Cuando se menciona a León XIII, suele asociarse su figura exclusivamente con la Rerum Novarum, la encíclica que inauguró la doctrina social de la Iglesia. Sin embargo, reducir su legado a este único documento sería limitar la riqueza de un pontificado que abarcó mucho más porque fue un verdadero proyecto de reconstrucción espiritual, intelectual y social de la cristiandad.

Un pontificado visionario
Giocchino Pecci, quien sería León XIII, dirigió la Iglesia durante un extenso período —de 1878 a 1903— en un contexto profundamente marcado por las secuelas de la Revolución Francesa, la descristianización de Europa y el ascenso de ideologías materialistas y racionalistas.
Frente a esta crisis, León XIII no solo reaccionó, sino que propuso una ambiciosa estrategia de renovación doctrinal que algunos han llamado el Corpus Leoninum: un conjunto orgánico de más de 80 encíclicas y numerosos documentos magisteriales destinados a orientar a los católicos en todos los ámbitos de la vida.
Contra la fragmentación de la fe y la razón
Para León XIII, la ruptura cultural comenzaba en el plano filosófico. Por ello, una de sus primeras encíclicas, Aeterni Patris (1879), llamó a restaurar la filosofía tomista como columna vertebral del pensamiento cristiano.
Su convicción era clara: la renovación de la sociedad debía basarse en la restauración del pensamiento y, para ello, había que volver a Santo Tomás de Aquino, cuyo realismo metafísico ofrecía un antídoto frente al subjetivismo moderno.
Esta visión fue completada con encíclicas como Libertas (1888), donde redefinía la libertad desde una perspectiva cristiana; Immortale Dei (1885), que abordaba la relación entre Iglesia y Estado; o Quod apostolici muneris (1878), en la que denunciaba el socialismo y el comunismo como falsas soluciones a los problemas sociales.
Más allá de la cuestión obrera
Sin duda, Rerum Novarum (1891) ocupa un lugar central en su magisterio, pero como parte de un todo. La encíclica sobre la cuestión social no pretendía ser un manifiesto político, sino un intento de articular los principios perennes del cristianismo con los desafíos laborales del naciente mundo industrial. Para León XIII, la dignidad del trabajo, el derecho a la propiedad privada, la función moderadora del Estado y el papel subsidiario de los cuerpos intermedios formaban parte de una visión integral del orden social.
Filósofos como Augusto Del Noce y Étienne Gilson han insistido en que la Rerum Novarum solo se comprende adecuadamente si se lee junto al resto del Corpus Leoninum. Aislada, corre el riesgo de ser interpretada de forma reduccionista, como ocurrió con muchos políticos católicos del siglo XX que se enfocaron únicamente en la "cuestión obrera", abandonando el horizonte teológico y metafísico del pensamiento social cristiano.
Una teología de la historia
La influencia de San Agustín también es visible en el pensamiento de León XIII. En encíclicas como Humanum genus (1884), dedicada a denunciar la masonería, el Papa retoma la idea de la historia como una lucha constante entre el Reino de Dios y el reino del mal. Esta visión de combate espiritual no es pesimista, sino una llamada a la esperanza activa: la Iglesia debe combatir el error no solo con condenas, sino ofreciendo alternativas intelectuales, morales y sociales concretas.
Cultura, arte y diplomacia
León XIII no fue solo un teólogo o filósofo, sino también un hombre de profunda cultura. Amaba la literatura —sabía recitar de memoria la Divina Comedia— y trabajó por devolver a Dante su lugar en la tradición cristiana. Incluso promovió la creación de una cátedra de Teología Dantesca, convencido de que el poeta florentino podía contribuir a la renovación moral de su tiempo.
En el plano político, intentó tender puentes con regímenes como la Tercera República Francesa mediante la estrategia del ralliement, buscando demostrar que la Iglesia no se oponía a la forma republicana, sino a su deriva laicista y anticristiana. Aunque esta iniciativa fracasó en términos prácticos, reveló su voluntad de dialogar con la modernidad sin claudicar en lo esencial.
Un legado aún vigente
La verdadera grandeza de León XIII no reside en éxitos diplomáticos circunstanciales, sino en la solidez de su enseñanza. En un mundo en transformación, supo ofrecer una brújula clara basada en la razón iluminada por la fe. Por ello, no sorprende que el Papa León XIV —Robert Francis Prevost— haya elegido su nombre como homenaje a una figura que no fue solo "el Papa de los trabajadores", sino quizá el mayor filósofo cristiano del siglo XIX.
Hoy más que nunca, su magisterio sigue ofreciendo luz para enfrentar los desafíos contemporáneos desde una fe pensante, con raíces profundas y proyección social.
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