros actos y decisiones, pero siendo, al fin y al cabo, pasiones idénticas. No hace falta casi nunca recurrir a las grandes motivaciones o a los grandes principios éticos o morales incrustados en los grandes relatos creados por nuestra soberbia; actuamos casi siempre impulsados por mecanismos simples y nuestra inteligencia se configura como procedimiento emocional, y por eso la llamada IA no es inteligencia en sentido estricto, o no lo será mientras no pueda sentir temor, rencor o deseo.
Tal vez se puedan destacar, entre las pasiones primigenias, el odio, la envidia y el miedo. El denominado “síndrome de Procusto”, por la tendencia a “recortar a los demás para que encajen en nuestra medida”, pone de manifiesto la tendencia a sentir odio o resentimiento por aquellos congéneres que destacan sobre el resto, especialmente si son cercanos a quien odia. El origen estaría en la envidia, reconcomio humano por definición, unida a un temor ancestral ante la diversidad, que no nos gusta, por mucho que la ensalcemos de puertas hacia fuera. Con todo ello, las emociones negativas parecen tener más impacto en cómo actuamos que las positivas, el amor, por ejemplo.
El “síndrome de Procusto” se maneja, desde los distintos poderes que nos ordenan, para orientar actitudes, ideologías y demás. Pero creo que la emoción principal es el miedo, un mecanismo de supervivencia que nos ha sido imprescindible para sobrevivir entre depredadores y que nos sigue siendo indispensable en el presente; cualquier persona sin miedo tendría una vida breve. Se trata de lo que, en psicología, se considera como emoción primaria, aunque puedan existir miedos secundarios, como las fobias y otros temores inducidos, pero que precisan del miedo primario para asentarse. De este modo, el miedo primario, además de mecanismo de conservación de la especie, constituye también un mecanismo de control muy eficiente para manipularnos. De hecho, es la más antigua herramienta de control. Tememos a la muerte, a la enfermedad, a la pobreza, a lo que pueda sucederles a nuestros seres queridos…. y en eso se basan para cercenar nuestra libertad y hacernos obedientes. Solo se trata de crear o de simular una amenaza para que corramos raudos a refugiarnos bajo la protección del Estado, además de, llegado el caso, abdicar de nuestras libertades. Una situación extrema es la guerra, pero hay otras, que se van administrando según convenga, como el terrorismo, la crisis o, por poner un ejemplo reciente, la pandemia, que cumplió todos los requisitos de administración del miedo y dejó bastantes fobias y temores inducidos.
Pero el asunto es viejo; leo, en algún sitio (1) que el miedo a la furia de los dioses olímpicos constituyó un ejemplo antiguo. Sin ir tan lejos, Maquiavelo se refirió, en “El Príncipe”, al uso del miedo como mecanismo de control y poder, considerando que resulta más rentable para el gobernante ser temido que ser amado y que el uso del miedo es la mejor manera de tener al pueblo sometido. Profundizó más tarde Hobbes en el asunto; su “Leviatán” se fundamenta en el miedo. Incluso Tocqueville defendió la estrategia del miedo como procedimiento para apuntalar el nuevo sistema surgido de la revolución francesa. Tal vez ello tuvo su punto culminante en los totalitarismos del siglo XX, tanto en el nazismo como en el comunismo. Goebbels afirmó aquello de que “muchos tienen un precio, y otros miedo”. Terror, en el caso del estalinismo. Según Hanna Arendt, ese terror fue la característica esencial del totalitarismo.
Pero no perdamos perspectiva, centrando en esos totalitarismos la exclusiva del miedo, pues su uso continúa en el presente y se ensancha. Si reflexionamos un poco, solo un poco, pronto veremos como el uso del gran miedo cuando conviene (la guerra o la pandemia), o de pequeños miedos sumados unos a otros, suponen una vía creciente para conducirnos, sin ser conscientes de ello (tal vez “el síndrome de Estocolmo”, entendido a gran escala), de la situación de ciudadanos a la de súbditos obedientes. ------------------------
(1) https://alponiente.com/miedo-poder-y-gobierno/
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