Yayoi Kusama nació en 1929 en Matsumoto, Japón. Se puso a pintar desde niña para escapar del miedo a alucinaciones y de la dinámica familiar marcada por el abandono, olvido y maltrato. En la Escuela de Arte y Artesanías de Kyoto, estudió Nihonga, un estilo tradicional formal de pintura japonesa que huía de las modernidades y de toda idea innovadora en el arte. Se mudó a Nueva York en 1958, inspirada por el inicio del expresionismo abstracto, que le atraía desde niña.
En el transcurso de la siguiente década, Kusama trabajó en su serie de Redes infinitas, collages, pinturas, filmes, esculturas blandas, e instalaciones que figuraban motivos repetitivos y aludían a sus alucinaciones constantes, sobre todo enmarcadas en su niñez. En los años 60, montó happenings a través de la Ciudad de Nueva York, uno de las cuales incluyó su pintura de lunares. En 1973 regresó a Japón y en 1977 se mudó voluntariamente a un hospital psiquiátrico, donde aún vive a día de hoy. Después de sumergirse en el mundo de las historietas y poesías, volvió a crear arte con los lunares icónicos de las visiones de su niñez esparciendo los lunares, que para ella representan la luna y el sol, la inquietud , el movimiento, y un sendero a la eternidad, en un salón rodeado de espejos. En 1993, representa a Japón en la Biennale di Venezia, y en 2017, abrió el Museo Yayoi Kusama en Tokio.
Es una figura singular admirada por la historia del arte por innovar, ser pionera en su trayectoria, que abarca múltiples movimientos artísticos desde los años sesenta hasta hoy día. Según ella: disolución y acumulación, propagación y separación, obliteración particulada y reverberaciones ocultas procedentes del universo iban a ser los cimientos de su arte. Convertida en verdadero ícono cultural a nivel mundial, en las últimas siete décadas Kusama se ha consagrado a su visión vanguardista con convencimiento de su personal estética, que es fiel reflejo de su filosofía vital, que esconde sus miedos de joven y visiones, quizá más que cualquiera otro niño o adolescente, que la marcó y por ello quiso reflejar lo que vio y sintió.
Japonesita tranquila, tus ojitos en las bolas, colores pones en ellas y te pintas a ti igual. Bolitas por todas partes, formas circulares siempre celestiales, mágicas y tranquilas, que te llevan cual la hipnosis a un mundo tranquilo y tenue, con la luz de la amapola que se enciende. Brillas por auténtica y sólo me falta saber de tu bondad, pintando así fuiste famosa y te admiran contrincantes, pero tú siempre adelante, con la armonía de la rosa y la bendición del clavel. Increíble talla de mujer.
A través de su carrera prolífica, Kusama ha explorado continuamente los temas de la enfermedad mental, obsesión, repetición, creación y destrucción, feminismo, sexo, lo hace a través de sus pinturas, esculturas, dibujos, collages, filmes, poesía y obras de arte y de moda. Se vestía a sí misma como sus imágenes en el cuadro. Ha recibido numerosos premios y su trabajo se ha presentado en muchas exposiciones itinerantes y retrospectivas a lo largo de su vida.
La obra “Pumpkin” (una calabaza), ha llegado a ser reconocida como uno de sus símbolos más distintivos. Su tamaño es considerable y con patrones de lunares en colores, siendo recreada en diferentes materiales y tamaños a lo largo de su vida. Representa un símbolo de fertilidad, alegría y esperanza en la visión artística de Kusama. Los lunares lo dicen todo, redondez, equilibrio, paz, cercanía a Dios, fluidez y calidez. No dejan nada al azar.
Le encanta la repetición y la colocación de dicho alimento (calabaza), en medio de la naturaleza, pero con un tamaño desmedido y totalmente anormal. Es sin lugar a dudas, un culto a las calabazas poniéndolas por encima de cualquier elemento de la naturaleza que les rodea. Después observamos el gusto por la repetición en los lunares y por la repetición de este elemento a lo largo de la vida de esta mujer. Hay quiénes compararon a la calabaza con el león, el rey de la selva.
A día de hoy, Kusama sigue dedicando sus últimos años y la energía vital que le queda, a seguir inventando arte como integración. El gusto por la curva es inevitable y la raíz de su éxito. La redondez como forma de expresión inquebrantable y vinculada al éxito.
Como brilla esta mujer, debajo de sus cejas negras y ese pelo rojo naranja que indica de su experiencia, sabe bien de la materia y lo invisible se le pega, ve círculos donde no hay y los pinta sin detenerse a pensar en los dolores de cabeza, porque es su inclinación, su inspiración y su curación también, es decir, ella ve así, en formas redondeadas, simples paredes pintadas con el brillo de su imaginación.
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