Desde que se conocieron el informe de la UCO sobre Cerdán y los audios que probaban la existencia de una organización criminal entre miembros del Gobierno y del PSOE, la izquierda política y mediática se esfuerza por inocularnos un marco mental propio e interesado sobre los corruptos y los corruptores.
Es un relato que busca calmar conciencias y proyectar culpas sobre los demás. Se basa en la idea de que son las empresas las que toman la iniciativa y buscan y presionan sin tregua a los políticos -esos seres de luz que nos representan a todos y nos ayudan en este vía crucis que es el capitalismo - que acaban cediendo a la tentación y se acaban corrompiendo.
La cosa parte de dos apriorismos delicados. Uno, que los políticos son buenos, servidores públicos que llegan al poder para promover el bien y el interés general de manera vocacional. Otro, que los malos son los empresarios, quienes instigan y tientan cual serpiente en el paraíso a los políticos para llevarse obra pública a base de mordidas.
El relato está viciado de origen, ya que se ancla en esa vieja visión de la izquierda, desde los tiempos de Marx, en la que los empresarios no son otra cosa que explotadores y despiadados capitalistas, capaces por supuesto de corromper a quienes ejercen el poder del Estado.
No sabemos realmente quién inicia los casos de corrupción, quién pone la primera piedra o lanza la primera señal. Es probable que a veces sean los empresarios y otras tantas lo sean los políticos. Ciertamente, no existen estadísticas que nos aclaren la duda. Mi intuición me lleva a pensar que la cosa está repartida, y quizá muchas veces se trata de un proceso con señales compartidas desde ambos flancos, con reconocimiento previo del poder de cada uno. Tengo la sensación de que ambas partes se atraen como un imán, al tener incentivos e intereses mutuos evidentes. Las cabras tiran al monte en pareja.
En todo caso, hay elementos en la trama de PSOE y Gobierno que llevan a pensar que en este caso los políticos son los corruptores. Tenemos a Ábalos, quien no tardó ni 20 días desde que fue nombrado ministro para licitar su primera mordida con un tramo de Ave desde Murcia a Almería. Menos de un mes después su 'histórico' discurso en la moción de censura que ganó Sánchez y en la que presentó su proyecto de adalides contra la corrupción. Digamos que tardó poco en ser seducido por la serpiente.
Otro tanto podemos decir de Cerdán, que llevaba ya varios años antes con las mordidas, desde el mismísimo momento que empezó a tener poder en su partido de Navarra. Por su lado, de Koldo, podríamos decir que no da el perfil de personaje que se acerca a la política por servicio público, aunque quizá si púbico.
La izquierda trata de curarse el shock soltando sustancia maloliente y tóxico por el ano, como las mofetas cuando se sienten amenazadas. Para esta gente, la amenaza no es el deterioro de la democracia y del sistema, la ética pública o el estado de derecho. Para ellos la amenaza es que toda esta mierda acerca más pronto que tarde a la derecha y a la turboderecha al poder, lo demás se la pela.
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