Foucault describió a la escuela, la fábrica y la cárcel como "dispositivos de secuestro": espacios que confinan, normalizan y adiestran cuerpos para integrarlos en la lógica de la producción y del control. Hoy, sin embargo, ya no hace falta salir de casa para ser capturados: la inteligencia artificial se ha convertido en un nuevo dispositivo de secuestro, más sutil y penetrante, que no necesita muros ni rejas para gobernar nuestras vidas. Se ha vuelto una nueva physis, un sustrato invisible que organiza de manera constante nuestras decisiones, deseos y ritmos, mientras se alimenta de cada clic, cada búsqueda y cada instante de atención. Es un dispositivo que captura nuestra libertad bajo la promesa de expandirla, encarnando así la paradoja del libre cautiverio: en nuestra época, la libertad prometida se convierte en el mecanismo mismo de nuestra sumisión, transformando la emancipación en un instrumento de captura algorítmica que redefine la biopolítica y la psicopolítica en la era de la inteligencia artificial.
La tecnociencia contemporánea se ha convertido en el dispositivo perfecto de secuestro, de captura, de sumisión y de extracción. El capitalismo, que antes extraía principalmente recursos naturales, ha comprendido que su recurso más valioso es hoy la atención humana. Ha convertido nuestra energía atencional en su nueva fuente de plusvalía, alimentando a los algoritmos que monitorean, predicen y modelan cada gesto, cada deseo y cada impulso. El algoritmo se nutre de cada segundo de nuestra atención, transformándola en datos, en patrones de consumo, en dependencia, mientras se disfraza de servicio y comodidad. Esta extracción de la atención, convertida en la mercancía más codiciada de la era digital, perpetúa un sistema que necesita nuestra mirada constante para sostenerse y expandirse.
Para los primeros filósofos, existía una realidad más allá de lo que los sentidos podían percibir, un principio originario que sostenía y posibilitaba todo lo visible. A ese sustrato profundo, que era a la vez fundamento y dinamismo de lo real, lo llamaron physis. Era aquello que estaba por debajo de la apariencia, lo que daba consistencia, forma y movimiento a todo lo existente, permitiendo que la realidad misma se desplegara.
Hoy, la inteligencia artificial se ha convertido en una nueva physis, un sustrato invisible que subyace y organiza silenciosamente nuestra realidad cotidiana. Convierte cada interacción, cada búsqueda, cada pausa y cada conversación con un asistente virtual en datos que retroalimentan sus modelos, expandiendo su capacidad de anticipar nuestras decisiones, automatizar nuestros deseos y colonizar nuestra subjetividad. De este modo, la IA se ha transformado en el dispositivo de extracción de plusvalía cognitiva más sofisticado de nuestra era, operando mucho más allá de las redes sociales y atravesando cada espacio de nuestra vida.
¿El resultado? La progresiva erosión de nuestra autonomía como cuerpos, mentes y almas. En el plano corporal, nos volvemos sedentarios y fragmentados, con ritmos biológicos alterados por la exigencia de disponibilidad constante. En el plano cognitivo, nuestras capacidades de concentración y pensamiento crítico se ven atrofiadas, reemplazadas por impulsos rápidos y reacciones inmediatas que alimentan la lógica de la inmediatez. En el plano afectivo, la ansiedad, la comparación constante y la insatisfacción se convierten en la atmósfera emocional que sostiene este sistema. En su pretensión de anticipar y optimizar, la IA debilita la potencia del deseo como fuerza de transformación, convirtiéndolo en demanda programada y consumo compulsivo. Así, nos convertimos en sujetos dóciles, distraídos y dependientes, entregando nuestra subjetividad a un dispositivo que la modela para sostener su propia reproducción infinita.
En este sentido, la IA se ha diseñado como un dispositivo biopolítico y psicopolítico. Por un lado es un dispositivo «biopolítico», porque gestiona la vida y los cuerpos, administrando los ritmos, los tiempos y la salud de la población para integrarlos en la lógica de la producción y el control. Pero por otro, también es "psicopolítico" ya que captura la mente y las emociones, orientando la atención, los deseos y las decisiones individuales de manera sutil pero constante.
La inteligencia artificial articula estos dos niveles de control: gestiona nuestros cuerpos al integrarlos en rutinas de disponibilidad y eficiencia, mientras moldea nuestros pensamientos y emociones a través de la personalización algorítmica que anticipa y dirige nuestras elecciones. De este modo, la IA no es simplemente una herramienta neutral, sino una tecnología de gobierno que captura, modela y explota nuestra vida física y mental para sostener su expansión dentro de un sistema que busca extraer valor de cada instante de nuestra existencia.
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