
Única Representación coetánea de Juana de Arco, la única que existe de su época, la única de la que se tiene constancia por el momento. Dibujo de Clément de Fauquembergue en margen de protocolo de 10 de mayo de 1429. Parlamento de París.
No todos fueron mísicos, no todos fueron mártires, no todos fueron héroes, también hay místicas, mujeres mártires y heroínas; y entre todas ella la Doncella de Orleans, Patrona de Francia y de los soldados.
Santa Juana de Arco constituye una de las figuras más singulares y paradigmáticas de la historia de la Iglesia y de Francia.
Nacida en 1412 en Domrémy, una aldea francesa en la región de Lorena, fue una joven campesina que, impulsada por profundas experiencias místicas, encabezó ejércitos y condujo a la victoria al rey Carlos VII en el marco de la Guerra de los Cien Años.
Su motor era la fe y pasó de convenciones sociales y de prejuicios, fue valiente y subió tan alto que llegó al cielo.
Su destino terrenal, sin embargo, culminaría en la tragedia. Capturada por los borgoñones y entregada a los ingleses, fue sometida a un juicio eclesiástico manipulado y condenada a la hoguera en 1431, con apenas 19 años, el 30 de mayo de 1431.
Veinticinco años después, en 1456, la Iglesia reabrió el juicio y la declaró inocente. Su figura se convirtió en símbolo nacional de Francia.
El 16 de mayo de 1920, el papa Benedicto XV la canonizó como Santa Juana de Arco. Su canonización, revirtió moral y espiritualmente esta injusticia histórica. En este ensayo se abordarán tres aspectos fundamentales para comprender su legado, su identidad y misión, las voces místicas que la guiaron; y la paradoja de su santidad tras una muerte infame.
El supuesto fuego purificador no tenía que haber sido para ella sino para quienes la ataron a la pira, después purgarían sus culpas, se decretó que el limbo no existía, pero nada se dijo del karma.
El purgatorio no es un castigo eterno, sino una muestra de la misericordia divina, ya que permite a las almas alcanzar la santidad necesaria para ver a Dios cara a cara. Por ello, los católicos oran por los difuntos, especialmente en la misa, pidiendo que Dios purifique sus almas y las lleve al cielo. Todos aquellos que fueron contra la Doncella de Orleans, seguramente estarán ahí mismo o quizás más calentitos aún.
Identidad y misión de Juana de Arco
Juana fue una joven profundamente religiosa, nacida en un contexto de devastación por la guerra y la inestabilidad política. Desde temprana edad, destacó por su piedad y sensibilidad hacia los más desfavorecidos. Lo extraordinario de su vida comienza a los trece años, cuando declara haber escuchado voces celestiales.
Más tarde, identificó a estas voces como procedentes del arcángel San Miguel y de las santas Catalina de Alejandría y Margarita de Antioquía. Según su propio testimonio, estas visiones le comunicaron una misión divina: liberar a Francia de la ocupación inglesa y coronar al delfín Carlos como rey legítimo.
Contra toda expectativa social y militar, Juana logró, a sus 17 años, obtener audiencia con Carlos y convencerle de su legitimidad divina. Fue examinada por teólogos y aprobada como buena cristiana. En 1429 lideró tropas y logró la liberación de Orleans, seguida de la coronación del rey en Reims.
Su estrategia no solo fue militar, sino también espiritual: imponía disciplina moral a los soldados, fomentaba la oración y apelaba a la justicia y la paz como pilares de su lucha.
Sin embargo, su papel disruptivo y su autoridad inusual como mujer despertaron sospechas y enemistades tanto entre enemigos como entre algunos sectores de la Iglesia.
Las voces místicas: una experiencia espiritual incomprendida
Las llamadas “voces” que Juana afirmaba escuchar han sido interpretadas de múltiples maneras: desde visiones místicas auténticas hasta alucinaciones o invenciones con fines políticos.
No obstante, tanto los documentos de su juicio como los testimonios recogidos durante el proceso de revisión posterior muestran coherencia, firmeza y convicción en sus afirmaciones. Para Juana, estas voces no eran producto de su imaginación, sino expresiones reales de un mandato divino. Las identificaba como guías espirituales que la impulsaban a vivir con mayor intensidad su fe y asumir una misión nacional redentora.
El contenido de estas locuciones no era vago ni supersticioso. Le transmitían instrucciones concretas: intensificar su vida sacramental, consagrarse a Dios en virginidad y emprender una misión política de carácter teológico, restaurando el trono a quien le correspondía bajo la soberanía de Jesucristo.
Esta experiencia, propia de la mística cristiana, no fue comprendida por muchos de sus contemporáneos. Su espiritualidad, lejos de apartarla del mundo, se convirtió en el motor de su acción histórica. No obstante, la falta de comprensión de estas voces por parte de sus jueces sería uno de los factores que precipitaron su condena.
Una santa quemada en la hoguera: martirio, injusticia y canonización
El trágico final de Juana de Arco es, sin duda, una de las paradojas más desgarradoras de su historia. Tras ser capturada en 1430 y vendida a los ingleses, fue juzgada en un proceso eclesiástico presidido por clérigos politizados.
A pesar de la ausencia de pruebas sustanciales, fue acusada de herejía, brujería y de usurpar el papel de hombre al vestir ropa masculina durante la guerra.
El juicio careció de garantías procesales y se negó a Juana la posibilidad de apelar al Papa, lo cual contradecía el derecho canónico vigente.
La sentencia ya estaba decidida: destruir la imagen de Juana para debilitar el simbolismo divino asociado a la coronación de Carlos VII.
El 30 de mayo de 1431, fue quemada viva en la plaza del mercado de Ruan.
Se dice que murió invocando el nombre de Jesús y mirando una cruz que un sacerdote sostuvo ante ella. Sin embargo, en 1456, tras un nuevo proceso autorizado por el Papa Calixto III, la Iglesia declaró nulo el juicio que la condenó, reconociendo su inocencia y fidelidad a la fe.
Su canonización en 1920 por el Papa Benedicto XV fue la ratificación definitiva de su santidad.
Conclusión
Santa Juana de Arco es un caso excepcional donde mística, acción política y martirio convergen en una sola figura.
Su vida demuestra que la santidad no está reñida con la participación activa en los asuntos temporales, siempre que esta se inspire en una auténtica experiencia de fe.
Las voces que la guiaron, lejos de ser una desviación herética, fueron el sustento de una vocación profética que desbordó los esquemas sociales y eclesiásticos de su tiempo.
Que haya sido condenada y posteriormente canonizada no es sino reflejo de la tensión constante entre el juicio humano y la acción divina; y Juana sigue siendo hoy un testimonio vivo de valentía, fidelidad y obediencia a la voluntad de Dios, incluso hasta el extremo del martirio.
|